…CONTINÚA.
Manuel
Ignacio Galíndez,
arquitecto bilbaíno (1892-1980), finaliza sus estudios universitarios en Madrid
en 1918. Tras su regreso a Bilbao comienza su trayectoria profesional siendo
testigo de la convulsión industrial que impregna a toda la sociedad local. De
ahí debió surgir su inquietud por el progreso y la técnica. Pero también, y
esto será muy destacable en casi todas sus obras, su sensibilidad hacia los
problemas urbanos, en una ciudad que estaba iniciando una nueva etapa, la del
Bilbao moderno.
No vamos a desglosar aquí su trayectoria
profesional, disponible en diversos estudios y publicaciones monográficas. Pero
sí interesa destacar que Galíndez fue
un profesional discreto, al margen de debates teóricos, que apenas aparecía en
publicaciones y revistas especializadas. Quizás el carácter híbrido de sus
obras tenía algo que ver con esa “invisibilidad”. Y su condición de puente
entre la aclamada generación de los 30 y la que comenzó a destacar a finales de
los 50.
Hombre viajero, poseedor de una extensa
biblioteca y amante de la navegación (él mismo diseñaba y construía sus
pequeñas embarcaciones) trabajó a caballo entre Bilbao, Madrid y Cataluña hasta
su jubilación en los años 60. Para él la arquitectura era un ejercicio de
composición. Eso era lo importante, lo permanente. Las cuestiones de estilo, en
cambio, eran algo circunstancial. Eso le permitía pasar, sin ningún complejo,
del racionalismo al neo-vasco, pasando por el manierismo más refinado y
decorativo. Pero siempre con criterio, sin dejarse llevar por las corrientes o
las modas.
Y algunos extraordinarios ejercicios
compositivos nos dejó en Bilbao: Rascacielos de Bailén, La Equitativa, La
Aurora… En 1943 recibe el encargo de la sede para la Naviera Aznar, en una
solar al borde de la Ría. Y desarrolla el proyecto en colaboración con su
sobrino José María Chapa, recién
incorporado al estudio. Las complejas condiciones urbanas del solar son
asumidas como un reto que (y esta es la grandeza de Galíndez) desemboca en una lúcida propuesta que va más allá de la simplista
interpretación de “edificio barco” que habitualmente se hace de esta obra, con
su proa dirigida hacia la Ría.
Es cierto que las referencias marinas están
ahí, pero son otros los valores que hacen único este proyecto: la adecuada
distribución interior en torno a un patio; la utilización de materiales (piedra
arenisca, ladrillo visto) y texturas perfectamente jerarquizadas en la
composición de las fachadas, la delicadeza en la incorporación de aleros, cornisas
y retranqueos. Y, por encima de todo, la sensibilidad y el entendimiento hacia
el entorno, planteando respuestas diferenciadas a cada una de las situaciones:
fachada curva hacia la Ría, fachada “palaciega” de acceso hacia la plaza, fachada
interior hacia la calle. Y todo ello sin perder el concepto de objeto unitario.
Como el propio arquitecto indica en la
memoria de su proyecto: “Se ha adoptado
un estilo clásico dentro de su modernidad, en que la serenidad de sus masas y
sobriedad de sus elementos clásicos puede ser la mayor garantía de su
permanencia”. Y vaya si permanece. Porque, casi setenta y cinco años
después de su construcción, el edificio no ha perdido su vigencia y, tras algún
cambio de uso, sigue gozando de una extraordinaria salud. Firmitas, utilitas, venustas y sentido urbano. ¿Quién da más? Tal
vez, quizás, probablemente, hoy… el mejor edificio de Bilbao. Mañana ya
veremos.
1 comentario:
¿Se inspiraría Galíndez en la Chilehaus de Hamburgo?
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