martes, 21 de octubre de 2014

ASCENSIÓN A LOS OJOS DEL DIABLO Y CANDINA (18/10/2014)

La amenaza de calor bochornoso quedó en eso, en amenaza. Además un suave filtro de nubes altas nos protegió de los rayos solares en buena parte del recorrido. ¿Qué más se puede pedir? Cumplimos nuestro objetivo de meternos en los ojos del diablo (también conocidos como ojos de LLanegro y ojos de Solpico) y alcanzar después la cumbre de Candina. Tuvimos una nueva y joven incorporación y echamos en falta a algunos que, a pesar de sus deseos, no pudieron acompañarnos en esta ocasión. No conseguimos cazar pero, a pesar de ello, comimos unas buenas viandas. Seguiremos en ruta.

01. Atravesando la hoya de Falluengo


02. La hoya a contraluz


03. Oteando el horizonte

  
 
04. Horizonte oteado
  
 
05. La reina de los riscos
  
 
06. El árbol que surgió de las piedras
  
07. La ballena de Sonabia a través del ojo

  
08. Dentro del ojo

09. “El pensador”


 
10. Cruzando… el otro ojo

11. Rumbo a la cima de Candina


12. Buscando caza


 
13. Liendo, Laredo, Santoña, Noja…

 
14. Echando un cantecito
  
15. Se abre la veda


16. ¡Como cabras!
  
17. Un poco de agua, por favor

  
18. ¡Ay, que me caigo!
  
19. ¡Ay, qué hambre!

jueves, 16 de octubre de 2014

EL CABRERO, EL MONTAÑERO Y LA EXPERIENCIA


Vi a lo lejos un rebaño de cabras que ascendía por el monte. Y detrás dos figuras humanas que las azuzaban con gritos y silbidos. Aceleré el paso para cruzarme con ellos, pero se movían con rapidez. Tuve que dar lo mejor de mí mismo y conseguí llegar a la altura del segundo cabrero… porque se detuvo un momento. Yo estaba sin resuello y le hice un gesto para que esperara. Cuando pude articular palabra le pregunté, suponiendo que conocía bien la zona, si sabía de alguna ruta para llegar a la cima por el lado norte (por el lado sur ya había subido en otras ocasiones). En efecto, conocía aquellas montañas al dedillo, me dio todo tipo de explicaciones sobre los nombres de cada paraje, me contó que estaban bajando las cabras al valle porque venía el veterinario, que parecía que el tiempo estaba de cambio, que se podía ir por aquí y por allá… pero no respondió a mi pregunta. Volví a formulársela, de manera más clara, y el resultado fue el mismo. El cabrero conocía cada risco, cada paso, pero no necesitaba caminos ni senderos para ir de un lugar a otro. Con seguir a las cabras le bastaba. 

Unos metros más adelante me crucé con un montañero veterano que bajaba no sé de dónde. Le planteé la misma cuestión. No respondió de inmediato con lo que supuse que tampoco iba a sacar nada en limpio. Miró hacia la cumbre, miró a la derecha, miró a la izquierda, y empezó a improvisar una respuesta. La misma respuesta que habría dado yo después de mirar a la cumbre, a derecha y a izquierda. No reconoció que nunca había hecho esa ruta pero intentó evidenciar su experiencia en la montaña.

Cuando estudié en la Universidad tuve algún que otro profesor “cabrero”, arquitectos con una trayectoria profesional interesante, con buenas obras realizadas, con mucha experiencia, pero con incapacidad para adaptar y transmitir sus conocimientos al alumnado. Y también algún que otro profesor “montañero”, de esos que año tras año cuentan la misma historia, llevan el mismo programa, sin plantearse si quiera el que pueda existir algún “camino diferente hacia la cumbre.”

