martes, 20 de septiembre de 2011

ARQUITECTURA TRANSPARENTE

Leo en la prensa: “Santander hace sitio al legado de Botín. El banquero presenta el proyecto del nuevo centro de arte proyectado por Renzo Piano. Con una inversión de 62 millones de euros el complejo, que dirigirá Vicente Todolí, alzará sobre la bahía dos edificios transparentes y una larga pasarela.”
Más adelante se insiste en la apariencia en este caso “translúcida” de los volúmenes y se vuelve a hacer hincapié al final de la noticia en las “fachadas acristaladas que dotarán de transparencia a los edificios” que, a su vez, se definen como construcciones “sutiles”.
La arquitectura transparente no existe, salvo en el subconsciente de bienintencionados arquitectos. El planteamiento de arquitectura transparente como aquella que tiene la cualidad de pasar desapercibida, de no alterar el paisaje, es sólo eso, un planteamiento, tal vez un deseo, que entra en directa contradicción con la propia esencia del hecho arquitectónico que no es otro que el de transformar el paisaje precisamente. Y no es casual que en el mismo reportaje de prensa se reconozca en otro párrafo que la nueva edificación “va a alterar el perfil de la bahía de Santander”. Lógico, no podía ser de otra manera en un edificio de más de 6.000 metros cuadrados de superficie, salvo que se acudiese al mago David Copperfield, experto en hacer desaparecer aviones y edificios. Así que de transparente, nada.
Nos empeñamos en asociar arquitectura acristalada con arquitectura ligera, transparente, casi invisible. Y la realidad construida nos pone continuamente delante de nuestras narices este error de concepto. Pero seguimos insistiendo. Con las maquetas y, sobre todo, las vistosas infografías que realizamos para presentar los proyectos nos engañamos a nosotros mismos y creemos que nuestro edificio construido va a ser capaz de mantener a pies juntillas los atributos, texturas y transparencias que las herramientas del Photoshop o el programa de turno ha puesto a nuestra disposición en el proceso de diseño.
Un ejemplo reciente. Las torres del arquitecto japonés Arata Isozaki en Bilbao (Isozaki Atea) también se presentaron como unos prismas transparentes, casi etéreos, en los que, por lo visto, ni los núcleos de escalera, ni las camas de los dormitorios, ni las bañeras de hidromasaje de los baños iban a ser capaces de alterar esa supuesta “invisibilidad”. Pues bien, pasen y vean: un muro cortina de vidrio, eso sí, pero más opaco que los muros de la catedral de Santiago.
Ya he comentado en otras ocasiones que esto de “vender” los proyectos (al cliente, al político, a la ciudadanía…) no es fácil. Yo mismo reconozco que he vendido las curvas de una cubierta como un “reflejo de los montes circundantes”, o una ordenación relativamente aleatoria de huecos de ventana como la “simulación de un pentagrama”. Son juegos de magia que utilizamos para obtener el beneplácito de nuestro público e incluso para proporcionar argumentos que el propio cliente luego pueda utilizar. Pero a algunos de estos juegos se les empieza a descubrir el truco. ¿No resultaría ridículo gastar 62 millones de euros en algo que no se ve? Estoy seguro que Botín no lo permitiría.
Así que insisto, la arquitectura, como la carne de burro, no es transparente. 

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