lunes, 25 de febrero de 2013

PABLO GUERRERO



Hace unos días pasó por Bilbao, discreto, con su guitarra, sin montajes mediáticos, uno de los grandes cantautores y poetas españoles, Pablo Guerrero. Nacido en Extremadura pero afincado desde muy joven en Madrid, ha sido y es un hombre con una gran inquietud musical y en búsqueda permanente. Con cuarenta y cinco años de trayectoria musical a sus espaldas desgranó algunas de sus viejas canciones y otras que sigue componiendo.

De su disco “Porque amamos el fuego”, la canción “Dulce muchacha triste”:

La recuerdo muy bien y no porque en sus labios
se trajera cerezas de los valles del Jerte,
sino porque, ya ves, tenía en sus zapatos,
polvo de todos los caminos.

La recuerdo muy bien tan solo su mirada
era el lugar del mundo donde no había un Vietnam.
Viajaba en su mochila una andadura larga
y un libro de poemas mira tú.

Dulce muchacha triste recorría caminos
en busca de una risa en donde descansar.
Tenía en su mente una ciudad con columpios de agua
y mercados de arena en las esquinas.

“Hace tiempo, le dije, que cortaron al hombre
una antigua costumbre de volar que tenía:
solo seremos nuestros el día que consigamos
ver nacer a los niños con alas.”

Dibujó un barco azul sobre un mar amarillo
y me lo regaló oculto en una concha.
Después se fue. No he podido encontrarla
en ningún sitio del aire y de la tierra.

No sé bien qué fue de ella. Un amigo me dijo
que murió cuando supo que no es un rock la vida.
Otros me aseguraron que envejeció de pronto
y se paró a dormir al lado de un camino.


domingo, 17 de febrero de 2013

DONALD CROWHURST (2)


(…Sigue)

Donald Crowhurst anotó en su diario que estuvo mareado durante su primera noche en el mar y gran parte del día siguiente. Empezó a ponerse nervioso. Para relajarse e inspirarse leía “Teoría general y especial de la relatividad” de Albert Einstein. Calculó que llevaba comida suficiente para 243 días. Poco a poco fue descubriendo una serie de fallos notables en el barco, fruto de una construcción y un montaje precipitados. Los tornillos se soltaban, se hizo un corte en un dedo, entraba agua por la escotilla, la radio no funcionaba… y avanzaba por el Atlántico con una lentitud penosa.

Se le iba materializando con fuerza demoledora la cruda realidad de una aventura que tan bien se había vendido a sí mismo y en la que se lo jugaba todo: la bancarrota, el bienestar de su familia, su autoestima y su vida. Los problemas seguían aumentando y la reacción de Crowhurst fue bastante sensata: considerar la posibilidad de abandonar.
Discutía consigo mismo por escrito pero todas sus ideas y posibles alternativas acababan en punto muerto: regresar a casa significaba la deshonra y la ruina; seguir adelante era muy peligroso. No era capaz de tomar una decisión.

De pronto, un mensaje sorprendente llegó al Sunday Times: Donald Crowhurst había recorrido en un día 243 millas, estableciendo probablemente un nuevo récord mundial. Estos datos de navegación los había enviado el navegante por cable, incluyendo un comentario irónico: “He seguido la crisis económica europea por la BBC. Por favor, pregunte a los del Sunday Times si podrán pagarme el premio en marcos alemanes.”

¿Qué había ocurrido para producirse este cambio tan radical? Al navegar junto a las islas de Madeira estuvo a punto de entrar a puerto dando por finalizada su aventura. Pero, en algún momento, cambió de opinión y tomó la decisión que marcaría su destino. Estrenó una nueva libreta para su diario (a pesar de no estar finalizada la anterior) y empezó a anotar una segunda serie de datos: una detallada sucesión de posiciones deliberadamente falseadas que cada día situaban su barco más y más lejos de su posición real. O sea, un diario B. Su plan, quedarse dando vueltas por el Atlántico mientras transmitía una imaginaria navegación alrededor del mundo, e incorporarse de nuevo al recorrido en el retorno hacia Europa. Los cálculos que tenía que hacer para esta segunda serie de posiciones falsas eran complejos, le ocasionaban muchísimo trabajo y hacían que su depresión se agudizase poco a poco.

Tras semanas deambulando por el Atlántico, mientras todo el mundo le creía a la cabeza de la regata, se interrumpieron sus comunicaciones. Se corrió el rumor de que una ola gigante había arrasado su barco en el océano Índico. Su fraude aún seguía vivo. En pocos días Crowhurst pasó de ser un competidor activo, aunque mentiroso, a enloquecer llenando páginas y páginas con unos escritos demenciales. Su mente no había sido capaz de soportar ese doble juego. Sus últimas palabras: “Volveré a jugar este juego cuando quiera. Abandono el juego. No hay razón para el dolor.”

Unos días después un buque mercante se encontró con el Teignmouth en medio del Atlántico: nadie a bordo, un espectáculo mugriento en su interior y tres libretas azules. La balsa salvavidas seguía en su lugar. El tiempo había sido apacible aquellos días. La conclusión, trágica pero no misteriosa: un navegante solitario había caído por la borda, pero no a causa del mal tiempo. Su viaje había terminado.

“En el mar podrás encontrarlo todo, solo depende del espíritu con el que busques.” (Joseph Conrad).

El diario de Donald Crowhurst

sábado, 9 de febrero de 2013

DONALD CROWHURST (1)



Ya me he referido en este blog a la primera regata vuelta al mundo para navegantes solitarios que tuvo lugar a finales de la década de los sesenta, la que fue denominada como “una regata de locos” y que sentó las bases de la regata Vendée Globe que acaba de finalizar. Un inciso: el navegante catalán Jaume Samsó, que participaba en esta regata, tuvo que ser rescatado hace unos días por un helicóptero, tras volcar su embarcación en el Atlántico, en las proximidades de las islas Azores.

En aquella regata de 1968 destacaron dos nombres, grandes para siempre en el mundo de la navegación: Robin Knox-Johnston, inglés de 28 años, el ganador “oficial”, con quien me encontré casi cuarenta años después en la bahía de Ushuaia cuando participaba en la regata Velux 5 Oceans de 2007; Bernard Moitessier, francés de 45 años, escritor y dibujante, el ganador “moral” (algún día contaré su historia).

Entre el resto de los nueve participantes, Donald Crowhurst, ingeniero electrónico inglés de 36 años. Su nombre no figura en los anales de la navegación. Y, sin embargo, el personaje me atrapó cuando cayó en mis manos por primera vez el relato de esta competición. Así que decidí investigar y profundizar un poco en su historia hasta tener una visión completa de su “aventura”, que voy a describir de forma breve.

Donald Crowhurst era un feliz padre de familia con mujer y cuatro hijos pequeños y vivía en una casa de campo en un pequeño pueblo. Aunque reconocido como brillante profesional su empresa había empezado a declinar. Era un mero aficionado a la navegación y sin embargo decidió tomar parte en la regata organizada por el Sunday Times, con la idea de obtener el trofeo de ganador y poder relanzar así (había 5.000 libras de premio) su empresa de equipos electrónicos. Confiaba ciegamente en ello e incluso había hecho un concienzudo estudio matemático sobre las características de cada barco que le otorgaba una notable ventaja sobre el resto de participantes. Pero el error más grave fue no tener en cuenta que la última carta siempre la juega el mar, ese gran nivelador que siempre se mofa de los mejores planes. Tras algunos contratiempos de última hora, tomó la salida el 31 de Octubre a bordo del trimarán (velero con tres cascos) Teignmouth.

(Continuará…)