Hace unos días la consejera vasca de Medio
Ambiente y Política Territorial, Ana Oregi, en la presentación de la filosofía
que orientará su estrategia de ordenación del territorio durante esta
legislatura, declaró su apuesta por “recuperar
la densidad de los asentamientos, limitar los procesos de expansión de las
zonas edificadas y hacer de la renovación y la reutilización de espacios
construidos el eje fundamental del desarrollo territorial vasco.” O, dicho
de otra forma, hacer unas ciudades más compactas, menos esponjosas o
desparramadas.
Este discurso se inscribe dentro del término
tan utilizado últimamente de la sostenibilidad,
que en cuanto al urbanismo se refiere consiste en evitar la destrucción de
suelos que son soporte para la vegetación y el sector primario, mejorar la
gestión de residuos, la gestión del agua y reducir los desplazamientos en
vehículo privado en beneficio del transporte colectivo. Estos argumentos no son
nuevos y ya desde hace unos años se debate en este ámbito de la ordenación
territorial sobre cuál es el modelo ideal de ciudad de cara al futuro, teniendo
en cuenta que la batalla de la sostenibilidad se librará básicamente en las
ciudades, ya que el 50% de la población mundial vive en grandes urbes y la previsión
para 2050 es que el porcentaje ascienda al 90%.
Si repasamos la historia urbana de nuestra
ciudad, Bilbao (y el ejemplo se repite en muchas más), podemos comprobar que ya
a finales del siglo XIX y principios del siglo XX convivían planteamientos sobre
los nuevos asentamientos residenciales claramente antagónicos. Desde los
proyectos de viviendas unifamiliares y bifamiliares, con una baja densidad y un
planteamiento naturalista muy ligado a un ámbito rural (Ciudad Jardín, de Pedro Ispizua), hasta los proyectos de
viviendas en bloque y en altura (Torre Urízar, de Ricardo Bastida), pasando por soluciones intermedias de viviendas
adosadas en hilera (Barrio Irala, de Enrique
Epalza). Los argumentos esgrimidos por Ricardo Bastida, gran estudioso y
lúcido urbanista, para apostar por una ciudad más compacta eran
fundamentalmente de carácter económico. Y ese es un parámetro que, junto a
otros que han ido apareciendo, forma parte hoy también del discurso de la
sostenibilidad.
Lo curiosos del caso es que las declaraciones
de la consejera se realizan desde la sede del Gobierno Vasco en Lakua, Vitoria,
cuyo entorno responde precisamente a un desarrollo urbanístico de estos últimos
veinte años que se sitúa en las antípodas de la actual declaración de
principios. ¿Qué hacemos ahora con los nuevos barrios de la capital de Euskadi
estructurados en torno a inmensas avenidas, enormes espacios verdes e
interminables rotondas? ¿No nos interesa ya el título de “ciudad verde”
concedido recientemente? ¿Cómo la compactamos? Afortunadamente contamos
con alguien entrañable e infatigable que nos podrá echar una mano.
5 comentarios:
¿Y esto de la sostenibilidad va a perdurar o es una moda pasajera? Porque nos podemos pasar la vida compactando y descompactando las ciudades. Parece que lo de compactar coincide con tiempos de crisis y cuando hay bonanza económica las ciudades se desparraman.
Sí, habrá que llamar a Walli-e...
No cabe duda que en esto de la sostenibilidad, que comenzó hace unos cuantos años llamándose "arquitectura bioclimática", también hay intereses comerciales y certificados y sellos "verdes" que se compran y se venden. Todo lo que suponga una mejor gestión de los recursos es positivo pero, a veces, los árboles no nos dejan ver el bosque, y los argumentos para la sostenibilidad en ocasiones ocultan una deficiente práctica arquitectónica o urbanística. Si hacemos una buena arquitectura, sin etiquetas, por definición vendrá asociada a una atención a los recursos naturales, como así ha sido históricamente.
Supongo que en esto de la ciudad compacta habrá un término medio entre la ciudad desparramada y las aglomeraciones de bloques tipo Otxarkoaga en Bilbao. Aunque esto ahorre suelo tampoco parece muy sostenible socialmente.
Saludos, Luis.
Por supuesto que lo hay. Pero el ejemplo que citas responde más a una fractura social entre centro y periferia que a un problema generado por la construcción de bloques en altura.
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