Y esto me lleva a pensar en el relativo valor de la experiencia o, mejor dicho, en el excesivo valor que, a veces, le otorgamos a la misma, entendida como una actividad o práctica prolongada, como un valor simplemente cuantitativo, sin profundizar en su nivel de calidad. Por ejemplo, en los concursos de arquitectura se plantea como valor fundamental el tener experiencia en “trabajos similares al objeto de la convocatoria”, llegando al extremo de ser incluso una condición necesaria para poder participar el haber realizado a lo largo de los últimos años proyectos de más de 200 viviendas para un concurso de 50 viviendas (no me lo estoy inventando). O haber realizado al menos 3 proyectos de palacios de congresos para un concurso de 1 palacio de congresos (claro, como se hacen palacios de congresos a diario quien más quien menos tiene en su currículo dos o tres proyectos de ese tipo que le avalen).

En definitiva, damos por hecho con excesiva ligereza que la experiencia es un activo y un valor en sí misma sin analizar la calidad de ese “amplio currículo”. Puede que esos proyectos de más de 200 viviendas sean unos malos proyectos, hechos como churros a lo largo de muchos años y que, sin embargo, un arquitecto recién licenciado y “sin experiencia” sea capaz de aportar cosas más interesantes en su primer proyecto. Y creo que el ejemplo es exportable a todas las facetas de la vida. Mi “experiencia” me dice que en muchos casos es así. Y eso que estoy tirando piedras contra mi propio tejado porque ya empiezo a estar más del lado de una amplia trayectoria profesional que del recién licenciado, ¡jo!

EPÍLOGO. Cuando me encontré con el cabrero ésta era mi equipación: pantalones y camiseta de montaña, botas chirucas, bastones de montaña, gorra, cinta para las gafas, mochila con: botellín de agua, navaja multiusos, pañuelos de papel, una manzana, dos onzas de chocolate, cámara de fotos, teléfono móvil, prismáticos, sudadera por si se ponía de cambio… La del cabrero: unas viejas zapatillas de deporte, un chándal deslavado y una vara de avellano para dirigir a las cabras. Al menos algo positivo tiene la experiencia, la optimización de recursos.

¿Que cómo acabó la jornada? Alcancé la cumbre por la vertiente sur, el camino de toda la vida.

jueves, 9 de octubre de 2014

SALIDA AL MONTE (7): OJOS DEL DIABLO

Otoño. Las hojas de los árboles ya están perdiendo su tono verdoso convirtiendo el paisaje en una amplia paleta de tonos ocres y amarillentos. Siempre me ha parecido la época más atractiva para hacer una escapada al monte.

En esta ocasión nos acercaremos a “los ojos de Llanegro”, conocidos popularmente como “los ojos del diablo”, dos grandes aberturas ubicadas en el macizo kárstico de Monte o Peña Candina, que se alza sobre el Cantábrico entre la bahía de Oriñón y el valle de Liendo. La ascensión se realiza entre rocas, picos y depresiones (hoyas) a través de un variado paisaje en el que quedan restos de una antigua explotación minera.

El primer tramo, cruzando la hoya de Tueros, se realiza entre laureles y madroños. Tras bordear posteriormente la hoya de Falluengo, en vez de seguir en dirección oeste hacia la cima de Candina (esta ruta la hicimos hace un par de años) seguiremos en dirección norte a través de los planos inclinados que servían para transportar las vagonetas cargadas de mineral de hierro. Y accederemos hasta los ojos, a través de los cuales podremos observar la playa y la “ballena” (Punta Cebollero) de Sonabia. Si quedan fuerzas, que seguro que sí, continuaremos la ascensión, bordeando la hoya Negra, hasta la cumbre de Candina por su lado norte (472 m.) tras poco más de hora y media de camino, desde donde divisaremos unas imponentes vistas del Cantábrico y de los valles interiores (Liendo, Guriezo). En el cielo veremos ejemplares de la importante colonia de buitres que habitan en este macizo.

 Situación

La salida está programada para el sábado 18 de Octubre. El recorrido parte del alto de Candina, en la carretera que une Oriñón y Liendo. La ascensión tiene subidas y bajadas a través de las hoyas con algunas zonas de terreno pedregoso. 

