Hace
unos días, en una reunión de trabajo, un compañero le hacía a otro el siguiente
reproche: “Qué poco generoso eres, Iñaki
(nombre simulado)”. Al escucharlo me sorprendió la sutileza del reprochador
al sustituir la acusación de egoísmo por su antónimo, la generosidad. Me
pareció elegante.
Pero
asimismo redescubrí esa palabra, ese término que yacía un poco adormecido en el
cajón de mi vocabulario. Y no había caído en la cuenta de que la generosidad
abarca una serie de cualidades que a veces yo he intentado destacar de alguna
persona a través de otros términos, con poco éxito: una persona amable,
cercana, que sabe escuchar, que se presta a colaborar, a aportar, que da
ánimos, que irradia “buena onda” (como dicen en México), que desprende energía
positiva solo con su mirada, que nos brinda una sonrisa sincera… Y ¡vaya!, de
repente me doy cuenta que con una sola palabra me basta.
Es
una especie, la de la persona generosa, que abunda poco, incluso en peligro de
extinción diría yo. Porque la generosidad supone no esperar nada a cambio de tu
acción, de tu actitud. Y eso, en una sociedad basada en el intercambio, en el
dar para recibir, en la suspicacia y la competitividad, se convierte en la
acción de una “rara avis”. Aunque estoy seguro de que finalmente hay algún tipo
de contrapartida para el generoso, pero que tiene más que ver con sensaciones o
estados de ánimo al haberse quitado de encima ese peso del trueque establecido.
En
ese sentido tengo que afirmar que, a día de hoy, en mi entorno habitual, en mi
pequeño ecosistema, no tengo carencias en lo que a la generosidad se refiere. Disfruto
de la presencia de varios ejemplares de “homo
generosus” (acabo de visitar los yacimientos de Atapuerca). Y eso se traduce en momentos de felicidad. Sí, me
considero afortunado, y ojalá el “homo
generosus”, a pesar de todo, corra
mejor suerte que la que tuvo el “homo
neanderthalensis”.
Compañero
Iñaki, a ver si eres un poco más
generoso y dejas de estar… incordiando (de primeras me había salido otra
expresión, pero no toca) al personal día sí y día también. Sé que es difícil
evolucionar, pero seguro que tú puedes.
Miguelón
Y, por
cierto, no venimos del mono sino de Miguelón:
http://www.museoevolucionhumana.com/~museoevo/es
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