jueves, 6 de octubre de 2011

VIVIENDA UNIFAMILIAR

El pasado día 3 de Octubre se celebró el Día Mundial de la Arquitectura, coincidiendo con el Día Mundial del Hábitat. Y el lema elegido para esta ocasión por la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) fue “Arquitectura y Derechos Humanos”. Según el artículo 25 de la Declaración de la ONU “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida que le asegure el acceso a la vivienda.”
Cuando como profesionales de la arquitectura nos enfrentamos al desarrollo de un proyecto de vivienda y, en concreto, al proyecto de una vivienda unifamiliar, donde tenemos una relación muy directa con el usuario final, he observado que a menudo somos incapaces de desprendernos de una serie de “tics” que nos alejan de lo que debería ser un buen servicio a nuestro cliente. Es cierto que la tipología de cliente de vivienda unifamiliar es variada y dispersa: desde el que tiene muy claro (al menos aparentemente) la vivienda que desea y llega al estudio cargado de imágenes de revistas para indicarnos que quiere una casa “como ésta”, hasta el que no sabe ni siquiera cuántos dormitorios va a necesitar. Que yo recuerde, en la Escuela de Arquitectura no tuvimos ninguna asignatura de Sicología, y algo de eso se echa en falta cuando una pareja discute acaloradamente ante nosotros por no estar de acuerdo en poner el baño dentro o fuera de la habitación. Siempre he dicho que el proyecto de una vivienda unifamiliar es el mayor reto que se le puede plantear a un arquitecto aunque a priori pueda parecer lo contrario. La implicación del cliente es tan grande y sus incertidumbres, obsesiones, ilusiones, tan amplias que convierten el desarrollo del proyecto en un proceso complejo, lleno de idas y venidas, de desalientos y a veces de desconfianzas. Y sin duda, si comparamos las horas dedicadas al mismo con los honorarios obtenidos, el que menor rendimiento económico ofrece.
Pero volvamos a nuestros “tics”. En muchas ocasiones nos olvidamos de quién es ese usuario final que, en definitiva, va a disfrutar o a “sufrir” su espacio vital. Y pretendemos suplantarlo y proyectar la casa que nos gustaría para nosotros. Evidentemente no es ese el camino, el de la imposición. El camino está en el correcto equilibrio entre los deseos, los anhelos, la forma de vida del cliente y las aportaciones que nosotros, como profesionales, seamos capaces de transmitir e inculcar a nivel estético, funcional y constructivo. No conozco a muchos colegas que tras haber proyectado una vivienda se hayan preocupado por visitarla años después para interesarse por la confortabilidad y la integración en ella de las personas que la habitan. Sería un buen ejercicio de aprendizaje.
Pero dentro de este campo de la vivienda unifamiliar existe una situación mucho más peligrosa y delirante: cuando el arquitecto es su propio cliente, cuando el arquitecto decide proyectar su propia casa. Durante años defendí la posición de que un arquitecto nunca debe proyectar su propia casa. ¿Por qué? Porque en este caso sí que resulta prácticamente imposible desprenderse de los malditos “tics”. En principio parece lo más lógico, incluso por razones monetarias, que un arquitecto acometa el diseño de su vivienda. Pero lo que conozco es que, salvo honrosas excepciones, en dichos proyectos acabamos volcando nuestras propuestas frustradas de proyectos anteriores, nuestro ideario arquitectónico, nuestra ilusión de que el proyecto se vea publicado en alguna revista especializada, de que pueda recibir incluso algún premio, que podamos explicar a las visitas porque hemos construido esta escalera que no va a ninguna parte o este doble espacio que lo único que hace es “chuparnos” calefacción en invierno. En fin, un desastre. Acabamos convirtiendo nuestra vivienda en un catálogo, en una pesadilla diría yo, eso sí, con todas las piezas perfectamente encajadas y justificadamente ubicadas.
La mejor definición de vivienda se la escuché hace años al lúcido arquitecto Saénz de Oíza cuando decía que le gustaban las casas “en las que se notaba que los muebles habían ido entrando poco a poco”. No se puede expresar mejor la idea de que una casa la tiene que ir haciendo poco a poco el que la vive, y nosotros, como agentes iniciales de ese proceso, debemos limitarnos a crear las condiciones idóneas para que ese desarrollo, ese acondicionamiento, pueda ir llevándose a cabo. O lo que es lo mismo, debemos ser humildes con nuestra labor. Salvo que nos encontremos con una compañía como la de Kim Novak en “Un extraño en mi vida” y pretendamos impresionarla con nuestro trabajo.


Hace unos años tuve la oportunidad de construirme mi casa, en contra de mi propio ideario. Con el proyecto ya avanzado las cosas se torcieron y alguna maldición me mantuvo finalmente fiel a mis principios. La frustración en aquel momento fue grande pero ahora doy gracias… a quien corresponda.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es curioso observar que en las revistas de arquitectura en las fotografías de viviendas unifamiliares casi nunca aparecen personas. Parecen esculturas más que sitios para vivir. No sé si tiene esto algo que ver con lo que comentas.

Bernardo I. García de la Torre dijo...

Claro que tiene mucho que ver. El tema de la publicación en revistas es una "pesada mochila" con la que los arquitectos cargamos demasiado a menudo y que nos entorpece nuestra trayectoria profesional. Muchas veces valoramos más el que se publique una obra que la confortabilidad de sus usuarios, desgraciadamente.