jueves, 16 de octubre de 2014

EL CABRERO, EL MONTAÑERO Y LA EXPERIENCIA


Vi a lo lejos un rebaño de cabras que ascendía por el monte. Y detrás dos figuras humanas que las azuzaban con gritos y silbidos. Aceleré el paso para cruzarme con ellos, pero se movían con rapidez. Tuve que dar lo mejor de mí mismo y conseguí llegar a la altura del segundo cabrero… porque se detuvo un momento. Yo estaba sin resuello y le hice un gesto para que esperara. Cuando pude articular palabra le pregunté, suponiendo que conocía bien la zona, si sabía de alguna ruta para llegar a la cima por el lado norte (por el lado sur ya había subido en otras ocasiones). En efecto, conocía aquellas montañas al dedillo, me dio todo tipo de explicaciones sobre los nombres de cada paraje, me contó que estaban bajando las cabras al valle porque venía el veterinario, que parecía que el tiempo estaba de cambio, que se podía ir por aquí y por allá… pero no respondió a mi pregunta. Volví a formulársela, de manera más clara, y el resultado fue el mismo. El cabrero conocía cada risco, cada paso, pero no necesitaba caminos ni senderos para ir de un lugar a otro. Con seguir a las cabras le bastaba. 

Unos metros más adelante me crucé con un montañero veterano que bajaba no sé de dónde. Le planteé la misma cuestión. No respondió de inmediato con lo que supuse que tampoco iba a sacar nada en limpio. Miró hacia la cumbre, miró a la derecha, miró a la izquierda, y empezó a improvisar una respuesta. La misma respuesta que habría dado yo después de mirar a la cumbre, a derecha y a izquierda. No reconoció que nunca había hecho esa ruta pero intentó evidenciar su experiencia en la montaña.

Cuando estudié en la Universidad tuve algún que otro profesor “cabrero”, arquitectos con una trayectoria profesional interesante, con buenas obras realizadas, con mucha experiencia, pero con incapacidad para adaptar y transmitir sus conocimientos al alumnado. Y también algún que otro profesor “montañero”, de esos que año tras año cuentan la misma historia, llevan el mismo programa, sin plantearse si quiera el que pueda existir algún “camino diferente hacia la cumbre.”

Y esto me lleva a pensar en el relativo valor de la experiencia o, mejor dicho, en el excesivo valor que, a veces, le otorgamos a la misma, entendida como una actividad o práctica prolongada, como un valor simplemente cuantitativo, sin profundizar en su nivel de calidad. Por ejemplo, en los concursos de arquitectura se plantea como valor fundamental el tener experiencia en “trabajos similares al objeto de la convocatoria”, llegando al extremo de ser incluso una condición necesaria para poder participar el haber realizado a lo largo de los últimos años proyectos de más de 200 viviendas para un concurso de 50 viviendas (no me lo estoy inventando). O haber realizado al menos 3 proyectos de palacios de congresos para un concurso de 1 palacio de congresos (claro, como se hacen palacios de congresos a diario quien más quien menos tiene en su currículo dos o tres proyectos de ese tipo que le avalen).

En definitiva, damos por hecho con excesiva ligereza que la experiencia es un activo y un valor en sí misma sin analizar la calidad de ese “amplio currículo”. Puede que esos proyectos de más de 200 viviendas sean unos malos proyectos, hechos como churros a lo largo de muchos años y que, sin embargo, un arquitecto recién licenciado y “sin experiencia” sea capaz de aportar cosas más interesantes en su primer proyecto. Y creo que el ejemplo es exportable a todas las facetas de la vida. Mi “experiencia” me dice que en muchos casos es así. Y eso que estoy tirando piedras contra mi propio tejado porque ya empiezo a estar más del lado de una amplia trayectoria profesional que del recién licenciado, ¡jo!

EPÍLOGO. Cuando me encontré con el cabrero ésta era mi equipación: pantalones y camiseta de montaña, botas chirucas, bastones de montaña, gorra, cinta para las gafas, mochila con: botellín de agua, navaja multiusos, pañuelos de papel, una manzana, dos onzas de chocolate, cámara de fotos, teléfono móvil, prismáticos, sudadera por si se ponía de cambio… La del cabrero: unas viejas zapatillas de deporte, un chándal deslavado y una vara de avellano para dirigir a las cabras. Al menos algo positivo tiene la experiencia, la optimización de recursos.

¿Que cómo acabó la jornada? Alcancé la cumbre por la vertiente sur, el camino de toda la vida.

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