Mudanza: f. Traslación que se hace de una casa o de una habitación a otra.
Estos últimos meses he estado de mudanza. A lo largo de la vida de una persona, si mis informaciones son fiables, se producen tres mudanzas de media. Yo ya voy por la cuarta, sin contar las que corresponden a desplazamientos por motivos académicos. Cada mudanza supone un cambio, no sólo de ubicación física, sino también generalmente de la situación personal de cada uno. Por decirlo de forma más científica, supone un hito (empiezo a odiar esta palabra) dentro del cronograma (otro “palabro”) de nuestra vida. Unas van cargadas de ilusión, de proyectos, de vida en común. Otras, de progreso, de ascenso, de reafirmación. Y otras van cargadas de amargura, de frustración, de sensación de fracaso e incertidumbre. Pero todas ellas tienen algo en común. Ofrecen la oportunidad, por un lado, de que aparezcan cosas que creías perdidas, como el diploma de aquel curso de buceo que tanto te hizo sufrir, o el “recordatorio” de la primera comunión luciendo aquella corbata de cuello de goma elástica. Y por otro lado te ofrecen la oportunidad de deshacerte de un montón de basura que has ido acumulando sin saber muy bien por qué ni para qué. Es cierto. Debemos llevar en nuestros genes alguna dosis del “síndrome de Diógenes” que nos empuja a guardar papeles, ropas que no usamos, regalos no deseados, artilugios estropeados… por si acaso. En definitiva, la mudanza es tiempo de limpieza, material y mental. De quedarnos con lo esencial, con lo que vale la pena. Tanto de nuestros armarios y cajones como de nuestras mentes, de nuestros corazones, de nuestras almas (si existen).
Recuerdo con una sonrisa mi mudanza más surrealista. Fue aquella en la que pasábamos del piso en alquiler al piso en propiedad. Gran progreso, sin duda. Y el destino quiso que ese cambio se produjese entre el portal nº 58 y el portal nº 52 de la misma calle. Esto nos llevó a renunciar a los servicios de una empresa de mudanzas, y durante tres días estuvimos calle arriba, calle abajo, arrastrando maletas y enseres varios sin parar. Todavía veo las caras de los niños que jugaban en la calle, que nos miraban a nuestro paso con una expresión entre alucinada y divertida.
Tengo la sensación de que esta mudanza no va a ser la última. Probablemente sea un deseo por recuperar el espíritu de las primeras. Pero sin embargo ha tenido también alguna sorpresa agradable: ha aparecido una joya, el disco de Miles Davis “Kind of blue”, que ahora mismo estoy escuchando. Todo tiene su porqué. Cerrad los ojos y disfrutad.