Anoche
degustaba con un amigo un recuerdo
gastronómico de juventud, en un viaje a través de tierras riojanas: unas
humildes pero exquisitas patatas en el pequeño pueblo de Quel.
De
los viajes, de los lugares que uno ha visitado, quedan fijados en nuestro
recuerdo paisajes, edificios, personas, pequeños o grandes acontecimientos…
Pero también, al menos para los que disfrutamos con el placer del yantar, las
comidas. Lo que podríamos denominar como la huella
gastronómica. Y así podemos ir haciendo nuestro particular recorrido
geográfico asociado a algunos sublimes platos que, probablemente y con el paso
del tiempo, habremos magnificado más allá de sus auténticas cualidades
culinarias. Pero es igual, lo importante es la evocación de esos momentos y de
las personas que nos acompañaban. Aquel estupendo cabrito que comimos en
Ponferrada, aquellos tiernos calamares de Villaviciosa, los mejillones recién
cocidos al vapor de Rianxo, la textura deliciosa de la merluza negra en el
puerto de Ushuaia… Es una manera de asociar un sentido como el del gusto a ese
recorrido geográfico que enriquece, creo yo, esas estancias y ayuda a mantener
vivo el recuerdo de nuestras sensaciones.
También
se puede asociar esa huella gastronómica
a las distintas etapas de nuestra vida. Y en cada una encontraremos sabores y
olores, sin duda. De los veranos en el pueblo, unos untuosos pimientos
entreverados asados a la leña. De los otoños de infancia en casa, la tarta de
manzana en cuya elaboración ayudaba a mi madre, el olor de la manzana reineta y
el dulzor de la crema pastelera. De la época en el piso de estudiantes, el
cocido cántabro en el que había que introducir a presión las morcillas para
poder cerrar la tapa de la olla, y que nos ponía a tono en los crudos inviernos
castellanos. El aroma del bacalao en salsa elaborado con cariño para los amigos
que venían a cenar a casa.
Huellas
que van pasando a formar parte de nuestro itinerario personal y vital, de nuestro
bagaje cultural, en definitiva. Por cierto, y enlazando con una entrada
anterior, http://www.echonovemberecho.blogspot.com.es/search?q=%C2%BFCambiamos%3F ¿cambiamos en nuestros gustos gastronómicos? Yo sigo
tomando cola-cao.
Buen
provecho.
4 comentarios:
Yo, sí. Me he hecho vegetariano, he aprendido a comer picante, comí como nunca en mis viajes a India y Japón, me muero por una buena quesadilla,... y sigo haciendo porrusalda en invierno.
Amén. Una buena combinación de evolución y tradición.
Hay un postre que recuerdo desde hace muchos años: una naranja cortada en rodajas. Hace poco descubrí que alguien más lo recordaba y que había dos versiones de aquel postre. Según mi memoria la naranja estaba endulzada con azúcar, según la otra persona, con miel.
Da lo mismo quién tenga razón, está claro que lo importante no era el postre, sino compartir ese momento. Y descubrir después de tanto tiempo que para las dos personas fue igual de especial.
En cuanto al cambio en los gustos gastronómicos, he pasado de un extremo a otro. Hasta la adolescencia no me gustaba prácticamente nada y a partir de ese momento empecé a disfrutar de casi todo lo que la gastronomía nos ofrece, tanto de comer como de cocinar. Es la esperanza que tengo, que a mi hijo le pase lo mismo.
Teresa
Fíjate qué plato tan sencillo, una naranja en rodajas, y sin embargo qué importante en tu memoria y en la de tu acompañante.
Una forma de que a los hijos les entre el gusanillo por la cocina es, precisamente, cocinando con ellos. Y se lo acaban disfrutando.
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