martes, 27 de noviembre de 2012

SALIDA AL MONTE (3): MONTE VENTOSO


Tiempo de otoño, época atractiva para sumergirse en la naturaleza y en los paisajes de nuestras montañas. En esta ocasión la ruta nos llevará hasta el Monte Ventoso, cumbre fronteriza entre Bizkaia y Cantabria en la cordillera de Saldamando. Es la cima de más entidad de estos montes mineros sembrados de vestigios megalíticos. Desde su cima se divisa uno de los mejores panoramas marineros de la zona.
 Situación

La salida está programada para el sábado 8 de Diciembre. El recorrido parte del alto de La Granja (o de La Jaya) a 367 m. de altura, entre el valle de Sámano y el de Guriezo. La ascensión es suave y se realiza a través de senderos y una pista que recorre el cresterío por detrás de la Peña de Santullán. Tras un repecho final se accede a la cima de El Ventoso (731 m.) que hace honor a su nombre por los vientos que generalmente azotan desde todos los costados. 

Recorrido


Panorámica desde Monte Ventoso

En cuanto al grado de dificultad, se trata de una ascensión suave ya que, aunque la altura de la cumbre es de 731 m., partimos de una altitud de 367 m. a través de un recorrido bastante cómodo. Así que a todos los que os apetezca disfrutar de esta ruta os animo a que os acerquéis a Islares, punto de encuentro. Desde ahí nos desplazaremos hasta el alto de La Granja donde iniciaremos la ascensión. Al terminar habrá viandas para reponer fuerzas.

Datos técnicos

-       Fecha de salida: Sábado 8 de Diciembre, a las 9.00 h.
-       Lugar de salida: Urbanización El Oasis, Islares (junto a la gasolinera), Castro Urdiales. Desplazamiento en vehículo al alto de La Granja (11 km.).
-       Desnivel: 364 metros.
-       Recorrido: 15 kilómetros aprox.
-       Duración: 3 horas y 45 minutos (ida y vuelta).

domingo, 18 de noviembre de 2012

¡QUÉ BELLO ES VIVIR!


He observado estos días que los operarios se afanan en la instalación de la iluminación navideña en calles y plazas. ¡Cielos, qué horror! ¡La Navidad ya está encima!

Cuando era aún un crío, al levantarme inquieto y nervioso una mañana de Reyes percibí un ambiente frío y apagado en casa que no se correspondía con lo que debía ser un día de ilusión y alegría. Mi abuelo acababa de morir. Triste regalo. Entonces empecé a desconfiar, a dudar de la bondad de esos personajes barbudos y orondos (llámese Reyes Magos, Papá Noel, Olentzero…) y, por extensión, de todo lo que suponían las fiestas navideñas.

Cuando llegaron los hijos recuperé de alguna forma la ilusión, más por ellos que por mí. Y reconozco que pasamos buenos, muy buenos momentos, algunos de ellos viajando, que tal vez sea la mejor manera de sobrellevar estos entrañables días (se entiende que lo de entrañable va de coña).

Y ahora mismo mi actitud hacia la Navidad diría que es de indiferencia, tampoco merece la pena hacerse mala sangre. Que pasen cuanto antes y ya está. Pero mentiría si no admitiera que hay cosas de esta época que me gustan. Por ejemplo, la reposición en televisión de la película “¡Qué bello es vivir!” (Frank Capra, 1946). Una película entrañable (y aquí no va de coña). George Bailey (James Stewart) es un honrado y modesto ciudadano que, el día de Nochebuena, decide suicidarse acuciado por problemas económicos. Está convencido de que su vida únicamente ha causado dolor y penurias a quienes le rodean. Pero en ese momento un ángel en período de pruebas que aún no ha conseguido sus alas consigue salvarle. Y no sólo eso sino que además le concede un don: la ocasión de contemplar cómo habría sido la vida de los que le rodean si él no hubiera existido. Un cuento fantástico.

Recuerdo también una escena de otra película (no consigo saber cuál) en la que en pleno duelo de la mujer y el hijo por el fallecimiento de su marido y padre, el difunto resucita, y al constatar que nadie más ha acudido al sepelio decide, desolado, volver a morirse. Otra visión, divertida en este caso, de lo que puede suponer dejar huella o no a lo largo de nuestra vida entre las personas que han estado cerca.

