martes, 27 de septiembre de 2011

LETRAS DE CANCIONES

Cuando de chavales tarareábamos canciones en inglés de “Los Bitlels” o de “Los Rollin”, con una aproximación fonética al idioma original, poco o nada nos preocupaba en realidad lo que esa canción contaba, su letra. Nos daba igual si era una canción de amor o una canción de denuncia. De los créditos que aparecían en el disco, Words and Music, sólo nos interesaba la segunda parte. Y ni siquiera en las canciones en castellano nos deteníamos excesivamente en sus textos. Entrados en la adolescencia empezamos a tomar conciencia de que una canción podía ser algo más que una sucesión de acordes. La canción-protesta o la canción-himno de los agitados años 70-80 en España así como las canciones de amor con las que pretendíamos conquistar a nuestras chicas acompañándonos de una guitarra, nos ayudaron a entender esa dimensión y esa fuerza  de los textos.  Al fin y al cabo la letra de una canción no deja de ser un texto literario que puede abarcar cualquiera de sus géneros: relato (o micro-relato en este caso), poesía, documental, etc. Eso sí, con sus propias reglas, sus propias limitaciones que no son otras que el “encaje” que dicho texto debe conseguir con la melodía a la que va asociado. Y aquí es donde descubrimos que ese encaje no debe resultar sencillo y que incluso esa capacidad de contar tampoco es en general bien aprovechada. Os propongo un experimento que he utilizado varias veces y que me ha proporcionado resultados “sorprendentes”. Consiste sencillamente en leer la letra de una canción como si de un texto cualquiera se tratase. Conviene realizarlo en presencia de varias personas. Si al finalizar la lectura no ha habido carcajadas, muecas de asombro, risas contenidas ni siquiera leves sonrisas, entonces es que ha pasado la prueba del algodón. Pero os aseguro que en un alto porcentaje de ocasiones sucede justamente lo contrario. Puede resultar un entretenimiento divertido. Dos ejemplos para abrir boca. Francisco y su gran éxito de los años 80, Latino:

“…No es por casualidad que viva la pasión apasionadamente.
Que no pueda guardar jamás fidelidad y de ello se deduce
Que tras de una pasión no es oro en el amor todo lo que reluce.
Latino, tengo el calor de una copa de vino.”

Claro, la necesidad de las rimas y de la métrica a veces juega malas pasadas. Y qué decir cuando nos ponemos metafóricos e intentamos asociar el amor con términos marineros. Rocío Jurado desplegando todo su poderío en Amor marinero:

“…Mis brazos son las amarras de tu querer marinero.
Yo soy la bahía, tú eres el velero.
Tanto tender los celos como una red de pescar
Que se ha tragado el anzuelo caray y me tiene secuestrá.”

Bueno, tampoco hay que hacerse mala sangre. Es evidente que para muchos creadores de canciones la letra es un acompañamiento del que no se pueden desprender pero que lo sitúan en un segundo, tercer o enésimo plano por detrás de otros aspectos como la música, la puesta en escena o la imagen.

Pero llegado a este punto el cuerpo me pide, supongo que por contraste, “citar a los clásicos”. Cuando Leonard Cohen, en su canción Chelsea Hotel nº 2 nos cuenta su encuentro sexual y ocasional con Janis Joplin, no se puede describir ni contar con más intensidad en cuatro estrofas las razones de ese encuentro, los estados de ánimo, la amargura… La crudeza con la que Cohen se retrata a sí mismo cuando dice:

“…Me dijiste una vez que preferías a los hombres guapos
Pero que para mí harías una excepción.
…Somos feos pero tenemos la música.”

Y el reconocimiento final de la escasa huella que quedó en él:

“…Te recuerdo bien en el Chelsea Hotel,
Eso es todo, ni siquiera pienso en ti a menudo.”

Bob Dylan retrata la sociedad de los años 60 con canciones que ya en su título reflejan la realidad de la época, The times are a-changin”, con sentencias  contundentes y estructuras repetitivas:

“…Venid padres y madres
De todo el país
Y no critiquéis
Lo que no podéis comprender
Vuestros hijos e hijas
Están fuera de vuestro control,
Vuestra antigua carretera
Está envejeciendo rápidamente.
Por favor, salid de la nueva
Si no podéis echar una mano
Porque los tiempos están cambiando.”