Recorrido

“Los Ojos del Diablo”

En cuanto al grado de dificultad, se trata de una ascensión corta, con repechos y descansos, sin mayores problemas. Así que a todos los que os apetezca disfrutar de esta ruta os animo a que os acerquéis a Islares, punto de encuentro. Desde ahí nos desplazaremos hasta el alto de Candina, donde iniciaremos la ascensión. Al terminar, y para no perder las buenas costumbres, habrá viandas para reponer fuerzas.

Datos técnicos

-       Fecha de salida: Sábado 18 de Octubre, a las 9.00 h.
-       Lugar de salida: Urbanización El Oasis, Islares (junto a la gasolinera), Castro Urdiales. Desplazamiento en vehículo al alto de Candina (5 km.).
-       Desnivel: 330 metros.
-       Recorrido: 9 kilómetros aprox.
-       Duración: 3 horas (ida y vuelta).

viernes, 3 de octubre de 2014

VOLAR Y SER INVISIBLE

Volar y ser invisible. Los deseos más anhelados por el ser humano. Si los sueños son, de alguna manera, una proyección de nuestros anhelos, es cierto que en mi caso la sensación de volar aparece en algunos de ellos, de los pocos que recuerdo. Y es una sensación muy física, muy real. Tanto es así que en más de una ocasión me he despertado sudoroso y con una sensación de vértigo y de mareo tras un vuelo veloz y acrobático. Los aterrizajes son mi punto débil. Y en mis paseos montañeros me quedo absorto observando los vuelos majestuosos de las águilas y de los buitres, envidiando su capacidad para planear manteniéndose durante largo tiempo colgados del cielo. Sí, me gustaría poder volar.

Sin embargo lo de ser invisible no lo veo. Me parece que responde más a intenciones maliciosas, a ver sin ser visto, a espiar, a una actitud de cobardía. A pesar de las buenas acciones de la mujer invisible en “Los 4 fantásticos”. Pero, por otro lado, esto de la invisibilidad parece darse de bruces con una de las grandes tendencias sociales actualmente en boga en el territorio virtual. Hace unas semanas recibí una invitación para que este blog participara en una especie de revista de blogs digital. Por la calidad de sus contenidos, según sus promotores. Tras agradecer la propuesta planteé una ingenua cuestión: ¿Qué contrapartida recibo yo a cambio? La respuesta fue inmediata: Te damos “visibilidad”. No sé a cuánto cotiza esta nueva moneda, la visibilidad. Entonces, y según esto, parece mejor ser visible que invisible. Tu éxito depende de que tengas un gran número de seguidores o de amigos o de comentarios en la red. Y sin embargo, por otro lado, la invisibilidad sigue siendo uno de los mayores anhelos del ser humano. Me he perdido.

Leo en el periódico que se está probando un prototipo que va a suponer un gran avance en temas de defensa (o de ataque) nacional. Un dron que vuela a baja altitud y que, a su vez, es invisible para los radares. O sea que cumple las dos premisas iniciales. ¿Querrá esto decir que los seres humanos acabaremos convirtiéndonos en drones? ¿Máquinas programadas para verlo todo y a todos bajo el manto de la invisibilidad? Ahora que tengo unos binoculares (antes llamados prismáticos, antes llamados catalejos) cuando vea sobre mi cabeza un ser volador me afanaré en observar con detalle sus evoluciones para intentar mejorar mi técnica, al menos en mis sueños. El tema de la visibilidad-invisibilidad lo tengo que digerir un poco más.

Pero mientras reflexiono sobre deseos y anhelos he decidido rechazar la invitación… de momento. Nadie es perfecto.


Epílogo. Antonio López ha tardado veinticuatro años en realizar el retrato de la familia real. A Richard Linklater le ha llevado doce años rodar su película “Boyhood”. Algo menos ha sido el tiempo que he dedicado a plasmar mi última creación artística:

 “Mujer invisible volando sobre fondo blanco”.