Caminaba temprano por la ciudad, con los
primeros rayos de sol colándose entre las ramas de los árboles, cuando escuché
un extraño crujido. Miré a mi alrededor pero no conseguí identificar su origen.
El ruido, seco y súbito, se iba multiplicando y convirtiéndose en chasquidos,
como si algo se desgarrase o se quebrase. Pero seguía sin saber de dónde
provenía. Empecé a inquietarme. De pronto sonó mucho más cercano, alcé la vista
y percibí, estupefacto, el origen de aquel quejido matutino: la fachada del
edificio que tenía a mi lado.
Hasta ese momento tenía conocimiento de la
existencia de edificios inteligentes (espabilados diría yo), de arquitecturas
parlantes (o parlanchinas), de construcciones transparentes o bioclimáticas (que
nunca lo son)… pero era la primera noticia que tenía sobre la existencia de
esta nueva tipología, los “edificios crujientes”.
La explicación técnica es muy sencilla, y
obedece a esa propiedad física denominada “dilatación”: esos primeros rayos de
sol incidían sobre una fachada totalmente revestida de piezas metálicas que,
debido a su alto coeficiente de dilatación, respondían a ese aumento de
temperatura con un inesperado sonido. ¿O ruido?
Me pregunto si el arquitecto responsable de
esta edificación previó esta circunstancia en su proyecto y la incorporó de
forma premeditada para dotar de vida propia a esa fachada, con una capacidad
extraordinaria de respuesta ante los agentes ambientales externos, en este caso
los cambios de temperatura. Me pregunto también si las personas que habitan
esas viviendas comulgan con el planteamiento del proyectista y disfrutan de ese
sonido madrugador cual si del canto de unos pájaros se tratase. Y me pregunto,
por último, si este edificio, crujiente por fuera, será tierno y esponjoso por
dentro. Todo es posible.
Dilatación
térmica: aumento de longitud, volumen o alguna otra dimensión métrica que sufre
un cuerpo físico debido al aumento de temperatura que se provoca en él por
cualquier medio.