lunes, 15 de septiembre de 2014

AMORES CANDADOS… Y DESTRUCTIVOS

En varias ocasiones he abordado bajo distintos títulos (“La insoportable levedad de la arquitectura actual”; “La obsolescencia programada en la arquitectura”) el tema de la escasa calidad de las construcciones que se levantan en la actualidad, de su corta esperanza de vida, achacándola a diversos factores y agentes participantes en los procesos constructivos. Hace unos días, visitando el estudio de unos compañeros, comprobé con satisfacción que en su página web profesional, aún en construcción, habían incluido como lema básico de su forma de entender la arquitectura aquella antigua tríada que Marco Vitruvio proponía hace ya más de dos mil años como cualidades de una buena construcción: “Firmitas, utilitas, venustas” (sólida, útil, hermosa). No debe estar todo perdido, pensé. Y además estoy convencido de que Vitruvio no dispuso la solidez en primer lugar de forma aleatoria.  

Pero con lo que yo no contaba al hacer esas valoraciones era con otro factor que, al parecer, está empezando a echar abajo algunas construcciones centenarias: el amor. Sí, sí, el amor. O la promesa de amor eterno. La barandilla del Puente de las Artes en París se vino abajo a finales de esta primavera. La causa, los miles de candados que las parejas de enamorados habían colocado sobre ella.  Pero ¿quién es el ideólogo que lidera estas “intervenciones” que pretenden sellar amores eternos? ¿Quién está detrás de esta marabunta destructiva? Al parecer, Federico Moccia, escritor italiano de novelas para adolescentes que en alguna de ellas lo puso de moda. Consiste en escribir los nombres de la pareja en el candado, engancharlo a la barandilla del puente, cerrarlo y tirar la llave al río.


En poco tiempo puentes y otros elementos de toda la geografía mundial se han ido poblando de estos ¿dispositivos amorosos? Y han empezado a sufrir en sus carnes el peso del amor que, por lo que se empieza a ver, no estaba previsto en sus cálculos estructurales, ¡cachis! No sé qué habría que hacer con el tal Moccia, si erigirle un monumento por su capacidad para aborregar e inducir a la cursilería a miles de adolescentes o amarrarle un candado tamaño familiar al cuello y lanzarle al Tíber (después de hacerle pagar las facturas por los desperfectos). Lo cierto es que el hombre está forrado con los euros que sus libros y correspondientes adaptaciones cinematográficas han hecho llegar a sus bolsillos.

Aunque bien pensado, ¿tiene él alguna culpa? ¿No deberíamos adaptarnos al fenómeno y diseñar construcciones que permitieran y soportaran el peso de los candados enamorados? Es curioso, sin embargo, que el símbolo o la manifestación del amor, una expresión libre de las personas, sea precisamente… un candado que no se puede abrir. Hasta que la muerte nos separe, o hasta que el puente se hunda. A mí me da qué pensar, qué mal rollo.

Pero, aunque me cueste, tengo que ser sincero y reconocer que en mi videoteca, en el apartado 2010-2020 hay un DVD titulado “Perdona si te llamo amor”, basado en una novela del susodicho. ¿Cómo habrá llegado hasta ahí? Vaya usted a saber.

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