Recientemente he hablado en este blog de Bernard Moitessier, el gran navegante
que creció y se formó en su juventud en los mares del Pacífico, a donde regresó
para vivir hasta el final de su vida, tras renunciar a ganar la regata vuelta
al mundo en 1968.
Por otro lado, en su primer viaje de
exploración del Pacífico el capitán James
Cook contó con los servicios de un navegante polinesio, Tupaia, quien dibujó un mapa de las islas
que rodeaban su tierra natal, Ra’iatea,
en un radio de 3.600 km.
El “triángulo”
de la Polinesia
Ante estos datos es evidente que los
polinesios “algo sabían” en esto de surcar los mares. Sin embargo, si acudimos a
cualquier historia o revisión de la navegación nos encontramos con las hazañas
de portugueses, españoles, británicos, holandeses y, retrocediendo en el
tiempo, vikingos, fenicios, egipcios, chinos… Ni una referencia, ni una mínima
alusión al pueblo polinesio. Quizás su aislamiento geográfico en la inmensidad
del Pacífico sea la causa.
Recientes descubrimientos, tanto en el campo
de la arqueología como de la antropología, complementados con la tecnología del
análisis del ADN, han venido a demostrar que el pueblo polinesio era viajero y
que, mil años antes de la época de los grandes descubrimientos, ya realizaban
extraordinarias travesías de más de 2.500 kilómetros entre islas, por los mares
del Pacífico.
Embarcación
polinesia
Pero lo más sorprendente es, por un lado, el
tipo de embarcaciones que utilizaban. Canoas de dos cascos de diversos tamaños
y equipadas con velas, pero simples canoas al fin y al cabo. Y por otro lado,
sus métodos de navegación, de orientación en esos inmensos mares. Conocían
perfectamente la bóveda celeste y a través de la posición de apenas 150
estrellas, que observaban sin ningún tipo de aparato, eran capaces de mantener
un rumbo determinado. A este método de navegación astronómica, del que
posteriormente todos los navegantes se han servido a través de instrumentos
como el sextante, los polinesios añadían otros bastante más peculiares: la
dirección de las olas, los avistamientos de aves, la forma de las nubes, los
reflejos de éstas en el agua, la percepción de las corrientes… Incluso eran
capaces de realizar una “carta náutica” llamada “carta de palos”, hecha de
bambú y en la que mediante nudos y conchas señalaban la posición de las islas,
la dirección del viento, de las corrientes y la forma de las olas. Y todos
estos conocimientos se iban traspasando de padres a hijos a través de la
tradición oral, en forma de canciones.
“Carta
de palos”
Hoy encendemos el GPS y nos quedamos tan
tranquilos. Pero si algún día los satélites se rebelan y se niegan a indicarnos
nuestra posición, ¿seremos capaces de volver a mirar al cielo, a las nubes, a
las olas? Al fin y al cabo son estos elementos de la naturaleza los que nos
permiten avanzar en la navegación a vela, la auténtica navegación. No los
desdeñemos.
No sé si alguna vez llegaré a navegar en esos mares, que para los
polinesios eran su nación, su continente acuático. ¿Por qué no? De momento me
conformo con mirar de vez en cuando al cielo y observar si las estrellas
tintinean: señal de que se acerca mal tiempo, según lo que aprendió Moitessier de sus maestros. Por algo se
empieza.
2 comentarios:
Muy interesante. El viaje que hicieron en los años cuarenta con la Kon-Tiki ¿tiene algo que ver con esto? Creo que era un viaje experimental.
Saludos, Luis.
Hola Luis,
Ese viaje, en una gran balsa entre Perú y Tahití, tiene solo cierta relación con lo comentado.
Pero el verdadero impulso a los viajes experimentales sobre la navegación polinesia lo dio la creación, en 1973, de la "Sociedad Viajera Polinesia". Sobre todo gracias al navegante hawaiano Nainoa Thompson, que a bordo de la "Hokule'a" (una réplica de las antiguas embarcaciones polinesias)consiguió navegar, con los métodos tradicionales, de Hawai a Tahití, en los años 80.
Posteriormente se han hecho más viajes que han ido confirmando las rutas que se suponía realizadas por los antiguos navegantes.
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