viernes, 20 de septiembre de 2013

LAS PATATAS FRITAS PERFECTAS


¿Quién no ha comido patatas fritas? Como guarnición, como acompañamiento de huevos, carnes y pescados, con salsas y aderezos o solas. Un producto tan común y tan sencillo y uno de los alimentos más consumidos en el mundo parece que no debería tener secretos… pero alguno hay.

Haciendo un poco de historia, la patata es originaria de Perú, donde llegaron a existir más de 4.000 variedades y donde, curiosamente hoy en día, se ven obligados a importar este producto. Desde Perú, y pasando por Chile, la patata viajó por el Atlántico y desembarcó en Europa a través de las Islas Canarias, la Península Ibérica y, desde aquí, al resto de Europa. Inicialmente se consumía cocida, así que ¿cuándo apareció por primera vez la patata frita? El “invento” se lo vienen disputando franceses y belgas, pero últimamente se decanta del lado de estos últimos. Algunos documentos aparecidos recientemente sitúan la primera freiduría de patatas en Bélgica, a mediados del siglo XIX. Un plato o aperitivo típico desde entonces en Bélgica y en el norte de Francia son las patatas fritas con mejillones, patatas que tradicionalmente (y aún hoy en ciertas zonas) se freían en grasa o manteca de vaca (blanc de boeuf).

Tal es el fervor que existe en Bélgica por las patatas fritas (junto al chocolate) que existen asociaciones que propugnan la inclusión de este humilde tubérculo en la bandera nacional. Y aún hay más. Se ha abierto recientemente en Brujas, ocupando un precioso edificio del siglo XIV, el único museo dedicado única y exclusivamente a las patatas fritas, el Frietmuseum. www.frietmuseum.be


Toda esta culturilla general está muy bien pero ¿cuál es el secreto para hacer unas buenas patatas fritas, si es que lo hay? Ahora que está tan extendido el concepto de “la búsqueda de la excelencia”, ¿por qué no buscarla también en la patata frita? Investigando un poco por aquí y por allá hay que decir que hasta algunos de los chefs más prestigiosos de la alta cocina han andado dándole vueltas y haciendo probaturas al respecto. Heston Bluementhal las “acondiciona” con glucosa, bicarbonato de sodio, salmueras… Cosa sencilla, vamos. Y para andar por casa, ¿hay alguna fórmula que nos proporcione esa patata que todos deseamos, crujiente pero esponjosa, blanda pero firme? He encontrado varias, pero creo que ésta es la más sencilla y la que a mí me funciona. Ahí va.

Receta de patatas fritas

Pelar y cortar las patatas en bastones. Lavar en agua (para quitar parte del almidón), escurrir y secar bien. Freír durante 6 minutos, sin amontonar, en aceite de oliva a temperatura media (130º-140º). Sacar las patatas y dejarlas enfriar unos diez minutos. Volver a freír durante 3 minutos a temperatura alta (165º-175º), hasta que estén doradas. Escurrirlas y añadir sal. Y listas para comer. En resumen, el truco básicamente consiste en freírlas dos veces, así de fácil.


¡Bon appétit!



sábado, 7 de septiembre de 2013

NO LUGARES: AEROPUERTOS


Marc Augé, antropólogo y etnólogo francés, establece la identidad de un individuo a partir de su relación con los lugares y espacios cotidianos. Así, y por contraposición, los “no-lugares” serían “los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como lugares”. Ejemplos de un no-lugar  serían una autopista, una habitación de hotel, un supermercado o un aeropuerto.

Casi nunca me he sentido cómodo en un aeropuerto. Y no por el miedo a volar. Al contrario, cuando el avión despega siento una cierta liberación, es como dejar atrás un territorio hostil, un entorno antipático. He intentado descubrir qué es lo que provoca esa incomodidad. Parece evidente que el tiempo que pasamos en un aeropuerto discurre entre la tensión por encontrar el mostrador de facturación o la puerta de embarque, la incertidumbre de si nos pitará el arco de seguridad al atravesarlo o si nos mandarán abrir la maleta, la zozobra de que nuestro equipaje aparezca sobre la cinta transportadora… A eso hay que sumar los tiempos muertos de espera.

Pero creo que el aspecto arquitectónico de los aeropuertos, el entorno espacial que nos rodea también influye decisivamente. En la mayoría de los casos los espacios son claustrofóbicos y laberínticos. Y es precisamente esa falta de orientación espacial, de ubicación, la que nos provoca ese desasosiego, esa incomodidad. Ahora bien, esa percepción, o parte de ella al menos, desaparece cuando el diseñador del recinto plantea una opción tan sencilla como “abrir” el espacio interior hacia el exterior. En el momento en que, a través de una cristalera, podemos divisar el perfil lejano de la ciudad o de la montaña, los aviones que aterrizan o despegan, toda esa zozobra desaparece y la estancia se vuelve mucho más confortable. Un ejemplo claro lo tenemos en la terminal T4 del aeropuerto de Madrid, que a pesar de su gran tamaño consigue, gracias a su apertura hacia el exterior y un uso “orientativo” del color, eliminar esa sensación negativa.

Esa es, por tanto, una de las responsabilidades de los arquitectos cuando acometemos un proyecto de estas características, aeropuerto, estación, etc. (el que tenga la fortuna de acometerlo): conseguir la confortabilidad del usuario, que desde su entrada hasta su salida se sienta en un entorno amable y que la funcionalidad presida las líneas básicas de su diseño, más allá de otras consideraciones estéticas que deberían estar subordinadas a ella. Tenemos herramientas suficientes para hacerlo, después cada uno que aporte sus capacidades.

Buen viaje.