La
Tierra gira sobre sí misma alrededor de un eje que no es perpendicular a la
órbita que sigue el planeta en torno al Sol. El eje se aparta de la
perpendicularidad en 23.5 grados, y está orientado de manera que apunta al
mismo lugar del cielo con independencia de la posición que ocupe la Tierra en
su órbita anual.
En
un lado de la órbita el hemisferio norte, en el que nos encontramos, está
inclinado hacia el Sol produciéndose los días largos y calurosos del verano
boreal. Medio año más tarde la Tierra se halla en el extremo opuesto de su
órbita y el hemisferio norte queda entonces inclinado hacia la dirección
opuesta al Sol, los días se hacen cortos y fríos y el Sol se levanta poco en el
cielo: es el invierno boreal en el que acabamos de entrar. En esta posición, la
energía solar incide de forma muy inclinada en la atmósfera de nuestro
hemisferio y se dispersa sobre un área extensa, con lo que disminuye su
potencia calorífica. El 21 de Diciembre ha marcado por tanto el solsticio de
invierno para nosotros (y el solsticio de verano para quienes se encuentran en
el hemisferio sur).
Hecha
la explicación astronómica de forma simplificada (el tema da mucho más de
sí atendiendo a los distintos
calendarios, ciclos temporales, correcciones etc.) lo cierto es que el
significado o interpretación de este evento ha variado en las distintas
culturas del mundo pero casi todas lo reconocen como un período de renovación y
renacimiento que, habitualmente, trae consigo festivales, rituales y otras
celebraciones. Sitios
arqueológicos como Stonehenge o Nueva Grange fueron cuidadosamente
dispuestos y alineados apuntando a la salida y a la puesta del sol del
solsticio de invierno respectivamente. Por tanto, ya en el Neolítico y en la
Edad de Bronce tenían conciencia de este hecho y lo reconocían con sus
construcciones.
La importancia del solsticio de invierno para
las comunidades se basaba en que éstas iban a ser privadas de muchas cosas
durante el invierno y por tanto era el momento de acumulación de víveres y
sacrificios de animales. Los festivales y celebraciones en la noche más larga
del año van encaminados a la petición de la floración perenne, la iluminación,
la comunión con el prójimo. En definitiva, terapias culturales dirigidas a
evitar el malestar y reavivar el espíritu.
Así que, como el fin del mundo no ha llegado,
agitemos el conocimiento y reiniciemos nuestro reloj interno para este nuevo
ciclo que acaba de comenzar.
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