Tampoco es necesario cruzar el charco para encontrar auténticos “escritores” de canciones. Ojos de gata, interpretada por Los Secretos y escrita “a medias” por Enrique Urquijo y Joaquín Sabina (sobre este punto hay una rocambolesca historia) es un buen ejemplo de ello:

“…Con el quiero beber
el alcohol me acunó entre sus mantas
Y soñé con sus ojos de gata
Pero no recordé que de mí algo esperaba.
…Pero como explicar
Que me vuelvo vulgar
Al bajarme de cada escenario.”

Ayer, mientras volvía en coche a casa, sonaba en la radio una canción de la musa culé, Shakira. En condiciones normales no habría prestado atención a la letra o, incluso, habría cambiado de emisora. Pero me embriagó su voz vibrante y presté atención:

“…Suerte que heredé las piernas firmes
Para correr si un día hace falta.
Suerte que mis pechos sean pequeños
Y no los confundas con montañas…”

No sé si he heredado piernas firmes pero sí me dan ganas de salir corriendo…

martes, 20 de septiembre de 2011

PELÍCULAS ROMÁNTICAS

Casualmente, en estas dos últimas semanas he tenido oportunidad de ver, de volver a ver, tres películas a las que les une (he sido consciente de ello ahora) un tema común. Se trata de historias de amor románticas por definirlas de alguna forma. Pero aún hay más. Las tres se caracterizan por el hecho de que dichas historias de amor están protagonizadas por personas adultas, que ya han tenido relaciones pasadas (o presentes), familia, etc. Sin embargo, a las tres películas les separan bastantes años en su realización. Casualmente también el orden en que las he visto ahora ha sido inverso a su cronología.
En primer lugar he visto, en un  pase por televisión, “Los puentes de Madison” (1995), dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por él mismo y por Meryl Streep. Creo que era la tercera vez que la veía y en cada nuevo visionado esta película gana enteros para mí, cada vez descubro algo nuevo que la enriquece y la renueva. Recuerdo que cuando la vi por segunda vez, ya conocido el argumento y el desenlace de la historia, quedé fascinado por la puesta en escena de algunas secuencias como, por ejemplo, en la que el protagonista, Robert,  se encuentra en la calle bajo la lluvia, sube a su camioneta, la protagonista, Francesca, está tras él en su camioneta, con su marido, con la mano en la manilla de la puerta, dudando entre abrirla o no; el semáforo se pone en verde, la camioneta de Robert no se mueve, el marido de Francesca hace sonar el claxon, la camioneta arranca y gira hacia la izquierda y la camioneta de Francesca y su marido continúa en línea recta. Fantástico momento de tensión y lúcida metáfora de la separación de los caminos de los protagonistas. Pues bien, en este último visionado he descubierto el fuerte erotismo que se desprende en varias secuencias de la película. Erotismo perfectamente transmitido por la interpretación de Meryl Streep en un par de escenas, que cobra aún más fuerza al estar encarnado en una mujer que podríamos decir que está fuera de los cánones o arquetipos femeninos del erotismo cinematográfico. Lo cual lo hace aún más creíble y más intenso: Cuando observa su cuerpo en el espejo antes de darse un baño; y cuando está ya dentro de la bañera, observa las gotas que caen sobre ella desde la ducha y las asocia con el momento anterior en el que Robert ha estado duchándose allí mismo. Y cuando en el porche, se desabrocha el vestido y ofrece su cuerpo ardiente al viento fresco de la noche asumiendo, de alguna forma, que la pasión sexual por este hombre se ha apoderado de ella, una sencilla ama de casa en un pequeño pueblo del interior. Difícil poner en imágenes de una forma más básica y sutil a la vez el ardor pasional y la lucha interna de una mujer. Veremos qué me depara su próximo visionado.



En segundo lugar he visto “Un hombre y una mujer” (1966), película francesa dirigida por Claude Lelouch. Y debo decir que me puse a ello sin excesiva “pasión” ya que no guardaba un buen recuerdo de ella (la había visto una vez hacía ya mucho tiempo) o, mejor dicho, no guardaba apenas recuerdo de ella. Recordaba casi únicamente la empalagosa sintonía musical del “dabadabada, dabadabada”, una mala versión de una canción brasileña. Así que las expectativas no eran muy grandes y tal vez por ello debo reconocer que me he reconciliado de alguna forma con la película. En primer lugar porque la dichosa sintonía no es tan machacona como yo pensaba ya que sólo se escucha brevemente al principio y al final de la cinta. Un alivio. Y fundamentalmente porque su final, donde la historia adquiere un ritmo mucho más intenso, me ha dejado un buen sabor de boca con esa carrera en paralelo entre el coche de Jean-Louis y el tren de Anne y su reencuentro final en la estación. Hay un profundo giro de la historia, cuando ésta ya parece definitivamente cerrada, que le aporta una frescura inesperada. La presencia de la actriz Anouk Aimée también ayuda, frente a un hierático Jean-Louis Trintignant.



