domingo, 28 de abril de 2013

LA FELICIDAD


La Asamblea General de la ONU designó recientemente el 20 de Marzo como “Día Internacional de la Felicidad”. ¿Es una buena o una mala noticia? Analizando otros Días Internacionales (de la mujer, de la no violencia, de la eliminación de la discriminación racial…) más bien me inclino por lo segundo. O dicho de otra forma, parece que las mentes pensantes de dicha organización han considerado que la felicidad no goza de buena salud y necesita que le den un empujoncito. Y para ello, entre sus resoluciones, invita a su inclusión en las políticas de los gobiernos.

Esto suena un poco raro. Pero lo más sorprendente viene ahora. La iniciativa parte de Bután, un pequeño país situado en el sur de Asia, junto a la cordillera del Himalaya, cuyo nombre significa “la tierra del dragón de truenos”. Un país que antepuso al tradicional índice PIB (Producto Interior Bruto) un nuevo concepto: el índice de Felicidad Interior Bruta (FIB).

El 2 de junio de 1974, en su discurso de coronación, Jigme Singye Wangchuck dijo: "La felicidad interior bruta es mucho más importante que el producto interior bruto". Tenía 18 años y se convertía, tras la repentina muerte de su padre, en el monarca más joven del mundo. No fue un mero eslogan. Desde aquel día, la filosofía de la felicidad interior bruta ha guiado la política de Bután y su modelo de desarrollo. La idea es que el modo de medir el progreso no debe basarse estrictamente en el flujo de dinero. El verdadero desarrollo de una sociedad, defienden, tiene lugar cuando los avances en lo material y en lo espiritual se complementan y se refuerzan uno a otro. Cada paso de una sociedad debe valorarse en función no sólo de su rendimiento económico, sino de si conduce o no a la felicidad.

Y ¿qué es la felicidad? Si atendemos a la definición antigua de la RAE, felicidad es: “estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”. Pero curiosamente hace un par de años la RAE enmendó esta definición por esta otra: “estado de grata satisfacción espiritual y física”. Más en consonancia con el FIB, sin duda.

Basándome en esta definición, hace tiempo que renuncié a ser feliz. Dicho así suena un poco bestia. He dicho que renuncié a ser feliz, no a estar feliz. Puede parecer un pequeño matiz verbal pero no lo es, al menos para mí. Supone pasar de la búsqueda de la felicidad como estado permanente y como objetivo vital, a la satisfacción de los momentos puntuales, de los pequeños detalles, de las ilusiones a corto plazo, de las personas con las que puedo compartir emociones aquí y hoy, sin pensar demasiado en lo que pueda pasar a largo plazo.

Hace unos días, mientras volvía a casa en el coche, sonó en la radio una canción que no escuchaba desde hacía mucho tiempo. Y me pareció, tanto por su música como por su letra, la definición perfecta de esa felicidad que ahora estoy disfrutando, que a veces llega sin darme cuenta, que me pilla de improviso sin haberla buscado. Y estuve feliz un buen rato, con mi FIB por encima de la media.


domingo, 21 de abril de 2013

¿QUÉ HACEMOS CON EL ARCO DE SAN MAMÉS?


Las obras del nuevo estadio del Athletic de Bilbao avanzan y pronto se derribará el viejo estadio para completarlas, lo que traerá consigo el desmantelamiento del arco de San Mamés. En principio no parece que esté prevista ninguna reutilización del mismo aunque algunas voces se han pronunciado en este sentido. Conocer su historia nos puede ayudar a expresar una opinión al respecto.

Entre 1951 y 1953 los arquitectos Domínguez Salazar, Magdalena, de Miguel y el ingeniero Fernández Casado plantearon una solución constructiva para la nueva tribuna, de gran expresividad estética y enorme audacia técnica, reconocida en numerosas publicaciones especializadas. Dicha solución permitía que la cubierta de la tribuna colgase de esta estructura mediante unos cables, evitando la disposición de apoyos intermedios.
Este arco ha llegado a convertirse en emblema, no ya del club, sino de la ciudad. No soy futbolero, por lo que no soy sospechoso de “forofismo” en este caso. Me viene ahora a la cabeza la imagen de un cuadro del pintor Jesús Mari Lazkano en el que representa a un Bilbao cubierto por las aguas del que solo sobresale una construcción: el arco de San Mamés.

Sin embargo parece que no han sido razones suficientes para permitirle una vida más larga. Ni por parte del club, ni por parte de las instituciones locales, ni por parte de los técnicos redactores del nuevo proyecto. Me temo que sus escasos sesenta años de vida pueden ser uno de los motivos. Hace unas semanas planteaba en este blog mi opinión sobre la rehabilitación de la iglesia de Castro Urdiales. Rehabilitación en la que, indudablemente, sus varios siglos de existencia han pesado por encima de su escaso valor arquitectónico. Admito, eso sí, algunos de los argumentos expresados a favor de la memoria histórica que supone para los habitantes de esa localidad cántabra. Pero en este caso parece que se invierte la historia. La memoria histórica también es evidente, sus cualidades constructivas son innegables, pero ¡ay! su breve cronología parece apartarlo de la gloria.

Por seguir con las comparaciones, el arco de San Mamés ha convertido a su estadio en la catedral del fútbol. Catedral frente a iglesia. No hay color. Me diréis que esto es una bilbainada. Lo es, sin duda. Y probablemente ya sea tarde para una salida digna a tan representativa estructura. He escuchado propuestas que pretenden convertirlo en pasarela sobre la ría. Otros plantean trocearlo y repartirlo entre los aficionados. Tal vez lo más coherente habría sido integrarlo en la nueva construcción que, al fin y al cabo, se ubica en el mismo lugar. Una manera de dar continuidad a la historia local y enlazar lo viejo con lo nuevo. Sin embargo todo parece indicar que la pérdida del arco de San Mamés dejará una ciudad amputada. Una oportunidad perdida para el reconocimiento del talento y el esfuerzo de unos profesionales que nos precedieron y nos brindaron un nuevo símbolo para Bilbao.

