lunes, 28 de octubre de 2013

UN DÍA SIN LOU REED

Leo en una crónica tras su fallecimiento que la importancia que una persona o personaje tiene para nosotros es directamente proporcional a la incredulidad que nos asalta al conocer la noticia de su desaparición. Yo añadiría que, en mi caso, y hablando de músicos, esa importancia es directamente proporcional a la dificultad para seleccionar una canción que ilustre o resuma de forma sonora su trayectoria.

En esa tarea andaba, escuchando sus discos, algo nada original por otra parte dadas las circunstancias. Y escuchando de nuevo sus canciones he tomado conciencia de que me han acompañado a lo largo de toda mi vida. Y recuerdo con especial nitidez dos momentos.
El primero, la única vez que he asistido a un concierto suyo, en Bilbao, hace aproximadamente doce años (lo de recordar fechas no es mi fuerte). Presentaba su nuevo disco, “Ecstasy”, y fue una actuación potente, muy guitarrera y sin concesiones a sus grandes éxitos pasados. Solo pudimos intuir una versión casi irreconocible del “Perfect day”.
El segundo, en medio del Atlántico, tumbados en la cubierta del Nui, mirando las estrellas, escuchando un disco suyo a todo volumen, sintiéndonos los reyes del universo.

Cascarrabias, antipático, maniático, macarra, bipolar… Hizo grandes canciones que podemos seguir escuchando. Ese es su legado. Buen viaje, Lou.


jueves, 17 de octubre de 2013

CONFESIONES

Acababa de internarme en las primeras estribaciones del pirineo oscense. Había sido una jornada agotadora, más larga de lo previsto y con alguna que otra molestia física, a lomos de mi cabalgadura de dos ruedas. Así que decidí darme un pequeño homenaje y sustituir el habitual bocadillo vespertino por una cena de mesa y mantel.

No había mucha gente en el restaurante, apenas tres o cuatro mesas ocupadas. Recuerdo que como aperitivo tomé un refrescante gazpacho con jamón o panceta crujiente. Y ya no recuerdo más del resto del menú. La culpa de mi falta de memoria probablemente estuvo en la mesa que tenía frente a mí. Una pareja (matrimonio supuse yo) de avanzada edad, en torno a los ochenta, parecía disfrutar de una agradable velada. Veía perfectamente al hombre, que parecía alto y de buena planta a pesar de estar sentado. Un bonito pelo ondulado, ya canoso, y un poblado bigote. La mujer, sin embargo, me daba prácticamente la espalda. De pelo moreno y de cuerpo menudo, a veces conseguía intuir el perfil de su rostro.

El hombre hablaba continuamente, de forma pausada. Y sus maneras eran elegantes y con una atención constante hacia su pareja. A ella no la podía escuchar por la posición que ocupaba. Él seguía hablando y deshaciéndose en atenciones: le servía un poco de vino, le retiraba el pelo de su cara, le acercaba la servilleta. Hombre galante y caballeroso, pensé. No pude resistir más y, con la excusa de ir al aseo, me levanté y pasé despacio frente a ellos, lanzando una mirada furtiva hacia a la mujer.

Cuando volví a sentarme ya conocía perfectamente el porqué de las atenciones de aquel hombre, que en ese mismo momento le estaba diciendo a su mujer:

“Es verdad que en todos estos años no te he sido fiel. He andado con muchas, he sido muy mujeriego y siempre te lo he ocultado. Pero ahora estoy aquí contigo, cuidándote, porque te quiero”.

La mujer no respondió porque las palabras de aquel hombre ya no eran capaces de llegar a su mente, ausente.


NOTA: Comentaba en una entrada anterior titulada CABALGAR EN SOLITARIO: “…tú mismo estás mucho más receptivo hacia el entorno que te rodea al no haber nadie que te distraiga, tus antenas captan hasta el más mínimo detalle y eres testigo de momentos que de otro modo te habrían pasado desapercibidos. Sí, te conviertes de alguna manera en “voyeur”.
Y de estas cabalgadas en solitario han ido surgiendo algunas historias y anécdotas que en forma de relato ya han aparecido en este blog y seguirán apareciendo.”


Y ésta es una de ellas.

martes, 1 de octubre de 2013

DIEZ AÑOS SIN “EL HOMBRE DE NEGRO”

Diez años sin el hombre de negro. Y no me estoy refiriendo a un jugador de baloncesto ni a un personaje de película de acción.

Tuvo nuestro hombre de negro, nacido en 1932, una vida azarosa, con una prolongada adicción a las drogas y algún que otro encontronazo con la justicia. Quizás de ahí surgiera su predilección por ofrecer su música en distintas cárceles de Estados Unidos, en las que grabó algunos de sus mejores discos. “Hello, I’m Johnny Cash”, así se presentaba en sus conciertos, guitarra en mano y con su característica voz profunda.

Un par de detalles nos dan alguna pista sobre su carácter. Cuando su hija le pidió acompañarle vocalmente en una de sus giras, su reacción fue ordenarle que aprendiera unas cuantas canciones country americanas, en concreto… cien canciones. Y después ya hablarían. Por otro lado, en un momento en el que la sociedad estadounidense se planteaba cambios sociales profundos y se desangraba por las consecuencias de su presencia en la guerra de Vietnam, Johnny Cash decidió empezar a vestir de negro, como explica en esta canción.


 Aparte de sus composiciones, que lo convirtieron en uno de los grandes y más influyentes personajes de la música popular del siglo XX, fue muy destacable su programa televisivo en el que presentó a algunos jóvenes que se convirtieron con el tiempo en grandes músicos e intérpretes: Neil Young, Ray Charles, James Taylor, Bob Dylan… No tenía mal olfato. Y grabó a dúo con Bob Dylan una composición de este último, en la que realiza una impresionante entrada llena de intensidad y poderío. ¡Quién pudiera cantar así! “Hello Johnny Cash”.