Así que cada vez que llega la Navidad me pregunto qué verían mis ojos si mi ángel de la guarda me ofreciese la misma oportunidad que a George Bailey. Por si acaso… mejor que no aparezca.

lunes, 12 de noviembre de 2012

VENDÉE GLOBE 2012


Arranca, pero sin motor, la Vendée Globe, la regata de veleros más exigente. La más exigente porque suma tres condiciones nada desdeñables: vuelta al mundo, en solitario y sin escalas. Compiten una veintena de navegantes que durante los próximos meses circunnavegarán el planeta con el viento como único motor.

En los medios de comunicación, ni la más mínima referencia. Ni una línea en la prensa, ni un minuto en la televisión. Es más importante dilucidar si cierto personaje de la galaxia futbolera está triste o no, si se pone la gorra hacia delante o hacia atrás.

Copio aquí un extracto de una anterior entrada de este blog:

 A finales de la década de los sesenta (1968), cuando el hombre estaba a punto de llegar a la luna, nueve hombres zarparon a bordo de sus pequeños barcos de vela para competir en una regata alrededor del mundo en solitario y sin escalas. Esto no se había hecho nunca. Sólo uno regresó: Robin Knox-Johnston (sir Robin), de 28 años, a bordo del Suhaili, un barco de madera de teca.

A sir Robin le pudimos ver cuarenta años más tarde en el puerto de Getxo en la salida y llegada de la regata Velux 5 Oceans (ver entrada Graham Dalton de este blog). Los participantes de aquella regata Golden Globe zarparon sin satélites en órbita que pudieran facilitar su navegación, guiados por el sextante, el sol y las estrellas. Sin sistemas de predicción meteorológica, sin apenas aparatos de comunicación (rudimentarias radios que sólo algunos llevaban y no siempre funcionaban). Con barcos pequeños y artesanos. No eran regatistas. Ni siquiera eran deportistas. Sólo uno cruzó la meta después de diez meses en la mar. Los demás obtuvieron una mezcla de fracaso, infortunio, locura y muerte.

Han pasado poco más de cuarenta años pero en este tiempo el avance en el mundo de la vela ha sido espectacular en todos los sentidos: barcos más rápidos y fiables, nuevos materiales, sistemas de comunicación y de predicción meteorológica, tripulación con un alto grado de preparación física y técnica, patrocinadores, equipos de apoyo… Y sin embargo, curiosamente, el mar sigue imponiendo su ley: en la regata que acaba de iniciarse, a las pocas horas de zarpar dos de estas grandes máquinas de navegar han tenido que regresar a puerto a causa de los graves desperfectos sufridos por un fuerte temporal.

Como decía el gran navegante y escritor Bernard Moitessier, unos de los participantes en aquella mítica regata de locos: “Nunca hay que perder el respeto al mar. El mar, si quiere, siempre te puede.

Buenos vientos para todos.

martes, 6 de noviembre de 2012

EL DINOSAURIO


Durante años, dentro del abanico de mis intereses literarios, pasé de largo ante lo que consideraba un subgénero marginal, un divertimento de escritores vagos incapaces de completar un relato, un ensayo o una novela. Hablo de los microrrelatos, también conocidos como microcuentos o relatos ultrabreves. Es decir, aquellos que caben en una página, en un párrafo e, incluso, en una frase. Hasta que me topé con “El dinosaurio”, en el que el escritor Augusto Monterroso, con solo siete palabras, cuenta una historia, rompe la frontera entre el sueño y la realidad y nos hace imaginar mil posibilidades. ¿Se puede dar más con menos? Este microcuento dice así:

 “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Podremos escribir lo que sucedió antes, o lo que tal vez pasaría después, pero ya estará dicho todo en esa frase.

A partir de esa lectura y del conocimiento de su autor (Monterroso fue Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el año 2000) fui adentrándome en el universo de los microgéneros y descubriendo que casi todos los grandes autores lo habían trabajado. En la literatura hispanoamericana desde Mario Benedetti, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges. Y entre los españoles Ana María Matute, Max Aub, Quim Monzó, entre otros.

Al microcuento, según parece, se llega por eliminación, desechando las palabras innecesarias de un cuento más largo. Y una característica básica es que, al igual que en todo relato, conviven dos historias: la visible y la invisible, es decir, la evidente y la otra que es una reflexión que corre paralela.

Finalmente mi admiración y respeto por este subgénero se consolidó cuando intenté el ejercicio de escribir uno de estos relatos ultrabreves y fui consciente de su enorme dificultad y complejidad.

Aquí os dejo otra perla de Augusto Monterroso (nacido en Honduras, guatemalteco de adopción y nacionalizado mexicano) incluida en su libro “La oveja negra y demás fábulas”:

“En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.”