Una
de las mejores entrevistas que he escuchado jamás tuvo como protagonista, al
final de su trayectoria profesional, al cineasta John Ford. El mérito no fue precisamente (o quizás sí) de su
entrevistador, el también director de cine Peter
Bogdanovich, que se afanaba en intentar extraer de su entrevistado las
claves más profundas de su obra cinematográfica.
P.B.:
Señor Ford, su visión del Oeste es cada
vez más melancólica, si comparamos por ejemplo “Caravana de paz” con “El hombre
que mató a Liberty Valance”. ¿Se había dado cuenta?
J.F.:
No.
P.B.:
Ahora que se lo comento, ¿quiere decir
algo al respecto?
J.F.:
No sé a qué se refiere.
P.B.:
Señor Ford, ¿diría que en “Fort Apache”
la moraleja era que el ejército era más importante que el individuo?
J.F.:
¡Corten!
Sin
duda el sabio y huraño Ford en estado
puro. Un Ford que nunca mostró
interés alguno en hablar de su cine, en explicar ni analizar sus películas. Ya
serían otros los que se ocuparían de elucubrar, interpretar y decidir por qué
su cine era así y no de otra manera, llegando a conclusiones incluso contradictorias
en muchos casos.
En
los tiempos que corren, por el contrario, parece que los propios artistas y
creadores de diferentes ámbitos (cine, literatura, música, artes plásticas…) se
empeñan en explicar y justificar sus propias creaciones, convirtiéndose, de
alguna forma, en sus propios entrevistadores, dirigiendo o predisponiendo al
espectador ante sus obras, eliminando el factor sorpresa o la capacidad de
emocionar o sugerir que toda obra artística debería poseer por sí misma. Y esos
creadores dedican más energías (demasiadas, diría yo) a convertirse en guías
espirituales, en divulgadores y voceros culturales de sus propias obras. Y
cuando eso sucede, cada vez de forma más habitual, me pongo en guardia, recelo
de la capacidad creativa real de esas personas.
Estos
días disfruto, gracias a la generosidad de los Reyes Magos, de la escucha de un
disco grabado en 2016, con motivo de la despedida de un grupo de música de
nuestra tierra, Oskorri, tras
cuarenta y cinco años de trayectoria profesional. Nunca me he parado a analizar
y diseccionar sus canciones. Tampoco he escuchado de ellos explicaciones
metafísicas ni filosóficas sobre su trabajo. Pero han sido y son muy buenos, los
mejores, un escalón o dos por encima del resto. Sólo hay que dejarse llevar por
su música. Que si son grandes intérpretes, que si fusionan de forma magistral
tradición y modernidad, que si son exquisitos músicos en directo, que si… Como
diría John Ford… ¡corten!
Oskorri
& Ruper Ordorika en 1996:
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