Podría empezar diciendo aquello de “en las islas Azores están los cielos más
extraordinarios del mundo”, pero no voy a caer en esa torpeza porque no he
visto ni veré tantos como para poder afirmarlo. Y quiero seguir encontrando
cielos extraordinarios. Lo que sí puedo afirmar es que en ese archipiélago
atlántico disfruté de un repertorio amplio y variado de cúmulos, cirros,
nimbos, estratos y otras formaciones nubosas cada cual más caprichosa.
El monte o volcán Pico da nombre a una de las islas occidentales de las Azores. Con sus 2.351 metros es el punto
más alto del territorio portugués. Se trata de un volcán joven, con “tan solo”
750.000 años de antigüedad. Y su presencia, sobre todo desde las islas próximas
como Faial, nunca pasa inadvertida,
incluso cuando se oculta totalmente tras un manto de nubes se percibe su fuerza.
Actúa con ellas como un imán, las atrapa, las desliza lentamente a través de
sus laderas emergiendo sobre ellas, las empuja hacia su base, las “centrifuga”
o las expulsa cuando quiere mostrar con arrogancia todo su perfil. Perfil que
en su lado sur cobija el cultivo de unos viñedos que producen recios vinos,
sobre todo blancos, en unas tierras arañadas con esfuerzo en la lava volcánica.
Los lugareños dicen que en las Azores se pueden dar en un mismo día las
cuatro estaciones del año, e incluso varias veces. Y es cierto. En pocos
minutos el panorama puede cambiar de forma trepidante y pasar de un fuerte
aguacero con negros nubarrones y viento intenso a una plácida calma con un
cielo luminoso. Eso, sí, las nubes, de una forma o de otra, siempre están ahí.
Y están aquí, en la colección de dieciocho fotografías que componen el siguiente
vídeo. Fotografías tomadas en un intervalo de apenas doce horas.
“Azores
en medio del océano, lejos de todo. De Europa y de América. Tal vez sea la
lejanía el embrujo de las Azores”. Antonio Tabucchi.
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