martes, 20 de septiembre de 2011

PELÍCULAS ROMÁNTICAS

Casualmente, en estas dos últimas semanas he tenido oportunidad de ver, de volver a ver, tres películas a las que les une (he sido consciente de ello ahora) un tema común. Se trata de historias de amor románticas por definirlas de alguna forma. Pero aún hay más. Las tres se caracterizan por el hecho de que dichas historias de amor están protagonizadas por personas adultas, que ya han tenido relaciones pasadas (o presentes), familia, etc. Sin embargo, a las tres películas les separan bastantes años en su realización. Casualmente también el orden en que las he visto ahora ha sido inverso a su cronología.
En primer lugar he visto, en un  pase por televisión, “Los puentes de Madison” (1995), dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por él mismo y por Meryl Streep. Creo que era la tercera vez que la veía y en cada nuevo visionado esta película gana enteros para mí, cada vez descubro algo nuevo que la enriquece y la renueva. Recuerdo que cuando la vi por segunda vez, ya conocido el argumento y el desenlace de la historia, quedé fascinado por la puesta en escena de algunas secuencias como, por ejemplo, en la que el protagonista, Robert,  se encuentra en la calle bajo la lluvia, sube a su camioneta, la protagonista, Francesca, está tras él en su camioneta, con su marido, con la mano en la manilla de la puerta, dudando entre abrirla o no; el semáforo se pone en verde, la camioneta de Robert no se mueve, el marido de Francesca hace sonar el claxon, la camioneta arranca y gira hacia la izquierda y la camioneta de Francesca y su marido continúa en línea recta. Fantástico momento de tensión y lúcida metáfora de la separación de los caminos de los protagonistas. Pues bien, en este último visionado he descubierto el fuerte erotismo que se desprende en varias secuencias de la película. Erotismo perfectamente transmitido por la interpretación de Meryl Streep en un par de escenas, que cobra aún más fuerza al estar encarnado en una mujer que podríamos decir que está fuera de los cánones o arquetipos femeninos del erotismo cinematográfico. Lo cual lo hace aún más creíble y más intenso: Cuando observa su cuerpo en el espejo antes de darse un baño; y cuando está ya dentro de la bañera, observa las gotas que caen sobre ella desde la ducha y las asocia con el momento anterior en el que Robert ha estado duchándose allí mismo. Y cuando en el porche, se desabrocha el vestido y ofrece su cuerpo ardiente al viento fresco de la noche asumiendo, de alguna forma, que la pasión sexual por este hombre se ha apoderado de ella, una sencilla ama de casa en un pequeño pueblo del interior. Difícil poner en imágenes de una forma más básica y sutil a la vez el ardor pasional y la lucha interna de una mujer. Veremos qué me depara su próximo visionado.



En segundo lugar he visto “Un hombre y una mujer” (1966), película francesa dirigida por Claude Lelouch. Y debo decir que me puse a ello sin excesiva “pasión” ya que no guardaba un buen recuerdo de ella (la había visto una vez hacía ya mucho tiempo) o, mejor dicho, no guardaba apenas recuerdo de ella. Recordaba casi únicamente la empalagosa sintonía musical del “dabadabada, dabadabada”, una mala versión de una canción brasileña. Así que las expectativas no eran muy grandes y tal vez por ello debo reconocer que me he reconciliado de alguna forma con la película. En primer lugar porque la dichosa sintonía no es tan machacona como yo pensaba ya que sólo se escucha brevemente al principio y al final de la cinta. Un alivio. Y fundamentalmente porque su final, donde la historia adquiere un ritmo mucho más intenso, me ha dejado un buen sabor de boca con esa carrera en paralelo entre el coche de Jean-Louis y el tren de Anne y su reencuentro final en la estación. Hay un profundo giro de la historia, cuando ésta ya parece definitivamente cerrada, que le aporta una frescura inesperada. La presencia de la actriz Anouk Aimée también ayuda, frente a un hierático Jean-Louis Trintignant.