Por último, “Breve Encuentro” (1945), dirigida por David Lean y protagonizada por Celia Johnson y Trevor Howard. Una arenilla en un ojo, un cruce de miradas y el Piano Concerto nº 2 de Rachmaninoff. Así empieza una de las historias de amor más bellas del cine. Siempre he admirado la capacidad de directores como David Lean para pasar de las grandes superproducciones (El puente sobre el río Kwai, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago) a las películas intimistas o a la inversa, sin perder un ápice de intensidad narrativa. Esta película es “redonda” se mire por donde se mire: argumento, interpretación, puesta en escena, simbolismo de los espacios y elementos donde se desarrolla (la estación de ferrocarril, entre nubes de vapor y golpes de sirena; el puente utilizado en su simbología básica, de encuentro entre dos orillas antes separadas y que vuelve a aparecer en el último día que pasan juntos…), utilización de la elipsis, de las miradas. Las palabras con las que Laura, la protagonista, empieza a narrar su historia la relacionan de forma directa con la de Francesca en “Los puentes de Madison”: “no sabía que algo tan intenso pudiera pasarle a una mujer corriente”. Y no cabría imaginarse, al menos para mí, un final diferente. Y este me parece que es un bonito debate: ¿final feliz?, ¿final infeliz? En este caso se puede interpretar como final feliz desde el punto de vista conservador de la sociedad americana de la época: triunfa el concepto de familia frente a opciones disolutas. Pero también se puede ver como final no feliz desde la visión puramente “romántica” o pasional de la que el espectador se ha podido ir impregnando a lo largo de la cinta. 




A mí es un tema que me interesa, que incluso me divierte. Reconozco que cuando salgo de ver algunas películas entiendo que habrían resultado mejores (para mí, claro) cambiando el desenlace final hacia una resolución menos feliz o al menos más ambigua o abierta. Cuando estamos hablando de historias románticas la cuestión básicamente se resuelve entre “chico se queda con chica” o “chico no se queda con chica” (o viceversa). Pues bien, aquí tenemos tres ejemplos de tres buenas películas románticas con desenlaces diferentes. En “Breve Encuentro” “chico no se queda con chica”, en “Un hombre y una mujer” sí, y en “Los puentes de Madison” no, pero con matices, ya que la carta que recibe al final la protagonista plantea una situación intermedia, en la que la historia de amor ha pervivido de alguna manera a lo largo del tiempo. Y curiosamente, la reacción que provoca la historia de Francesca en sus hijos, separación en ella y reafirmación de la relación en él, también abre ambas vías de final feliz o no. Y todo esto viene a cuento de que gente de mi entorno me “acusa” de que prefiero, por sistema, películas con final no feliz. Y casi me lo he llegado a creer. Pero no es cierto. Reconozco que más de una película me ha dejado un mal sabor de boca al entender que un final “no feliz” habría mejorado notablemente la historia, la habría hecho más verosímil. Eso es todo. De todas formas, insistiendo en la ambigüedad del término y en lo que para cada uno puede ser o no un “final feliz”, con un ejemplo muy claro creo que conseguiré salvarme de la hoguera: la última película de Woody Allen, “Medianoche en París” tiene final feliz… y me ha gustado mucho.

