martes, 25 de octubre de 2011

PELÍCULAS ¿DE GUERRA?

Se estrena estos días una película con el título “De mayor quiero ser soldado”. Aún no la he visto pero se anuncia como una historia sobre las consecuencias que las imágenes violentas de la televisión y los videojuegos provocan en un chaval, llegando a convertirle en un ser fascinado por la disciplina militar y su vertiente más perversa.
Recuerdo de niño haber matado unos cuantos policías, ladrones, varios indios y algún que otro vaquero, según el bando que me tocase en el juego. Y sin embargo aquella actividad bélica no me originó ninguna querencia por lo militar ni por las actitudes violentas o asesinas, más bien todo lo contrario. Así que no comparto este tipo de lecturas que me parecen demasiado simplistas. De hecho, aún recuerdo la primera película de guerra que vi, proyectada en el colegio no sé con qué motivo, llena de japos malos, muy malos, con muchos aviones ametrallando a las fragatas y viceversa. No me sedujo en absoluto. Tanto es así que durante años el cine bélico o de guerra quedó descatalogado de mis visionados cinematográficos. Hasta que ya en época universitaria fui a ver, en pantalla gigante, “Apocalypse now”, de Francis Ford Coppola (1979). Con esta película entendí que el llamado cine bélico podía ir más allá de la simple exaltación militarista o patriótica. Podía convertirse en un gran espectáculo visual y, lo más importante, transformarse de forma paradójica en cine antibelicista planteando de forma descarnada los horrores de la guerra. 


 A partir de ese momento rebobiné y busqué otras referencias del cine bélico encontrando al menos otras dos grandes películas. “Objetivo Birmania” de Raoul Walsh (1945), rodada justo antes de la finalización de la 2ª Guerra Mundial, se sitúa, en cuanto a producción, en las antípodas de “Apocalypse Now”. Película de bajo presupuesto, rodada en un parque (dicen que Central Park de Nueva York) que simula la jungla birmana, nos presenta a través del personaje del mayor Nelson (un atípico Errol Flynn alejado de sus papeles de héroe aventurero) el ansia desnuda de la supervivencia, del regreso a casa.


Por último, una película rodada un año más tarde, “Los mejores años de nuestra vida” de William Wyler (1946) en la que no aparece ninguna escena del campo de batalla. Precisamente su historia arranca en el momento en que tres soldados estadounidenses vuelven a casa al finalizar la contienda. Y son precisamente los problemas y conflictos que se producen al retomar sus vidas cotidianas los que ofrecen el hilo argumental. Sus historias personales se van entrelazando con habilidad, incluyendo escenas de gran sensibilidad como aquella en la que la novia, tras muchas dudas internas, ayuda a vestirse al soldado mutilado. Un final estereotipado no desluce sin embargo esta maravillosa reflexión sobre los efectos de la guerra en los soldados y sus entornos sociales.


 En definitiva, dentro del amplio cajón del cine bélico o de guerra caben pequeños compartimentos que van desde el panfleto patriótico o militarista hasta el alegato antibelicista y la denuncia de los horrores y las consecuencias de estos conflictos. Veremos qué nos ofrece “De mayor quiero ser soldado”.

viernes, 21 de octubre de 2011

20 DE OCTUBRE DE 2011

Mi primera reacción, hablar con mis hijos. Para ellos, un futuro sin violencia. Mi primer recuerdo para Jose Mari, mi primo, mi amigo, que cayó por una bala asesina.
Es noche estrellada.

viernes, 14 de octubre de 2011

QUE NO TE LA DEN CON QUESO

La expresión “que no te la den con queso” proviene del mundo del vino. En los tiempos en que la gente iba a comprar el vino a las bodegas para su consumo diario se apreciaba que los vinos fueran suaves y agradables para la comida. Los vinos astringentes (ásperos, con muchos taninos) no estaban bien valorados. Los astutos bodegueros ponían un plato con queso para degustar. Con ello conseguían que la caseína del queso (proteína de la leche) se combinara con los taninos de modo que el vino siempre parecía suave. Picaresca comercial.
No sabemos si a nuestros vecinos franceses se la han dado con queso pero han vuelto a quedarse “touchés”. En 1976 la prestigiosa revista Decanter organizó en París una cata a ciegas de vinos elaborados con variedades de uva de Burdeos (cabernet-sauvignon y merlot). El resultado causó una gran conmoción: los mejores procedían de California. Para los franceses fue como perder por goleada en su propia casa. Treinta y cinco años después, esta vez en Londres, la misma revista ha anunciado los premios a los mejores vinos del mundo, y el ganador del mejor Burdeos ha sido He Lan Ping Xue Jia Bei Lan 2009. Sobra explicar la procedencia del mismo. Preparémonos para la invasión china en el mercado del vino. Cualquier día nos sorprenden con un Cha Ko Li. Agur.