Por último, “Breve Encuentro” (1945), dirigida por David Lean y protagonizada por Celia Johnson y Trevor Howard. Una arenilla en un ojo, un cruce de miradas y el Piano Concerto nº 2 de Rachmaninoff. Así empieza una de las historias de amor más bellas del cine. Siempre he admirado la capacidad de directores como David Lean para pasar de las grandes superproducciones (El puente sobre el río Kwai, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago) a las películas intimistas o a la inversa, sin perder un ápice de intensidad narrativa. Esta película es “redonda” se mire por donde se mire: argumento, interpretación, puesta en escena, simbolismo de los espacios y elementos donde se desarrolla (la estación de ferrocarril, entre nubes de vapor y golpes de sirena; el puente utilizado en su simbología básica, de encuentro entre dos orillas antes separadas y que vuelve a aparecer en el último día que pasan juntos…), utilización de la elipsis, de las miradas. Las palabras con las que Laura, la protagonista, empieza a narrar su historia la relacionan de forma directa con la de Francesca en “Los puentes de Madison”: “no sabía que algo tan intenso pudiera pasarle a una mujer corriente”. Y no cabría imaginarse, al menos para mí, un final diferente. Y este me parece que es un bonito debate: ¿final feliz?, ¿final infeliz? En este caso se puede interpretar como final feliz desde el punto de vista conservador de la sociedad americana de la época: triunfa el concepto de familia frente a opciones disolutas. Pero también se puede ver como final no feliz desde la visión puramente “romántica” o pasional de la que el espectador se ha podido ir impregnando a lo largo de la cinta. 




A mí es un tema que me interesa, que incluso me divierte. Reconozco que cuando salgo de ver algunas películas entiendo que habrían resultado mejores (para mí, claro) cambiando el desenlace final hacia una resolución menos feliz o al menos más ambigua o abierta. Cuando estamos hablando de historias románticas la cuestión básicamente se resuelve entre “chico se queda con chica” o “chico no se queda con chica” (o viceversa). Pues bien, aquí tenemos tres ejemplos de tres buenas películas románticas con desenlaces diferentes. En “Breve Encuentro” “chico no se queda con chica”, en “Un hombre y una mujer” sí, y en “Los puentes de Madison” no, pero con matices, ya que la carta que recibe al final la protagonista plantea una situación intermedia, en la que la historia de amor ha pervivido de alguna manera a lo largo del tiempo. Y curiosamente, la reacción que provoca la historia de Francesca en sus hijos, separación en ella y reafirmación de la relación en él, también abre ambas vías de final feliz o no. Y todo esto viene a cuento de que gente de mi entorno me “acusa” de que prefiero, por sistema, películas con final no feliz. Y casi me lo he llegado a creer. Pero no es cierto. Reconozco que más de una película me ha dejado un mal sabor de boca al entender que un final “no feliz” habría mejorado notablemente la historia, la habría hecho más verosímil. Eso es todo. De todas formas, insistiendo en la ambigüedad del término y en lo que para cada uno puede ser o no un “final feliz”, con un ejemplo muy claro creo que conseguiré salvarme de la hoguera: la última película de Woody Allen, “Medianoche en París” tiene final feliz… y me ha gustado mucho.

3 comentarios:

Amaia Ballesteros dijo...

"Los Puentes de Madison" sí me gustó :)

Sir Branches dijo...

Creo que las llamadas películas románticas reflejan las historias vividas o que quisiéramos vivir y por eso cada vez que las vemos nuestras impresiones son diferentes, pues lo son nuestros estados emocionales ( nuestras lagrimas psíquicas). Ya decía Pascal "el corazon tiene sus razones que la razón desconoce..." y en la tela de la vida cada uno de nosotros podrá ir pintando en ella su felicidad...su extasis...sus lágrimas...tu libertad...
Imagino que conoces, ahora de actualidad por el festival de Donosti, a Arturo Riptein... recomendable.

Bernardo I. García de la Torre dijo...

Tienes mucha razón. Resulta interesante "revisitar" algunas películas de este tipo años más tarde y comprobar que las sensaciones que nos causan son diferentes porque, como bien dices, nuestros estados emocionales lo son. Gracias por tu recomendación.