Tenía
la fotografía de la bodega en la pantalla del ordenador: buena iluminación,
buen encuadre, la textura y el color de la pared en el punto adecuado, las dos
barricas recortadas en un primer plano… pero algo fallaba, algo que no
conseguía identificar. Había comprado una botella de vino tinto en esa misma bodega.
La descorché, me serví una copa y tomé un sorbo. Sus taninos me dieron de
inmediato la respuesta: faltaba una tercera barrica en la composición.
Me
inicié en la literatura infantil con “Los Siete Secretos”. Después llegaron Julián, Dick, Ana, Jorge y Tim, “Los
Cinco”. Y por último llegaron las aventuras de “Los Tres Investigadores”. No sé
si estas primeras lecturas tuvieron que ver en algo que he descubierto
recientemente, mi predilección por lo impar. Repasando fotografías,
composiciones artísticas e incluso películas he comprobado que siempre ha
estado latente ese “cariño especial” por el tres, el cinco o el siete frente a
sus compañeros pares.
Indagando
un poco sobre el tema resulta que no he descubierto la pólvora, ni mucho menos.
Algunos manuales de fotografía ya hablan sobre “la regla de los impares”, una pauta
compositiva según la cual las imágenes con elementos impares son más
atractivas, más dinámicas. En sicología también se ha detectado el efecto de
belleza especial que produce en nuestras mentes un número impar de elementos. En
matemáticas se considera a los impares como números más “volátiles”, más
imprevisibles y, por tanto, con un mayor grado de fascinación. También en
música se utilizan cinco líneas como base del pentagrama sobre el que se van
desarrollando las notas de una composición.
Pero
aún hay más. En el cine generalmente las historias y las acciones ganan en
intensidad cuando se pasa de dos a tres personajes. Lo podemos comprobar en esta
secuencia de “Perdición” (“Double Indemnity”. Billy Wilder, 1944) donde la aparición del personaje interpretado
por Bárbara Stanwyck hace surgir una
composición triangular llena de tensión y dramatismo (la música también ayuda):
Si
acudimos a la cultura japonesa el tema ya alcanza cotas insospechadas, a lo
largo de sus amplias tradiciones: hay celebraciones especiales para el tercer,
quinto y séptimo cumpleaños de un niño; la poesía clásica está compuesta de
tres o cinco unidades de cinco o siete sílabas; se usa un número impar de
flores en un arreglo floral, un número impar de rocas en un jardín tradicional…
En definitiva, se considera que los números impares son de mejor augurio que
los pares.
Así
que, en efecto, sea por búsqueda de un equilibrio inestable, sea por rechazo de
lo armonioso, sea por algún lejano ancestro japonés… a esta fotografía le falta
una barrica. Tres mejor que dos. Y ahora alguien podrá preguntarme: entonces en
las relaciones afectivas ¿trío mejor que pareja? Mejor escalera de color.
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