(…Sigue)
Donald Crowhurst anotó en su diario que
estuvo mareado durante su primera noche en el mar y gran parte del día
siguiente. Empezó a ponerse nervioso. Para relajarse e inspirarse leía “Teoría general y especial de la
relatividad” de Albert Einstein. Calculó que llevaba comida suficiente para
243 días. Poco a poco fue descubriendo una serie de fallos notables en el
barco, fruto de una construcción y un montaje precipitados. Los tornillos se
soltaban, se hizo un corte en un dedo, entraba agua por la escotilla, la radio
no funcionaba… y avanzaba por el Atlántico con una lentitud penosa.
Se le iba materializando con fuerza
demoledora la cruda realidad de una aventura que tan bien se había vendido a sí
mismo y en la que se lo jugaba todo: la bancarrota, el bienestar de su familia,
su autoestima y su vida. Los problemas seguían aumentando y la reacción de
Crowhurst fue bastante sensata: considerar la posibilidad de abandonar.
Discutía consigo mismo por escrito pero todas
sus ideas y posibles alternativas acababan en punto muerto: regresar a casa
significaba la deshonra y la ruina; seguir adelante era muy peligroso. No era
capaz de tomar una decisión.
De pronto, un mensaje sorprendente llegó al Sunday Times: Donald Crowhurst había
recorrido en un día 243 millas, estableciendo probablemente un nuevo récord
mundial. Estos datos de navegación los había enviado el navegante por cable,
incluyendo un comentario irónico: “He
seguido la crisis económica europea por la BBC. Por favor, pregunte a los del
Sunday Times si podrán pagarme el premio en marcos alemanes.”
¿Qué había ocurrido para producirse este
cambio tan radical? Al navegar junto a las islas de Madeira estuvo a punto de
entrar a puerto dando por finalizada su aventura. Pero, en algún momento,
cambió de opinión y tomó la decisión que marcaría su destino. Estrenó una nueva
libreta para su diario (a pesar de no estar finalizada la anterior) y empezó a
anotar una segunda serie de datos: una detallada sucesión de posiciones
deliberadamente falseadas que cada día situaban su barco más y más lejos de su
posición real. O sea, un diario B. Su
plan, quedarse dando vueltas por el
Atlántico mientras transmitía una imaginaria navegación alrededor del mundo, e
incorporarse de nuevo al recorrido en el retorno hacia Europa. Los cálculos que
tenía que hacer para esta segunda serie de posiciones falsas eran complejos, le
ocasionaban muchísimo trabajo y hacían que su depresión se agudizase poco a
poco.
Tras semanas deambulando por el Atlántico,
mientras todo el mundo le creía a la cabeza de la regata, se interrumpieron sus
comunicaciones. Se corrió el rumor de que una ola gigante había arrasado su
barco en el océano Índico. Su fraude aún seguía vivo. En pocos días Crowhurst
pasó de ser un competidor activo, aunque mentiroso, a enloquecer llenando
páginas y páginas con unos escritos demenciales. Su mente no había sido capaz
de soportar ese doble juego. Sus últimas palabras: “Volveré a jugar este juego cuando quiera. Abandono el juego. No hay
razón para el dolor.”
Unos días después un buque mercante se
encontró con el Teignmouth en medio
del Atlántico: nadie a bordo, un espectáculo mugriento en su interior y tres
libretas azules. La balsa salvavidas seguía en su lugar. El tiempo había sido
apacible aquellos días. La conclusión, trágica pero no misteriosa: un navegante
solitario había caído por la borda, pero no a causa del mal tiempo. Su viaje
había terminado.
“En el
mar podrás encontrarlo todo, solo depende del espíritu con el que busques.”
(Joseph Conrad).
El diario
de Donald Crowhurst
4 comentarios:
A medida que iba leyendo la historia se me iban poniendo los pelos de punta. Me cuesta trabajo imaginar lo que pasaría por la cabeza de este hombre en aquellos momentos.
Luis
En esta historia, para mí una de las más dramáticas de la navegación moderna, hay tres decisiones sorprendentes. La primera, decidirse a participar con su escasa experiencia. La segunda, urdir ese plan de engaño. Pero es la tercera y última la que siempre me ha encogido el corazón sabiendo que en casa le estaban esperando su mujer y sus hijos. Que su orgullo (o lo que sea) fuera más fuerte que todo lo demás.
Debo empezar diciendo que tras la primera entrega de esta historia, mi impaciencia me llevó a conocer el final inmediatamente y no esperé a que me lo contaras. Aún así, he estado encantada de volver a leer ese final contado por ti.
La historia es interesante, pero lo que más me ha sorprendido es tu último comentario.
En cualquier momento nos puede sorprender una decisión tomada por los demás. Cualquier decisión. Pero es que no podemos ponernos en la cabeza de nadie, ni en sus sentimientos, y mucho menos cuando no le conocemos.
A veces incluso no podemos entender ni las decisiones que toman aquellos a quienes más amamos y a quienes creemos conocer.
Quién sabe si no se embarcó intentando huir precisamente de esa familia.
Es algo que nunca sabremos.
Un saludo,
Teresa
Me tendré que plantear seriamente el hacer estas entradas por capítulos, visto que alguien se toma la molestia de hacer los deberes. Me alegra ser capaz de motivar con lo que cuento.
Coincido con tus comentarios. Cuando conocemos una historia como ésta, que rompe nuestros esquemas, intentamos buscar la explicación desde nuestros parámetros, pero nos cuesta ponernos en el lugar de la otra persona, algo prácticamente imposible si además es alguien tan lejano.
Y, mira, nunca lo había visto de esa manera, pero tiene mucho sentido eso de que su huida quizás no empezase en medio del Atlántico sino cuando decidió embarcarse.
Y aunque nunca lo sabremos definitivamente, lo que dejó escrito en su diario nos da al menos algunas pistas sobre su proceso mental.
Saludos.
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