Por tanto, ¿qué hacemos con el arco de San Mamés?...si es que hay que hacer algo.     

viernes, 12 de abril de 2013

LA CIUDAD COMPACTA


Hace unos días la consejera vasca de Medio Ambiente y Política Territorial, Ana Oregi, en la presentación de la filosofía que orientará su estrategia de ordenación del territorio durante esta legislatura, declaró su apuesta por “recuperar la densidad de los asentamientos, limitar los procesos de expansión de las zonas edificadas y hacer de la renovación y la reutilización de espacios construidos el eje fundamental del desarrollo territorial vasco.” O, dicho de otra forma, hacer unas ciudades más compactas, menos esponjosas o desparramadas.

Este discurso se inscribe dentro del término tan utilizado últimamente de la sostenibilidad, que en cuanto al urbanismo se refiere consiste en evitar la destrucción de suelos que son soporte para la vegetación y el sector primario, mejorar la gestión de residuos, la gestión del agua y reducir los desplazamientos en vehículo privado en beneficio del transporte colectivo. Estos argumentos no son nuevos y ya desde hace unos años se debate en este ámbito de la ordenación territorial sobre cuál es el modelo ideal de ciudad de cara al futuro, teniendo en cuenta que la batalla de la sostenibilidad se librará básicamente en las ciudades, ya que el 50% de la población mundial vive en grandes urbes y la previsión para 2050 es que el porcentaje ascienda al 90%.

Si repasamos la historia urbana de nuestra ciudad, Bilbao (y el ejemplo se repite en muchas más), podemos comprobar que ya a finales del siglo XIX y principios del siglo XX convivían planteamientos sobre los nuevos asentamientos residenciales claramente antagónicos. Desde los proyectos de viviendas unifamiliares y bifamiliares, con una baja densidad y un planteamiento naturalista muy ligado a un ámbito rural (Ciudad Jardín, de Pedro Ispizua), hasta los proyectos de viviendas en bloque y en altura (Torre Urízar, de Ricardo Bastida), pasando por soluciones intermedias de viviendas adosadas en hilera (Barrio Irala, de Enrique Epalza). Los argumentos esgrimidos por Ricardo Bastida, gran estudioso y lúcido urbanista, para apostar por una ciudad más compacta eran fundamentalmente de carácter económico. Y ese es un parámetro que, junto a otros que han ido apareciendo, forma parte hoy también del discurso de la sostenibilidad.

Lo curiosos del caso es que las declaraciones de la consejera se realizan desde la sede del Gobierno Vasco en Lakua, Vitoria, cuyo entorno responde precisamente a un desarrollo urbanístico de estos últimos veinte años que se sitúa en las antípodas de la actual declaración de principios. ¿Qué hacemos ahora con los nuevos barrios de la capital de Euskadi estructurados en torno a inmensas avenidas, enormes espacios verdes e interminables rotondas? ¿No nos interesa ya el título de “ciudad verde” concedido recientemente? ¿Cómo la compactamos? Afortunadamente contamos con alguien entrañable e infatigable que nos podrá echar una mano.


viernes, 5 de abril de 2013

HUELLAS SONORAS


Secuencia 1. Hace unos días volví a ver “Dublineses”, la última película de John Huston, que dirigió ya en silla de ruedas y con mascarilla de oxígeno. Película emocionante y con un final bello y amargo a la vez. Pero esta entrada no es de cine, así que al grano. En la parte final de la película uno de los personajes, una mujer, escucha una canción que le provoca un estado casi de éxtasis. Y a partir de ahí la historia da un giro inesperado. La canción le evoca un amor perdido de juventud, su gran amor.

Secuencia 2.  Al día siguiente me encontré con un compañero al que hacía tiempo que no veía. Y entre otras cosas me dijo: “¿Te acuerdas del CD que me regalaste hace unos años? Pues los chavales míos, cuando vamos en el coche, ahora solo quieren escuchar ese disco.” El disco en cuestión lo grabé con una selección de canciones variadas y lo utilicé como obsequio en uno de mis cumpleaños. Sí, en ese cumpleaños fui yo el que hizo los regalos. Me dio por ahí.

Secuencia 3. Ese mismo día por la noche fui a un concierto de Lizz Wright, cantante de jazz – góspel – soul, y entre el ramillete de estupendas canciones que nos ofreció estaba una versión de una canción de Neil Young, “Old Man”, que está recogida precisamente en el disco de la Secuencia 2. Sí, ese que tiene enganchado a los hijos de mi compañero.

Secuencia 4. Parecía que los astros se habían alineado, así que la suma de las tres secuencias anteriores me empujó inevitablemente a rescatar ese disco que tenía arrinconado en la estantería. Y me puse a escucharlo, mientras leía el texto que yo había escrito en la carátula:
“…estas canciones reúnen tres características: disfruté con ellas cuando las escuché por primera vez; cada una está asociada a un momento concreto, una situación especial o una persona o personas que han pasado por mi vida algo más que de puntillas; al escucharlas hoy me siguen gustando…”
Y al volver a escucharlas ahora aún me siguen gustando. Al igual que sucedía hace unos meses en este blog a cuenta de las “huellas gastronómicas” cada uno tendrá también sus propias “huellas sonoras”.

Me cuesta elegir una canción para ilustrar mis huellas sonoras entre las 35 que componían el disco doble. Así que no me complico y aquí tenéis la número 1: “Time” de Tom Waits.