ARQUITECTURA TRANSPARENTE

Leo en la prensa: “Santander hace sitio al legado de Botín. El banquero presenta el proyecto del nuevo centro de arte proyectado por Renzo Piano. Con una inversión de 62 millones de euros el complejo, que dirigirá Vicente Todolí, alzará sobre la bahía dos edificios transparentes y una larga pasarela.”
Más adelante se insiste en la apariencia en este caso “translúcida” de los volúmenes y se vuelve a hacer hincapié al final de la noticia en las “fachadas acristaladas que dotarán de transparencia a los edificios” que, a su vez, se definen como construcciones “sutiles”.
La arquitectura transparente no existe, salvo en el subconsciente de bienintencionados arquitectos. El planteamiento de arquitectura transparente como aquella que tiene la cualidad de pasar desapercibida, de no alterar el paisaje, es sólo eso, un planteamiento, tal vez un deseo, que entra en directa contradicción con la propia esencia del hecho arquitectónico que no es otro que el de transformar el paisaje precisamente. Y no es casual que en el mismo reportaje de prensa se reconozca en otro párrafo que la nueva edificación “va a alterar el perfil de la bahía de Santander”. Lógico, no podía ser de otra manera en un edificio de más de 6.000 metros cuadrados de superficie, salvo que se acudiese al mago David Copperfield, experto en hacer desaparecer aviones y edificios. Así que de transparente, nada.
Nos empeñamos en asociar arquitectura acristalada con arquitectura ligera, transparente, casi invisible. Y la realidad construida nos pone continuamente delante de nuestras narices este error de concepto. Pero seguimos insistiendo. Con las maquetas y, sobre todo, las vistosas infografías que realizamos para presentar los proyectos nos engañamos a nosotros mismos y creemos que nuestro edificio construido va a ser capaz de mantener a pies juntillas los atributos, texturas y transparencias que las herramientas del Photoshop o el programa de turno ha puesto a nuestra disposición en el proceso de diseño.
Un ejemplo reciente. Las torres del arquitecto japonés Arata Isozaki en Bilbao (Isozaki Atea) también se presentaron como unos prismas transparentes, casi etéreos, en los que, por lo visto, ni los núcleos de escalera, ni las camas de los dormitorios, ni las bañeras de hidromasaje de los baños iban a ser capaces de alterar esa supuesta “invisibilidad”. Pues bien, pasen y vean: un muro cortina de vidrio, eso sí, pero más opaco que los muros de la catedral de Santiago.
Ya he comentado en otras ocasiones que esto de “vender” los proyectos (al cliente, al político, a la ciudadanía…) no es fácil. Yo mismo reconozco que he vendido las curvas de una cubierta como un “reflejo de los montes circundantes”, o una ordenación relativamente aleatoria de huecos de ventana como la “simulación de un pentagrama”. Son juegos de magia que utilizamos para obtener el beneplácito de nuestro público e incluso para proporcionar argumentos que el propio cliente luego pueda utilizar. Pero a algunos de estos juegos se les empieza a descubrir el truco. ¿No resultaría ridículo gastar 62 millones de euros en algo que no se ve? Estoy seguro que Botín no lo permitiría.
Así que insisto, la arquitectura, como la carne de burro, no es transparente. 

