Siempre me han fascinado los faros. Tal vez
sea porque en ellos se conjugan dos de mis pasiones, la arquitectura y la navegación.
Son construcciones en el límite del territorio, sobre esa línea quebrada que
separa la tierra del mar. Y con una función muy definida, el de la señalización
luminosa para la ayuda a la navegación. Desde el mar las embarcaciones no sólo
ven el haz luminoso del faro que advierte de la proximidad de la costa sino que
también reciben información de su emplazamiento gracias a su código de
intervalos luminosos (algo similar al código morse). Es decir, cada faro tiene
una secuencia luminosa diferente que lo identifica.
Los modernos sistemas de navegación por
satélite han restado protagonismo a estas torres de señalización pero aún
siguen siendo útiles para verificar la posición.
Desde las antiguas torres de vigía en las que
se encendían hogueras hasta los modernos faros automáticos manejados a
distancia, mucho han cambiado los sistemas de iluminación y los métodos
construidos empleados. Sin embargo hay dos constantes que se mantienen, que son
sus señas de identidad: su verticalidad y su luminosidad. No es raro que en el
campo de la arquitectura utilicemos el término faro para definir algún elemento de nuestros proyectos que cumpla
con dichas características. Incluso para referirnos a aquella persona que para
nosotros ha supuesto una referencia sólida y que ha iluminado de alguna forma
nuestro camino profesional o personal.
Pero quizás su mayor atractivo radique en ese
emplazamiento único, en las condiciones extremas de los acantilados ante los
embates furiosos del mar.
Y, por supuesto, el cine (la tercera de mis pasiones) no ha dejado pasar de largo esa
capacidad visual, esos lugares alejados e inhóspitos, esa gran carga simbólica,
para incorporarlo como escenario o como auténtico protagonista en un amplio
número de películas. Estos son tres ejemplos diversos, tanto en su cronología
como en su género.
“El
faro del sur”
(Eduardo Mignogna, 1998).
Antes de que el cine argentino irrumpiese con
fuerza en España a través de películas como “El
hijo de la novia”, el director Eduardo Mignogna realizó esta película de
búsquedas, de huidas del dolor y de encuentros en el tiempo. Es la historia de
dos hermanas que quedan huérfanas, a través de su itinerario geográfico y
sentimental. Y es precisamente en un viejo faro y en su guarda-faro o farero donde
hallan su hogar y su familia. No olvidemos que en muchas ocasiones los faros
albergaban asimismo la vivienda de la persona o familia que se hacía cargo del
mismo. Película de gran finura y que consigue emocionar.
“La
luz del fin del mundo” (Kevin Billington, 1971).
A pesar de ilustres actores como Kirk
Douglas, Yul Brynner o Fernando Rey, se trata de una extraña coproducción
USA-Liechtenstein-España-Suiza, que destila un tufillo a película de serie B.
Probablemente un director poco experimentado y un bajo presupuesto tienen la
culpa. Precisamente en esa cierta tosquedad
radica también su encanto. Basada en una novela de Julio Verne y ambientada en
el entorno del Cabo de Hornos, pero rodada en la Costa Brava, estamos ante una
película de aventuras que cuenta la historia de unos piratas que asaltan un
faro situado en una isla rocosa. El plan de los piratas consiste en apagar la
luz del faro para que los barcos se estrellen contra los arrecifes y poder
adueñarse después del botín. El faro, en este caso, como protagonista
principal.
Ver
entrada de este blog “Cabo de Hornos”:
“Jennie” (William Dieterle,
1948).
Pequeña obra maestra rodada en un
extraordinario blanco y negro (casi más negro que blanco). Podría encuadrarse
tanto dentro del género fantástico como del romántico. Se trata de una historia
de amor onírico, casi surrealista. De hecho, era una de las películas favoritas
de Luis Buñuel. Cuenta la historia de un pintor abatido por haber perdido la
inspiración que conoce, un frío día de invierno, a una chiquilla en Central
Park (Nueva York), y a partir de ese momento se suceden una serie de encuentros
en los que la chica, de forma casi mágica, va convirtiéndose en una bellísima
joven de la cual el pintor se enamora. La escena del faro que parece
estremecerse en la tenebrosa tormenta entre intensos relámpagos pretende
reflejar el paisaje del mundo inalcanzable y convulso en el que se ha visto
sumergido el protagonista.
Ver
entrada de este blog “Películas Románticas”:
Hay muchas más películas y muchos más faros.
Que nos sigan iluminando.
2 comentarios:
De "Lucía y el sexo", la película de Julio Medem rodada en el entorno de un faro de Formentera, hay quien hacía una interpretación fálica de dicho faro. No sé si esa sería la intención del director.
Luis
Desconozco si esa era la intención del director, pero no creo que sea relevante. De cualquier forma, las películas de Julio Medem admiten muchas interpretaciones, quizás demasiadas.
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