jueves, 27 de octubre de 2016

LAS PESTAÑAS QUE CAMBIARON LA HISTORIA DEL CINE


Maksymilian nació en el seno de una familia judía el 15 de Septiembre de 1872 en Zduńska Wola, Polonia. Con ocho años empezó a trabajar como asistente de un dentista y con nueve era ya aprendiz en una empresa de cosméticos. Se trasladó a Berlín donde trabajó como peluquero y con catorce años ya estaba integrado en la plantilla de Korpo, como maquillador de la Gran Ópera Imperial Rusa. Tras cumplir el servicio militar en la armada rusa, con veinte años abrió su propio negocio en la ciudad rusa de Ryazan, donde empezó a comercializar sus pintalabios hechos a mano, sus perfumes y sus pelucas con gran éxito. Su popularidad llegó a oídos de la nobleza rusa, que le nombró director de cosméticos de la familia real y de la Gran Ópera Imperial Rusa en la que había trabajado anteriormente.

Tras nacer sus tres hijos y afectado por la creciente persecución antijudía que se estaba desarrollando en Rusia decidió desplazarse con su familia a Estados Unidos e inició su nueva andadura en la ciudad de San Luis. Pero problemas con su socio financiero le llevaron a la quiebra y tuvo que empezar nuevamente de cero abriendo una pequeña barbería. Poco después de nacer su cuarto hijo falleció su esposa de una hemorragia cerebral en 1906. Un nuevo matrimonio, fallido, tras el cual se trasladó con sus hijos a Los Ángeles, donde se introdujo en el mundo del teatro y de la incipiente industria cinematográfica con sus maquillajes y sus pelucas. A partir de ese momento desarrolló nuevos productos y sistemas de maquillaje (incluyendo el uso de pestañas postizas), entendiendo que los utilizados hasta entonces en el mundo del teatro no eran adecuados para el mundo del cine, y que la gran pantalla necesitaba tratar de forma diferente el rostro de las actrices, fundamentalmente, con tratamientos faciales más delicados que permitieran una mayor expresividad.

Empezó a experimentar con distintos compuestos y para 1914 había obtenido y perfeccionado el primer maquillaje expresamente creado para ser usado en los rodajes cinematográficos, con una gama mucho mayor de matices y de sombras que los utilizados hasta ese momento. De esta forma Maksymilian se convirtió en la máxima autoridad en la imagen facial de las actrices, combinando maquillajes, nuevas pelucas de pelo humano y pestañas postizas.

A su vez comercializó una amplia gama de productos cosméticos para que, según sus propias palabras, “cada muchacha pudiera parecerse a una estrella de cine”. Así el uso de cosméticos y maquillajes se fue generalizando en la sociedad norteamericana y en el mundo entero. Él era capaz de personalizar el maquillaje de cada actriz para que lucieran lo mejor posible en la pantalla. Gloria Swanson, Mary Pickford, Jean Harlow, Claudette Colbert, Bette Davis, Norma Shearer, Joan Crawford o Judy Garland pasaron por sus hábiles manos. Falleció a la edad de 65 años en Beverly Hills.

No cabe duda de que, más allá de incorporaciones tecnológicas, aparición de nuevos géneros, puestas en escena sorprendentes, directores innovadores… ha habido un nombre que con su visión, su experimentación y sus creaciones influyó de forma relevante en esa época inicial de la historia del cine, deudor aún de la actividad teatral, mudo y en blanco y negro, en su tránsito hacia su despegue definitivo. Sin embargo he repasado unas cuantas publicaciones que estudian y analizan este período y en ninguna de ellas se cita siquiera a este hombre que con sus pestañas, sus maquillajes, sus pintalabios y sus pelucas cambió la historia del cine y, quizás también, la historia del aspecto y de la apariencia humana, de la verosimilitud y de la probabilidad, de lo que parece y no es.

Ese nombre: Maksymilian Faktorowicz, o lo que es lo mismo, Max Factor


miércoles, 5 de octubre de 2016

ASCENSIÓN AL PAGASARRI (02/10/2016)


No sé si hay muchas ciudades en las que se pueda iniciar la ascensión a un monte desde su propio centro urbano. Intuyo que no. Bilbao es una de ellas.

