El cliente
nos pedía una vivienda de estilo tradicional, inspirada en la arquitectura del
caserío vasco, con su cubierta a dos aguas, sus aleros, sus entramados de
madera y ladrillo rústico… Sin embargo interiormente, a nivel de instalaciones,
debía ser una casa “inteligente”, con un alto grado tecnológico: controles
domóticos, pantallas de plasma, electrodomésticos de última generación… Y
contar con un amplio garaje para su vehículo de no sé cuántos caballos. Y no de
tiro precisamente.
Algo
parecido ocurre también en nuestra profesión cuando nos enfrentamos a la
rehabilitación o intervención sobre un edificio histórico, el eterno debate
entre el respeto absoluto a lo existente o la convivencia entre el lenguaje
contemporáneo (modernidad) y el histórico (tradición). En este blog se ha
abordado en varias ocasiones esta cuestión:
Nos movemos continuamente
entre la modernidad y la tradición. Entre las “esferificaciones” y las
croquetas de la abuela. Nos seduce lo nuevo, lo avanzado, lo pulido. Pero, al
mismo tiempo, nos resistimos a abandonar lo conocido, “lo de toda la vida”, lo
que nos da seguridad. Y en ese equilibrio continuo, que no parece difícil,
discurren nuestras vidas. Entre las raíces, que nos siguen vinculando a la
tierra, y las alas, que nos permiten un cierto revoloteo pero sin llegar a
romper esos vínculos ancestrales.
Hace unos
días escuché las palabras de Javed Akhtar,
escritor indio y coguionista de la película “Sholay”, que definía de esta forma
esa dualidad entre tradición y modernidad, aplicada al mundo del arte pero
extensible a cualquier faceta de la actividad humana:
“Seguro que ha visto a niños jugar con una cuerda y un
guijarro. Atan el guijarro con la cuerda y empiezan a hacerlo girar por encima
de la cabeza. Poco a poco van soltando la cuerda y empiezan a hacer círculos
cada vez más grandes. Este guijarro es la sublevación contra la tradición,
quiere alejarse. Pero la cuerda es la tradición, la continuidad que lo sujeta.
Si cortas la cuerda el guijarro se caerá. Si quitas el guijarro la cuerda no
puede llegar tan lejos. Esa tensión entre la tradición y la modernidad
(entendida esta última como sublevación contra la tradición) es, en cierto
modo, contradictoria. Pero, en definitiva, son una síntesis, una unión.
Tradición y modernidad siempre estarán juntas en cualquier buen arte”.
Bella y
lúcida definición. Pero me quedo con una sencilla acción que observé no hace
mucho tiempo mientras viajaba en el metro. A mi lado una señora estaba
concentrada en la lectura de su libro electrónico (o e-book). Cuando llegó al
final de la página acercó su dedo índice a la boca, lo humedeció y pulsó la
tecla de avance. Tradición y modernidad en estado puro.
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