Leo
una noticia titulada “El soldado
perfecto”. Comienza dando detalles sobre un mecanismo, artilugio o similar
que aumenta de forma considerable las capacidades físicas de los soldados
estadounidenses, el exoesqueleto. Un
esqueleto exterior acoplado al cuerpo que dota de una mayor fuerza y
resistencia a los ¿afortunados? que lo portan.
Asimismo,
y a través de un acuerdo entre una prestigiosa universidad y el gobierno
estadounidense, este último aporta una importante cantidad de dólares para que
los científicos de dicho centro investiguen y desarrollen fórmulas y productos
que complementen las capacidades de dichos soldados
perfectos: aguantar muchas más horas sin dormir, sin comer, sin tener
relaciones sexuales… Un chollo, vamos.
Nada
más leer la noticia me vienen a la cabeza imágenes de una de las películas
que mejor ha recogido la locura de la guerra, Apocalypse Now, de la que ya he hablado en este blog, en una
entrada titulada “Películas ¿de guerra?”.
Aquella absurda guerra de Vietnam en la que se sumergieron los estadounidenses,
tecnología armamentística frente a naturaleza hostil, aviones supersónicos
echando napalm frente a lanzas y machetes, de la que, sin embargo, salieron
derrotados y con graves secuelas sicológicas en un gran número de combatientes.
Precisamente porque, como expresa uno de los protagonistas de Platoon (otra interesante película
basada en estos acontecimientos) empezaron a surgir en los soldados las dudas,
el porqué de aquella guerra, de aquel enemigo invisible, qué estaban haciendo
realmente allí. Y cuando un soldado se cuestiona su misión, de una forma o de
otra puede darse por muerto.
Cuesta
creer que las cifras de bajas fueran de 58.000 estadounidenses frente a
3.500.000 vietnamitas y que, aun así, éstos ganaran la guerra. Cuando hablamos
de estas cifras perdemos la dimensión del drama que estas pérdidas suponen. Nos
afecta más una muerte con nombres y apellidos, con fotografía y con una
historia conocida que 3.500.000 muertos en una guerra. Para estos casos he
desarrollado un mecanismo nada original: empiezo a contar 1, 2, 3, 4, 5… Cuando
voy por el 50 me doy cuenta de lo que queda para llegar a la cifra total y
empiezo a tomar conciencia de la magnitud del drama. Y cada muerto tiene su
nombre y apellidos, su foto, su familia, su historia.
Dicho
esto me sorprende, o quizás debería decir me indigna, que la guerra siga
marcando la agenda investigadora de científicos y universidades. En alguna
ocasión he escuchado que la locura de la guerra no es un episodio aislado al
que ciertos hombres se ven arrastrados sino que la pulsión de matar es algo
inherente a la condición humana. Me cuesta creerlo. Pero es lo que hay. El
corazón de las tinieblas, la barbarie de la guerra, sigue aquí.
4 comentarios:
Es cierto que Estados Unidos no logró convencer a sus soldados del porqué de la guerra de Vietnam, y que muchos fueron por tradición familiar, sus abuelos habían estado en la Primera Guerra Mundial y sus padres en la Segunda Guerra mundial o en Corea. Probablemente los únicos que entendían su papel en esa guerra eran los propios norvietnamitas que luchaban por echar al invasor.
Y coincido contigo en que un muerto es u na tragedia pero tres millones son solo un número.
Espero que haya ido bien la visita a Lisboa.
Saludos,
Luis.
Es cierto que los estadounidenses no sabían por qué estaban peleando, que muchos soldados sintieron que iban a morir a un país extraño.
Otra reflexión: el cine, además de entretener, puede servir para analizar la historia y profundizar sobre algunos hechos. Uno no quita lo otro.
Ha sido muy especial volver a Lisboa.
Saludos.
Great!
Bienvenida al blog, Cherie, y gracias por tu "breve" comentario.
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