La ruta organizada por nuestro compañero Jesus la iniciamos en el mismo Ensanche de Bilbao, en su plaza Circular. Y ascendiendo por la plaza Zabálburu y el barrio de San Adrián realizamos la aproximación a las estribaciones del Pagasarri. De las múltiples opciones que existen para llegar hasta la cumbre elegimos el camino más “exigente” (bueno, lo eligió el jefe) y en dos horas de recorrido ya estábamos disfrutando de la magnífica panorámica que se observa desde su punto más elevado, a 671 m.

El descenso lo realizamos por otro camino, a través de las laderas del Monte Arraiz, entrando en la zona urbana por el bilbaíno barrio de Rekalde. Y, aunque no haya imágenes, también hubo buenas viandas (esa empanada de bacalao, esa morcillita picante…)

Buen tiempo y ritmo suave para los 16,5 km. de recorrido. ¿En la próxima nos atreveremos con el Ganekogorta?

Desde el centro de la ciudad
¡Esos cuernos!
Parece que vamos bien
Bilbao cada vez más abajo. O nosotros más arriba.
Un descanso. ¿Y a ese qué le pasa?
Se complica un poco
Ya estamos arriba
¿Y este hombre qué hace?
En la cumbre
Mirando al botxo
Al fondo el Ganeko... Para otro día
Pies andarines
Yo creo que es por aquí
Aparece Bilbao
Refrescando el gaznate en Arraiz
¡No podían faltar!
Con un racimo... de moras
Bajando y bajando. ¿Pero tanto hemos subido?
Cerdo urbanitas 

Pinchando sobre cualquiera de las fotografías se abre la galería de imágenes.

domingo, 2 de octubre de 2016

MÚSICAS BOVBINAS


Hace unos años decidí ser yo quien agasajara en una fecha en la que lo normal es recibir felicitaciones y algún que otro regalo. Lo hice con un disco que recogía 35 canciones asociadas a aquellos primeros 40 años de vida. Y prometí que “dentro de 40 años… más”. No he esperado tanto para cumplir mi promesa.

En 2014 “subí a Youtube” mi primer vídeo, con el atrevimiento o la ingenuidad de acompañar las imágenes con un tema musical de Miles Davis. No sé si fue él quien se retorció en su tumba o los que chupan ahora de su música quienes hicieron saltar las alarmas (me inclino por estos últimos) pero tuve que retirar de inmediato el vídeo bajo pena de no sé qué. Alternativas: bucear en el farragoso mundo de los derechos de autor para conseguir músicas libres o… jugar a músico y realizar mis propias composiciones. Y he jugado. Tal atrevimiento ha derivado en estos dos años en 12 temas, y me ha parecido un número apropiado para juntarlos en un LP (o como se llame ahora).

El juego se ha convertido en ocasiones en un muro casi infranqueable y ha puesto al descubierto lo que ya sabía: mis limitaciones e incapacidades para componer e interpretar, aunque sea a través de la tecnología digital. Lo que ha incrementado, aún más si cabe, mi admiración por todos esos músicos capaces de generar universos sonoros. Me quito una vez más el sombrero, la gorra y la boina.

Cuando me metí en este charco, que ha resultado ser mucho más profundo de lo que parecía a simple vista, imaginaba que una de las mayores dificultades con las que me iba a encontrar sería conseguir el “tono” más o menos adecuado para ilustrar de forma sonora las diferentes imágenes e historias: un tono dinámico, épico, luminoso, trascendente… Y así ha sido. Sin embargo el mayor atasco ha surgido con algo, a priori, mucho más banal: terminar los temas, las canciones. Cerrar de forma coherente las últimas notas o los últimos acordes de una melodía que, más o menos, podía funcionar. Nunca imaginé que fuera tan difícil, al menos para mí.

Podría extenderme mucho más sobre este viaje musical, apasionante y complejo a la vez. Pero, al fin y al cabo, no ha sido más que un proceso de aprendizaje personal que, probablemente, haya llegado a su punto final.

Son músicas (o lo que sea) surgidas para acompañar imágenes, así que animo a escucharlas con los ojos cerrados para que cada uno le ponga las suyas. Y pido perdón, por usar el nombre de Miles en vano, por atreverme a juntar notas sin ser músico y, sobre todo, por invitar a escucharlas.

Bovina: Perteneciente o relativo al toro o a la vaca.
Bobina: Tontina, sin entendimiento o razón.
Bobina: Rollo de película cinematográfica.