No
es posible explicar ni conocer la historia de Bilbao sin su Ría. En ella se
encuentran muchas de las claves del desarrollo de nuestra villa: sus orígenes
como puerto interior, su actividad comercial e industrial, su configuración
urbana, sus barrios, las relaciones con su entorno… Como llegó a decir Miguel
de Unamuno, “la Ría sola explica la historia de Bilbao”.
Desde
el siglo XIV las embarcaciones han remontado sus aguas a lo largo de casi tres
leguas marinas o, lo que es lo mismo, más de siete millas náuticas, en unas
duras condiciones de navegabilidad: la barra de arena de Portugalete, el escaso
calado en algunos puntos, los fondos rocosos, las curvas cerradas… Aun así comerciantes
y mercaderes preferían Bilbao como puerto interior frente a otros puertos costeros
por dos razones fundamentales: su condición de enclave y cruce de caminos
comerciales y su seguridad frente a temporales y ataques de barcos piratas.
No
sería hasta finales del siglo XIX cuando la figura del ingeniero Evaristo
Churruca surgió para establecer unas mejores condiciones de navegabilidad a lo
largo de la Ría gracias a su proyecto de canalización, al que dedicó la mayor
parte de su vida profesional.
Por
tanto, desde su fundación en 1300 y durante más de siete siglos la ciudad ha
escrito su historia urbana ampliando su territorio a ambas márgenes de la Ría.
Y la unión de dichas márgenes a través de sus puentes se ha convertido en un
relato apasionante dentro de la historia de la ciudad.
Todo es
posible sobre un puente. Como decía Chale Nafus “el paso por el puente suele significar algún tipo de cambio, de
transición”. Son construcciones artificiales que salvan un obstáculo, son
el más prosaico ejemplo del triunfo del ingenio humano sobre la naturaleza. Y
se muestran ante nosotros para decirnos que cualquier problema, por complicado
que nos parezca, se puede resolver.
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