“Mujer madura, ama de casa ocupada en sus
tareas domésticas, con hijos, casada con un buen hombre que la ignora casi por
completo, atrapada en su rutinaria vida, que un día…”
Es un argumento que ha sido abordado a lo
largo de la historia del cine en varias películas, algunas muy celebradas, y
desde distintas perspectivas, sensibilidades y estilos. Desde el tono épico de
“Thelma & Louise” (Ridley Scott,
1991) al tono romántico de “Los puentes de Madison” (Clint Eastwood, 1995), pasando por las reflexiones metafísicas y
existenciales de Bergman en películas
como “Persona” (1966) o “Gritos y susurros” (1972). Y habría que remontarse a
1945 para toparse con “Breve encuentro”, dirigida por David Lean, la quintaesencia del drama romántico que explora las
dificultades de una relación amorosa extramatrimonial en los años 40 del siglo
XX.
Shirley encaja en ese perfil de ama de casa
aburrida de su rutinaria vida que, probablemente, haya sido una adolescente
apasionada y rebelde pero que, tres décadas después, conversa más con la pared
de su cocina que con cualquier miembro de su familia. Y con estos mimbres el director
Lewis Gilbert construye una deliciosa
película, “Shirley Valentine” (1989), adaptación de una obra teatral que, para
buena parte de los críticos, está varios escalones por debajo de las citadas
anteriormente. Sin embargo creo que la invisibilidad de este film radica, por
un lado, en el escaso glamour o renombre del propio Gilbert y de la actriz protagonista, una extraordinaria Pauline Collins. Y, por otro lado, en el
tono de comedia (aparente), directa, fresca y sencilla (aparentemente también).
Bajo ese barniz de obra menor, y a poco que
rasquemos, van surgiendo pequeñas joyas en forma de escenas delirantes (la de
los huevos fritos con patatas), diálogos brillantes que ponen encima de la mesa
y sin tapujos el tema central de la historia, y planteamientos arriesgados de
puesta en escena como los monólogos de Shirley
hablando directamente a la cámara. Por tanto, película sencilla, sí, pero menos.
Y para terminar, un final abierto, mucho más
valiente que, por ejemplo, el planteado por Eastwood
en “Los puentes de Madison”, acorde con la conservadora sociedad
estadounidense. Como dice Shirley al
comienzo de la película: “¿Por qué se nos da tanta vida si no sabemos vivirla?”
Una vez recuperada la identidad… todo es posible. Autoestima, frescura y
valentía. Argumentos suficientes para disfrutar de “Shirley Valentine”, en la
que además, tal vez en forma de profecía, se escucha la siguiente frase:
“España no es Grecia”. ¿Os suena de algo?
Vídeo:
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