GRAHAM DALTON

Ordenando unos archivos de fotografías he encontrado una fechada el 18 de Junio de 2007 en la que estoy junto a Graham Dalton en el puerto deportivo de Getxo. Seis meses antes de que se hiciera esta fotografía yo no sabía quién era este hombre. Y un mes antes les contaba a mi mujer y a mis hijos en la cocina de casa mientras cenábamos la historia de Graham Dalton durante su participación en la regata Velux 5 Oceans, regata vuelta al mundo de veleros para navegantes solitarios. Creo que ha sido una de las pocas ocasiones en que mis hijos me han visto llorar, mientras les indicaba sobre un mapa de la regata que había pegado en la pared la ruta que su barco había llevado. Esa regata tuvo para mí muchas historias encadenadas y algunos de los momentos más emocionantes en mi relación con el mar, pero hoy me voy a centrar exclusivamente en nuestro hombre y en su periplo a través de los océanos. Voy a intentar relatarlo de forma casi telegráfica:
-          Dalton, marino neozelandés, llevaba 40 de sus 54 años pensando en circunnavegar el globo en solitario.
-          Mientras construía su barco para la regata (un open 50, más pequeño y menos veloz que los open 60 que conformaban el resto de la flota) su hijo Anthony, de 23 años, murió de cáncer. Antes de morir le pidió que siguiera adelante con su proyecto. Dalton bautizó el barco con el nombre de “A southern man” (Un hombre del sur) en homenaje a su hijo y colocó en el casco su fotografía y sus iniciales, AGD.
-          Su prólogo de regata desde Estados Unidos hasta Europa fue accidentado ya que en su aproximación al puerto de Getxo, y sólo tres días antes de la salida de la regata, atravesó un fortísimo temporal que le obligó a retrasar la salida cinco días.
-          En su descenso por el Atlántico se vio obligado a detenerse en Porto Santo (Madeira) para reparar el timón.
-          Navegando ya por los mares del sur tras haber doblado el cabo sudafricano de Buena Esperanza tuvo que detenerse también en las remotas islas Kerguelen por la rotura de una vela.
-          Antes de llegar a Australia, una tormenta con vientos de más de 150 km/h le llevaron a llamar a través del teléfono vía satélite a su casa para despedirse, porque creía que no iba a ser capaz de superar el temporal que le estaba destrozando a él y a su barco. Pero nadie respondió a su llamada.
-          Logró finalizar la primera etapa en Australia con las velas hechas jirones y graves desperfectos en el resto del barco. Su mujer le comunicó que le habían detectado un cáncer. Por eso su llamada no había tenido respuesta. Al no contar con ningún patrocinador oficial como el resto de participantes en la regata, no disponía de ningún equipo de apoyo en tierra para reparar el barco. Un grupo de gente voluntaria le ayudó y pudo zarpar iniciando la segunda etapa.
-          Al poco de tiempo tuvo que recalar de nuevo en puerto ya que una fuga de combustible había echado a perder buena parte de sus provisiones.
-          Nada más atravesar el cabo de Hornos en su regreso al Atlántico se fracturó dos dedos y una nueva avería le obligó a parar en las islas Malvinas.
-          Más tarde se volvió a romper el timón frente a las costas de Brasil y tuvo que atracar en Fortaleza. Sufrió una grave gastroenteritis y mientras se recuperaba su barco fue asaltado por unos ladrones que se llevaron todo el equipamiento electrónico de navegación.
-          Cuando iba a zarpar de nuevo, observó que la quilla del barco había perdido el bulbo (contrapeso de más de mil kg.). Buscó en tierra un taller metalúrgico y construyó un nuevo bulbo zarpando en unas condiciones bastante precarias.
-          Una nueva tormenta destrozó una de las velas así como el piloto automático, lo que le obligó a una nueva parada, en esta ocasión en las islas Bermudas.
-          El 25 de Abril entró en el puerto de Norfolk, final de la segunda etapa, pero fuera del tiempo establecido por la organización por lo que resultó descalificado.
-          Ya sin ninguna limitación temporal Dalton se tomó tiempo para reparar el barco y el 31 de Mayo zarpó definitivamente desde la costa de Virginia rumbo a Bilbao.

18 de Junio. Madrugada del domingo al lunes. Para muchos, la noche de la salvación del Athletic, que había estado a punto de bajar a segunda división. Para unos pocos, la noche en que Graham Dalton llegó al puerto de Getxo a bordo de su velero “A southern man”, culminando su particular vuelta al mundo. Media docena de barcos salimos hacia las 02.30 h. a su encuentro. Era una noche estrellada. Cuando llegamos a puerto nos dijo:
“En todo mi viaje he estado acompañado por mi hijo. Él ha pasado conmigo los momentos buenos y los momentos malos. Hemos llegado hasta aquí y hemos conseguido nuestro objetivo. Ahora puedo dejarle marchar”.
Vuelvo a mirar la fotografía, su profunda mirada hacia el cielo. Y vuelvo a llorar.



