Hace poco más de cincuenta años el ingeniero
bilbaíno Conrado Sentíes paseaba al borde de la ría cuando divisó en la dársena
de Sestao la silueta del portaviones americano “Palau”, que estaba empezando a
ser desguazado. De repente surgió la idea y se puso inmediatamente en contacto
con su amigo y arquitecto Luis Pueyo. Entre los dos, aficionados montañeros,
convencieron al presidente de la Federación Española de Montaña Julián Delgado
para que comprase una de las cúpulas antiaéreas del buque para convertirla en… ¡refugio
de montaña! Dicho y hecho. Tras desmontarla y trasladarla a un taller de
Lutxana, Luis Pueyo se encargó de los retoques necesarios y de su
acondicionamiento para adecuar la estructura a su nuevo uso: revestimiento
interior de madera, literas y mesa plegable, ojo de buey, acceso… En
definitiva, una original “cabaña” de 9 metros cuadrados de superficie con
capacidad para seis personas.
Pero aún quedaba un reto importante: su
traslado hasta la que iba a ser su ubicación definitiva: las estribaciones del
Pico Tesorero, en el macizo central de los Picos de Europa, a 2.325 metros de
altitud. Se barajó la posibilidad del transporte en helicóptero, pero los
costes se disparaban. Así que se optó por algo más “tradicional”: camión y
mulo. Y así, a lomos del sufrido animal, se fueron subiendo las piezas debidamente ordenadas. Una vez encajado el
“puzle”, tras dos semanas de trabajo, el refugio fue inaugurado el 13 de agosto
del año 1961 y bautizado con el nombre de una de las hijas del ingeniero
promotor.
En 2011 se celebró su 50 aniversario. Ahora
que tanto se habla de reciclaje, aquí tenemos un ejemplo excepcional: del
océano Pacífico a los Picos de Europa, del fragor de la guerra a la paz de las
montañas.
5 comentarios:
Soy habitual de Picos de Europa y conozco el refugio, pero no conocía la historia. La verdad es que es extraordinaria. Ahora lo veré con otros ojos.
¡En este blog siempre se aprenden cosas interesantes! :D
La aventura del aprendizaje no debería acabar nunca. La curiosidad, incluso por las pequeñas historias, nos ayuda a disfrutar más de las cosas. O al menos a mí me pasa.
Un par de días después de leer esta entrada salió una imagen en algún periódico digital de la central nuclear de Vandellós. Fue verla y recordar la Cabaña Verónica y lo que sobre ella habías escrito.
No estaría mal que se pudieran reciclar las centrales nucleares de forma parecida a la que en su día se hizo con el portaaviones Palau.
Y estoy de acuerdo con todos aquellos que, como tú, dan tan enorme valor a la curiosidad y saben disfrutarla.
Un saludo,
No me acabo de acostumbrar del todo a esto de responder a los "Anónimos", sobre todo porque supongo que algunos no lo son tanto, es decir, son personas que conozco. Pero siempre me genera una cierta intriga. En fin, son cosas de la "red", pequeñas curiosidades.
Volviendo al tema, coincido en que en la mayoría de los casos el reciclaje es también cuestión de imaginación y voluntad, como la que tuvo el ingeniero bilbaíno.
Y, en efecto, el día que pierda la ilusión por seguir aprendiendo querrá decir que estoy muerto.
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