Hace unos
días, al releer un correo electrónico que estaba a punto de mandar, me
sorprendió detectar la expresión “Perdón
por…” que, evidentemente, yo mismo había escrito (un error en el cálculo de
un presupuesto enviado anteriormente era el motivo). Tuve la tentación de
cambiar o eliminar esa expresión. Finalmente pulsé “enviar” sin retocar el
texto. ¿Tan difícil es pedir perdón? Así parece. Lo más habitual es callar o bien
rebajar el grado de la culpa o el error con alguna expresión sustitutoria del
tipo: “Pido disculpas…” La disculpa
es un término más “light” que, al parecer, nos deja con la conciencia tranquila
y sin el peso que supone la admisión completa del error. Pero lejos de dejar
ahí dicha rebaja a menudo vamos más allá completando la frase con un
condicional del tipo: “Pido disculpas si
he podido ofender a alguien…” Vamos, que ni he ofendido, ni me he
equivocado, ni soy culpable de nada. Y a otra cosa.
El mismo
día que envié el correo electrónico origen de esta disquisición (tras lo cual
no sentí ningún peso sino más bien alivio) Bob
Dylan cumplía años, setenta y tres primaveras. Y como pequeño homenaje,
celebración o lo que sea, me dio por escuchar algunas canciones suyas,
concretamente tres discos publicados a comienzos de los años 80. Discos que
coincidieron con su conversión al cristianismo y con una etapa de profunda
religiosidad (según las crónicas). Le cayeron palos por todos los lados, por su
cambio ideológico-espiritual y por su giro musical. Pero esto no era nuevo para
Dylan. Años antes ya habían intentado
“desenchufarle” cuando en el festival de Newport
salió al escenario con una guitarra eléctrica renegando (eso pensaron al menos
los “folkies” más puristas como Pete
Seeger) del ortodoxo sonido acústico. Pero Dylan, terco el hombre, ni en un caso ni en otro pidió perdón. Ni
disculpas. Ni disculpas matizadas. ¡Qué soberbia!
Escuchados
ahora esos discos que algunos quemaron en la hoguera, y que devoré en formato casete
en mi etapa universitaria (“Slow train
coming”, “Saved”, “Shot of love”), lejos ahora del ruido
mediático de aquellos años, descubro un sonido contundente, con potentes bases
rítmicas, guitarristas de lujo (Knopfler, Clapton, Taylor), deliciosos coros de
voces godspell… Unas canciones intensas. En definitiva, unos buenos discos más
allá de etiquetas y estilos. Eso sí, con las peores portadas de toda su
discografía.
Con lo cual
mi veredicto es claro: Bob Dylan no
tenía que pedir perdón por haber compuesto y grabado unas buenas canciones. Tal
vez debían hacerlo aquellos intransigentes ¿seguidores? que no aceptaban
cambios ni matices en su trayectoria musical y vital. Nada nuevo bajo el sol: ciego
y peligroso fanatismo.
“Solid
rock”. (Bob Dylan)
Estos días
llevo en el coche un disco de reciente publicación que escucho una y otra vez.
Me habló de este grupo de música independiente un amigo que, días después, me
regaló el CD. Y han sido las canciones de cabecera en mis desplazamientos
diarios. El grupo, The National, el
disco, “Trouble will find me”. Así
que, para este amigo, otra palabra que tampoco se utiliza lo suficiente y que
suena tan bien como perdón: Gracias.
“Sea of love” (The National)
NOTA. Pido
disculpas si he podido ofender a alguien por la excesiva extensión de esta
entrada.
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