“Por favor, vota por mi fotografía y distribuye este
mensaje, gracias”. ¿Quién no ha
sido partícipe en alguna ocasión de la solicitud de un hijo, de una amiga, del
hijo de una amiga, de la prima del vecino del cuñado de una amiga? Total, por
echar una mano… Y sin ni siquiera dar un vistazo al resto de trabajos
participantes le hacemos un “clic”.
La
participación ciudadana se ha establecido en la teoría democrática moderna como
un derecho para que, a través de diferentes mecanismos, la población pueda
acceder a ser escuchada su opinión e incluso a tomar decisiones de manera
independiente sin pertenecer a la administración pública o a un partido
político. Hoy en día muchos organismos incluyen fórmulas de participación ciudadana
a través de consejos, consultas, foros, encuestas…
Hasta aquí
nada que objetar. El problema surge cuando se realiza una traslación directa de
esa participación ciudadana a la toma de decisiones en ámbitos profesionales y
artísticos. Y me estoy refiriendo precisamente a las, ya casi omnipresentes,
votaciones populares, establecidas para concursos de carteles, de fotografía,
de música, de arquitectura… de todo.
Y surge la
primera aberración, el concurso de “lo que sea” se convierte en un concurso de
marketing y publicidad, en una carrera, en la que al final se lleva el gato al
agua la persona que mayor capacidad de movilización y de seducción tiene, que
mejor se mueve en las redes sociales, que más tiempo dedica a enviar mensajes…
El resultado de estos formatos es que los premios pocas veces recaen en los
mejores trabajos y, como consecuencia directa, la calidad general de los
concursos va decayendo.
Y a esta
decadencia también contribuye la decisión de algunos profesionales o gente con
valía en cada disciplina que, poco a poco, se van desentendiendo de estos
procesos al comprobar que no son baremos de calidad relacionados con la
disciplina en la que se concursa lo que se acaba premiando, sino otras “capacidades”
de gestión.
Algunos
convocantes de concursos han debido captar este desatino y han intentado
introducir ciertos “factores de corrección” en estos procesos de votación
popular para intentar paliar esta absurda interpretación de lo que debe ser la
participación ciudadana. Y para ello han establecido en las bases de sus
concursos cláusulas surrealistas para equilibrar votación popular y decisión de
un jurado profesional, por ejemplo. Mal menor que no acaba de resolver el
problema y que suele ir acompañado de palmarias contradicciones. Un ejemplo: un
concurso de carteles con una dotación económica importante (3.000 euros) exige
el anonimato en la presentación de las obras, algo lógico y recomendable. Pero
el sistema de votación popular establecido provoca que ese anonimato salte por
los aires en un pispás. ¿?
Sabemos que
detrás de estos sistemas de votación popular se encuentran, en muchos casos,
los mecanismos de captación de datos con los que luego se negocia en los
mercados digitales. Así que, curiosamente, un mecanismo de corte “democrático”
y ciudadano acaba alimentando finalmente a las cúpulas financieras, a las
grandes empresas de eso que se ha dado en llamar el Big Data.
Lo cierto es
que, en estos últimos años, la calidad de los trabajos premiados en este tipo
de concursos ha caído en picado, los trabajos con ideas y propuestas
interesantes (y por consiguiente sus autores) han ido desapareciendo y los
profesionales que formaban parte de los jurados también han dado un paso atrás.
Sin olvidarnos de la frustración sufrida por muchos participantes que han visto
relegados sus trabajos por otros de menor valía. Y no hablo de pataletas sino
de injusticias evidentes.
La
participación ciudadana está de moda. Y no lo digo de forma peyorativa. Es
sana, necesaria y garantizadora de derechos. Pero estas fórmulas de votación
popular poco o nada tienen que ver con dichos mecanismos y a lo único que están
llevando es a la banalización de las formas artísticas y al desánimo de los
creadores. Así que para este año que empieza hago el siguiente propósito:
cuando reciba una petición de voto revisaré el resto de trabajos participantes
y votaré (o no)… al que me dé la gana (o no). Es más, cuando yo mismo participe
en algún concurso espero que no se entere ni mi sombra (si es que la tengo).
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