Siempre que puedo acabo mi jornada
acercándome hasta el borde del mar. Son
unos minutos de sosiego, un paréntesis en el trajín diario que me permite
cerrar el día con un repunte anímico, algo así como recargar un poco las pilas.
Veo la espuma de las olas chocando
violentamente contra las rocas o deslizándose suavemente sobre la arena. Y
pienso que esa es precisamente la dualidad del mar: puede ser amable y mecerte,
acunarte, pero también puede mostrar su lado más violento, su furia, y
doblegarte en un abrir y cerrar de ojos. Veo esa línea del horizonte tras la
cual se esconde la infinitud del océano y me vienen a la cabeza historias de
navegantes, de barcos, de travesías. Algunas pasadas y otras que están por
venir. La capacidad de sugestión se eleva con ese movimiento ondulante que
nunca se detiene. El mar es siempre igual pero siempre diferente.
Cierro los ojos y escucho el rumor del agua,
a veces unido al ulular del viento. Agua y viento, simbiosis perfecta,
necesaria. Banda sonora de momentos intensos, de pequeños y grandes viajes.
Y por último, el olor del mar, ese aroma
penetrante del yodo, de la sal, que lo inunda todo.
Viendo, escuchando y oliendo el mar percibo
su llamada. Sus brazos se abren para recibirme. Y necesito de él. Cuando hace
ya casi siete años atravesé por primera vez el Atlántico inmediatamente surgió
el deseo de, algún día, volver a embarcarme para cerrar el círculo (Europa –
América – Europa). Y, en este caso, el deseo se va a convertir en realidad. Así
que dentro de unos días zarparemos buscando los mejores vientos y las mejores
corrientes.
Después de un oscuro 2011 plagado de pérdidas
y despedidas y un 2012, llamémosle, de tránsito, intuyo que va a ser mucho más
que un viaje físico. Espero que el océano, con su sabiduría, me marque el nuevo
rumbo a seguir, los nuevos puertos en los que recalar.
Aprovecharé la oportunidad de este blog para
convertirlo en el cuaderno de bitácora del
viaje e ir relatando en él algunos avatares del mismo, siempre que la tecnología
y los satélites lo permitan. Y si la sirena aparece… contaré lo que se pueda
contar.
4 comentarios:
Te seguiremos atentamente tierra adentro. ¡Buen viaje!
Me ha emocionado tu entrada.
Mi miedo a navegar me impide hacer algo así, pero leyéndote casi me han dado ganas de embarcarme.
Quizás yo también necesite buscar un nuevo rumbo.
Que los mejores vientos te acompañen.
Teresa
Cuidado con las sirenas, no te pase como a Ulises...
¡¡Buen viaje y ya nos irás informando desde alta mar!!
Gracias por los buenos deseos. Ya empiezo a sentir ese hormigueo en el estómago de los momentos previos. Y en cuanto a Ulises, el problema lo tendría Penélope... si existiera.
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