Marc Augé, antropólogo y etnólogo francés,
establece la identidad de un individuo a partir de su relación con los lugares
y espacios cotidianos. Así, y por contraposición, los “no-lugares” serían “los
lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser
considerados como lugares”. Ejemplos de un no-lugar serían una autopista, una habitación de hotel,
un supermercado o un aeropuerto.
Casi nunca me he sentido cómodo en un
aeropuerto. Y no por el miedo a volar. Al contrario, cuando el avión despega
siento una cierta liberación, es como dejar atrás un territorio hostil, un
entorno antipático. He intentado descubrir qué es lo que provoca esa
incomodidad. Parece evidente que el tiempo que pasamos en un aeropuerto discurre
entre la tensión por encontrar el mostrador de facturación o la puerta de
embarque, la incertidumbre de si nos pitará el arco de seguridad al atravesarlo
o si nos mandarán abrir la maleta, la zozobra de que nuestro equipaje aparezca
sobre la cinta transportadora… A eso hay que sumar los tiempos muertos de
espera.
Pero creo que el aspecto arquitectónico de
los aeropuertos, el entorno espacial que nos rodea también influye
decisivamente. En la mayoría de los casos los espacios son claustrofóbicos y laberínticos.
Y es precisamente esa falta de orientación espacial, de ubicación, la que nos
provoca ese desasosiego, esa incomodidad. Ahora bien, esa percepción, o parte
de ella al menos, desaparece cuando el diseñador del recinto plantea una opción
tan sencilla como “abrir” el espacio interior hacia el exterior. En el momento
en que, a través de una cristalera, podemos divisar el perfil lejano de la
ciudad o de la montaña, los aviones que aterrizan o despegan, toda esa zozobra
desaparece y la estancia se vuelve mucho más confortable. Un ejemplo claro lo
tenemos en la terminal T4 del aeropuerto de Madrid, que a pesar de su gran
tamaño consigue, gracias a su apertura hacia el exterior y un uso “orientativo”
del color, eliminar esa sensación negativa.
Esa es, por tanto, una de las
responsabilidades de los arquitectos cuando acometemos un proyecto de estas
características, aeropuerto, estación, etc. (el que tenga la fortuna de
acometerlo): conseguir la confortabilidad del usuario, que desde su entrada
hasta su salida se sienta en un entorno amable y que la funcionalidad presida
las líneas básicas de su diseño, más allá de otras consideraciones estéticas
que deberían estar subordinadas a ella. Tenemos herramientas suficientes para
hacerlo, después cada uno que aporte sus capacidades.
Buen viaje.
4 comentarios:
A pesar de mi miedo a volar y de mi natural nervioso, las dos únicas veces que he utilizado un aeropuerto me he sentido la mar de tranquila, y eso que en una de las ocasiones pitó el arco de seguridad a mi paso y en la otra tuve que abrir la maleta por llevar un artículo no autorizado.
Tengo dos secretos para que eso sea así. Y sí, uno de ellos tiene que ver con la arquitectura.
Teresa
Los miedos supongo que empezamos a superarlos sobre todo en el momento en el que decidimos afrontarlos. A veces con un pequeño empujoncito de confianza es suficiente.
Por cierto, ¿qué llevarías en la maleta para que te la hicieran abrir?
Sin embargo en las estaciones de tren no se siente ese malestar, son mucho más acogedoras supongo que por algunos de los factores que comentas.
Luis
Las estaciones de tren tienen una configuración espacial mucho más clara, que deriva de la disposición lineal de las vías. Además normalmente están integradas en la ciudad, a diferencia de los aeropuertos. Eso también las hace más "cercanas".
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