Robert Krier, arquitecto y escultor centroeuropeo, se ha sumado a la pléyade de arquitectos foráneos que han ido dejando su huella en el nuevo Bilbao. Su edificio de viviendas, cerrando la nueva Plaza de Euskadi, ya aparece reluciente tras la retirada de los últimos andamios. El emplazamiento de su proyecto es estratégico: por un lado, dando fachada a esta nueva plaza sobre la que se erige la Torre Iberdrola de César Pelli, y por el otro, asomándose al parque de Doña Casilda, uno de los emblemas del ensanche bilbaíno, y dialogando con el Museo de Bellas Artes. Un lugar “emblemático” o “privilegiado” para el desarrollo de un proyecto con el que todo arquitecto sueña. Krier no engaña a nadie con su arquitectura. Ya conocemos desde hace muchos años cuáles son sus claves y sus postulados. Por lo tanto no pretendo desvelar aquí nada nuevo al respecto. Vaya por delante, y para poner mis cartas boca arriba desde el principio, que su arquitectura me interesa poco. Pero es ese tipo de arquitectura que resulta “vistosa” para parte del gran público y que, enfrentada (nunca mejor dicho) a otro tipo de arquitectura tan alejada conceptualmente como el nuevo rascacielos acristalado que le da sombra o el propio museo Guggenheim, por poner dos ejemplos, genera un cierto estado de opinión y de debate a nivel ciudadano sobre la idoneidad de una arquitectura o de otra. Lo que me molesta del proyecto de Krier es que sea tramposo, que su autor diga que se ha inspirado para su edificio de viviendas en los excepcionales edificios de nuestro ensanche de principios del siglo pasado. Su afirmación no resiste un mínimo análisis comparativo: si algo caracteriza a los edificios de nuestro ensanche es la solidez, su robustez constructiva, que en la obra de Krier no aparece por ningún lado. No respeta la parcelación completa de manzana sino que plantea una especie de “parcelación gótica” más propia de nuestro histórico casco viejo como bien apuntaba una colega, no respeta siquiera la continuidad de los remates de cornisa, utiliza un catálogo inagotable de huecos de ventanas, miradores, arcos, molduras que no responden en absoluto a la claridad compositiva de los proyectos del ensanche ya sea en sus variantes historicistas, eclécticas o racionalistas. En definitiva, Krier hace su arquitectura, la que ha venido haciendo siempre. Por tanto “que no nos venda la moto” de sus paseos por la ciudad cámara en mano para inspirarse en el espíritu del ensanche bilbaíno. A no ser que su mecanismo de inspiración sea por negación, por contraste. Pero un dato lo delata definitivamente: su proyecto resulta sospechosamente similar al que realizó hace unos años en el barrio de Txurdinaga. ¿También para aquel proyecto se inspiró en el ensanche? ¿Se dan unas condiciones de entorno equivalentes en ambos proyectos? Te hemos pillado Bob. Entiendo que cuando se presenta un proyecto de estas características hay que venderlo de alguna manera - recuerdo a Ricardo Legorreta presentando la maqueta del edificio del nuevo Hotel Sheraton en Abandoibarra pretendidamente inspirado en las esculturas de Eduardo Chillida ¿?? – pero ya empezamos a ser mayorcitos para estas trampas tan burdas.
Hace unas semanas me contaron una anécdota que viene al pelo. En una de las últimas visitas de obra del citado César Pelli, en conversación con dos colegas bilbaínos con responsabilidades en los procesos urbanísticos y arquitectónicos de nuestra ciudad (no voy a revelar sus nombres por discreción), uno de ellos se lamentaba porque vive en un piso de un edificio histórico que se encuentra frente al que estamos haciendo referencia:
- Ahora, cada vez que salgo al balcón veo ese edificio horripilante, y no puedo con ello.
A lo que Pelli, desde su octogenaria lucidez le respondió:
- Tienes una solución muy sencilla. Vende tu piso, compra un nuevo piso en el edificio de Krier, y así cada vez que te asomes a la ventana disfrutarás viendo tu anterior edificio que tanto te gusta.
Desconozco el final de la historia.
De cualquier manera, al ser una obra que está dando tanto juego a la opinión y a la controversia se merece, creo yo, que le pongamos un nombre, un apodo o “mote”, algo que no es nuevo en nuestra ciudad. A lo largo del tiempo tenemos ejemplos como “la Bombonera” (Teatro Campos Elíseos), “las casas americanas” (viviendas municipales en Deusto), o “la casa de Gaudí (que no es de Gaudí). Desde luego su nombre oficial, Arklass, aparte de impronunciable es poco emotivo.
Ayer caminaba por una calle de Bilbao y me detuve ante el escaparate de una agencia inmobiliaria. En él lucía impecable una maqueta del edificio Arklass junto a información sobre programas de viviendas, superficies, precios, posibilidades de financiación… Seguí caminando y unas manzanas más allá me deslumbró la cúpula dorada del Arklass, y entonces lo entendí todo. Es también una maqueta. No es un edificio real. Es una maqueta de cartón a escala 1/1 muy bien ensamblada y pintada. ¿O no?
Bueno, ya había puesto mis cartas boca arriba desde las primeras líneas y quizás por ello sorprenda lo que ahora voy a decir. Robert Krier es un arquitecto necesario. Si no existiera habría que inventarlo. Y si el Arklass no existiera habría que construirlo de inmediato. En definitiva, su proyecto es un edificio necesario para Bilbao. ¿Por qué? Porque hace mejores, mucho mejores, a “nuestros edificios del Ensanche”.
2 comentarios:
Hace cuatro días pasaba frente a este edificio. No lo había visto antes y no me gustó. No sé nada de arquitectura, pero sí sé cuándo algo me gusta y cuándo no y este edificio me dio sensación de falsedad. Cuando lo estaba viendo, alguien me hablaba de tu blog y de esta entrada. No me dio tiempo a dar mi opinión sobre el edificio antes de conocer la tuya y entonces ya no me pareció oportuno hacerlo. Aprovecho la licencia que me da este espacio para hacerlo ahora.
Un saludo.
Aunque no sepas nada de arquitectura, o precisamente quizás por ello, creo que das con la definición adecuada: falsedad.
Gracias por tu aportación.
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