LA INSPIRACIÓN DE KRIER

Robert Krier, arquitecto y escultor centroeuropeo, se ha sumado a la pléyade de arquitectos foráneos que han ido dejando su huella en el nuevo Bilbao. Su edificio de viviendas, cerrando la nueva Plaza de Euskadi, ya aparece reluciente tras la retirada de los últimos andamios. El emplazamiento de su proyecto es estratégico: por un lado, dando fachada a esta nueva plaza sobre la que se erige la Torre Iberdrola de César Pelli, y por el otro, asomándose al parque de Doña Casilda, uno de los emblemas del ensanche bilbaíno, y dialogando con el Museo de Bellas Artes. Un lugar “emblemático” o “privilegiado” para el desarrollo de un proyecto con el que todo arquitecto sueña. Krier no engaña a nadie con su arquitectura. Ya conocemos desde hace muchos años cuáles son sus claves y sus postulados. Por lo tanto no pretendo desvelar aquí nada nuevo al respecto. Vaya por delante, y para poner mis cartas boca arriba desde el principio, que su arquitectura me interesa poco. Pero es ese tipo de arquitectura que resulta “vistosa” para parte del gran público y que, enfrentada (nunca mejor dicho) a otro tipo de arquitectura tan alejada conceptualmente como el nuevo rascacielos acristalado que le da sombra o el propio museo Guggenheim, por poner dos ejemplos, genera un cierto estado de opinión y de debate a nivel ciudadano sobre la idoneidad de una arquitectura o de otra. Lo que me molesta del proyecto de Krier es que sea tramposo, que su autor diga que se ha inspirado para su edificio de viviendas en los excepcionales edificios de nuestro ensanche de principios del siglo pasado. Su afirmación no resiste un mínimo análisis comparativo: si algo caracteriza a los edificios de nuestro ensanche es la solidez, su robustez constructiva, que en la obra de Krier no aparece por ningún lado. No respeta la parcelación completa de manzana sino que plantea  una especie de “parcelación gótica” más propia de nuestro histórico casco viejo como bien apuntaba una colega, no respeta siquiera la continuidad de los remates de cornisa, utiliza un catálogo inagotable de huecos de ventanas, miradores, arcos, molduras que no responden en absoluto a la claridad compositiva de los proyectos del ensanche ya sea en sus variantes historicistas, eclécticas o racionalistas. En definitiva, Krier hace su arquitectura, la que ha venido haciendo siempre. Por tanto “que no nos venda la moto” de sus paseos por la ciudad cámara en mano para inspirarse en el espíritu del ensanche bilbaíno. A no ser que su mecanismo de inspiración sea por negación, por contraste. Pero un dato lo delata definitivamente: su proyecto resulta sospechosamente similar al que realizó hace unos años en el barrio de Txurdinaga. ¿También para aquel proyecto se inspiró en el ensanche? ¿Se dan unas condiciones de entorno equivalentes en ambos proyectos? Te hemos pillado Bob. Entiendo que cuando se presenta un proyecto de estas características hay que venderlo de alguna manera - recuerdo a Ricardo Legorreta presentando la maqueta del edificio del nuevo Hotel Sheraton en Abandoibarra pretendidamente inspirado en las esculturas de Eduardo Chillida ¿?? – pero ya empezamos a ser mayorcitos para estas trampas tan burdas.
Hace unas semanas me contaron una anécdota que viene al pelo. En una de las últimas visitas de obra del citado César Pelli, en conversación con dos colegas bilbaínos con responsabilidades en los procesos urbanísticos y arquitectónicos de nuestra ciudad (no voy a revelar sus nombres por discreción), uno de ellos se lamentaba porque vive en un piso de un edificio histórico que se encuentra frente al que estamos haciendo referencia:
- Ahora, cada vez que salgo al balcón veo ese edificio horripilante, y no puedo con ello.
A lo que Pelli, desde su octogenaria lucidez le respondió:
- Tienes una solución muy sencilla. Vende tu piso, compra un nuevo piso en el edificio de Krier, y así cada vez que te asomes a la ventana disfrutarás viendo tu anterior edificio que tanto te gusta.
Desconozco el final de la historia.
De cualquier manera, al ser una obra que está dando tanto juego  a la opinión y a la controversia se merece, creo yo, que le pongamos un nombre, un apodo o “mote”, algo que no es nuevo en nuestra ciudad. A lo largo del tiempo tenemos ejemplos como “la Bombonera” (Teatro Campos Elíseos), “las casas americanas” (viviendas municipales en Deusto), o “la casa de Gaudí (que no es de Gaudí). Desde luego su nombre oficial, Arklass, aparte de impronunciable es poco emotivo.
Ayer caminaba por una calle de Bilbao y me detuve ante el escaparate de una agencia inmobiliaria. En él lucía impecable una maqueta del edificio Arklass junto a información sobre programas de viviendas, superficies, precios, posibilidades de financiación… Seguí caminando y unas manzanas más allá me deslumbró la cúpula dorada del Arklass, y entonces lo entendí todo. Es también una maqueta. No es un edificio real. Es una maqueta de cartón a escala 1/1 muy bien ensamblada y pintada. ¿O no?
Bueno, ya había puesto mis cartas boca arriba desde las primeras líneas y quizás por ello sorprenda lo que ahora voy a decir. Robert Krier es un arquitecto necesario. Si no existiera habría que inventarlo. Y si el Arklass no existiera habría que construirlo de inmediato. En definitiva, su proyecto es un edificio necesario para Bilbao. ¿Por qué? Porque hace mejores, mucho mejores, a “nuestros edificios del Ensanche”.