Si el verano
pasado hablé de Silvia y Juana como dos descubrimientos simultáneos en el mundo
de la música algo similar me ha ocurrido estos últimos meses, en este caso con
dos hombres, Carles y Owen. A lo que hay que añadir un paralelismo más, También
en el caso de Carles, como en el de Silvia, ha sido más bien un
redescubrimiento.
Volví a
saber de Carles Santos, de quien había perdido la pista hace ya unos años, por
la noticia de su fallecimiento, hace unos meses. Noticia que no ocupó más allá
de unas pocas líneas en algún medio de comunicación. Tenía 77 años.
Carles
Santos nació en Castellón. A los cinco años ya tocaba el piano y con veinte
empezó a dar conciertos, convirtiéndose en un pianista virtuoso lo que, sin
duda, le habría permitido desarrollar una extraordinaria carrera profesional.
Pero su espíritu inquieto le llevó a trasladarse a Estados Unidos donde conoció
a John Cage, que marcó su actitud y su futuro artístico. Y de pianista virtuoso
pasó a artista polifacético y vanguardista, siempre con propuestas innovadoras
y sorprendentes: compositor, intérprete, guionista y director de cine y teatro,
escultor, fotógrafo… Pocas facetas del mundo del arte escaparon a su frenética
actividad durante más de cinco décadas.
Por ejemplo,
de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 todos
recordamos la actuación a dúo de Montserrat Caballé y Freddie Mercury pero
pocos saben que la composición y dirección del espectáculo musical de ese mismo
acto estuvo a cargo de Carles Santos.
A pesar de
haber recibido numerosos premios y condecoraciones, tanto en el campo de la
música como en el de los espectáculos escénicos, su nombre sólo era reconocido
en ambientes y entornos muy reducidos. Podría decirse aquello tan manido de que
quizás si hubiese desarrollado su actividad en Nueva York otro gallo habría
cantado. Quizás, quién sabe. Lo cierto es que su fallecimiento me ha impulsado a
revisar parte de su obra y concluir, sin ningún género de dudas, que Carles
Santos era un auténtico genio, acogiéndome a la acepción número 4 de la RAE:
“Capacidad mental extraordinaria para crear o inventar
cosas nuevas y admirables.”, a lo que
habría que añadir sus extraordinarias facultades como intérprete, que nunca
perdió.
Como
despedida me quedo con una de sus últimas… lo que sea: en el estreno de uno de
sus espectáculos se tumbó en el umbral de la puerta de acceso a la sala
obligando a los espectadores a pasar por encima de él, librando su cuerpo,
rozándolo o incluso pisándolo, al gusto y decisión de cada uno. Pues eso, que
cada uno haga su propia interpretación.
Una pequeña
selección de algunas de sus creaciones:
Una de las
pocas entrevistas que concedió, en TV3:
Y para
finalizar esta auténtica “delicatessen” de su disco “Pianotrack”:
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