jueves, 6 de octubre de 2011

VIVIENDA UNIFAMILIAR

El pasado día 3 de Octubre se celebró el Día Mundial de la Arquitectura, coincidiendo con el Día Mundial del Hábitat. Y el lema elegido para esta ocasión por la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) fue “Arquitectura y Derechos Humanos”. Según el artículo 25 de la Declaración de la ONU “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida que le asegure el acceso a la vivienda.”
Cuando como profesionales de la arquitectura nos enfrentamos al desarrollo de un proyecto de vivienda y, en concreto, al proyecto de una vivienda unifamiliar, donde tenemos una relación muy directa con el usuario final, he observado que a menudo somos incapaces de desprendernos de una serie de “tics” que nos alejan de lo que debería ser un buen servicio a nuestro cliente. Es cierto que la tipología de cliente de vivienda unifamiliar es variada y dispersa: desde el que tiene muy claro (al menos aparentemente) la vivienda que desea y llega al estudio cargado de imágenes de revistas para indicarnos que quiere una casa “como ésta”, hasta el que no sabe ni siquiera cuántos dormitorios va a necesitar. Que yo recuerde, en la Escuela de Arquitectura no tuvimos ninguna asignatura de Sicología, y algo de eso se echa en falta cuando una pareja discute acaloradamente ante nosotros por no estar de acuerdo en poner el baño dentro o fuera de la habitación. Siempre he dicho que el proyecto de una vivienda unifamiliar es el mayor reto que se le puede plantear a un arquitecto aunque a priori pueda parecer lo contrario. La implicación del cliente es tan grande y sus incertidumbres, obsesiones, ilusiones, tan amplias que convierten el desarrollo del proyecto en un proceso complejo, lleno de idas y venidas, de desalientos y a veces de desconfianzas. Y sin duda, si comparamos las horas dedicadas al mismo con los honorarios obtenidos, el que menor rendimiento económico ofrece.
Pero volvamos a nuestros “tics”. En muchas ocasiones nos olvidamos de quién es ese usuario final que, en definitiva, va a disfrutar o a “sufrir” su espacio vital. Y pretendemos suplantarlo y proyectar la casa que nos gustaría para nosotros. Evidentemente no es ese el camino, el de la imposición. El camino está en el correcto equilibrio entre los deseos, los anhelos, la forma de vida del cliente y las aportaciones que nosotros, como profesionales, seamos capaces de transmitir e inculcar a nivel estético, funcional y constructivo. No conozco a muchos colegas que tras haber proyectado una vivienda se hayan preocupado por visitarla años después para interesarse por la confortabilidad y la integración en ella de las personas que la habitan. Sería un buen ejercicio de aprendizaje.
Pero dentro de este campo de la vivienda unifamiliar existe una situación mucho más peligrosa y delirante: cuando el arquitecto es su propio cliente, cuando el arquitecto decide proyectar su propia casa. Durante años defendí la posición de que un arquitecto nunca debe proyectar su propia casa. ¿Por qué? Porque en este caso sí que resulta prácticamente imposible desprenderse de los malditos “tics”. En principio parece lo más lógico, incluso por razones monetarias, que un arquitecto acometa el diseño de su vivienda. Pero lo que conozco es que, salvo honrosas excepciones, en dichos proyectos acabamos volcando nuestras propuestas frustradas de proyectos anteriores, nuestro ideario arquitectónico, nuestra ilusión de que el proyecto se vea publicado en alguna revista especializada, de que pueda recibir incluso algún premio, que podamos explicar a las visitas porque hemos construido esta escalera que no va a ninguna parte o este doble espacio que lo único que hace es “chuparnos” calefacción en invierno. En fin, un desastre. Acabamos convirtiendo nuestra vivienda en un catálogo, en una pesadilla diría yo, eso sí, con todas las piezas perfectamente encajadas y justificadamente ubicadas.
La mejor definición de vivienda se la escuché hace años al lúcido arquitecto Saénz de Oíza cuando decía que le gustaban las casas “en las que se notaba que los muebles habían ido entrando poco a poco”. No se puede expresar mejor la idea de que una casa la tiene que ir haciendo poco a poco el que la vive, y nosotros, como agentes iniciales de ese proceso, debemos limitarnos a crear las condiciones idóneas para que ese desarrollo, ese acondicionamiento, pueda ir llevándose a cabo. O lo que es lo mismo, debemos ser humildes con nuestra labor. Salvo que nos encontremos con una compañía como la de Kim Novak en “Un extraño en mi vida” y pretendamos impresionarla con nuestro trabajo.


Hace unos años tuve la oportunidad de construirme mi casa, en contra de mi propio ideario. Con el proyecto ya avanzado las cosas se torcieron y alguna maldición me mantuvo finalmente fiel a mis principios. La frustración en aquel momento fue grande pero ahora doy gracias… a quien corresponda.