Tess Christian, mujer británica de cincuenta años, lleva
cuarenta sin sonreír. No hay nada que se lo impida, ninguna malformación,
atrofia muscular ni enfermedad. Fue una decisión voluntaria que surgió cuando
tenía diez años y estudiaba en una escuela católica: “Las monjas no eran alegres, no les gustaba que los niños sonriesen.
Siempre me dijeron que borrara la sonrisa de mi cara. Así que aprendí a no
sonreír”, afirma. Lo que empezó como una cuestión de fe se convirtió en una
estrategia o método de belleza al pensar que, gracias al hecho de no reír o
sonreír, conseguiría uno de sus anhelos, no tener arrugas.
Dicho
y hecho. Tess ha aplicado con rigor y escrupulosa disciplina esta técnica anti-envejecimiento
a lo largo de los años y, al parecer, con resultados totalmente satisfactorios:
“Mi dedicación ha dado sus frutos, ahora
no tengo una sola línea en la cara”. Tanto rigor ha aplicado en su método
que ni siquiera sonrió al ver por primera vez a su hija.
Tras
leer esta noticia mi primera reacción fue sacar el álbum de fotos y darle un
rápido repaso: risas, sonrisas, muecas… Después me acerqué al espejo, todo lo
que mi miopía (demasiado “mi mi”) me permitía, y pude comprobar las
consecuencias: líneas horizontales y verticales en la frente, desplegadas en
abanico bajo los ojos, diagonales en la comisura de los labios… Mejor no sigo.
Los dermatólogos corroboran que “las
arrugas aparecen debido a la creciente constante de la sonrisa y de las líneas
de la frente por los músculos de la cara, lo que dobla el tejido conectivo por
debajo de la piel”. Así que nuestra heroína ha dado en el clavo, ha
desarrollado el método perfecto, ahorrándose el botox y las cremas caras. Y
ahora luce un espléndido rostro de porcelana.
Y
me pregunto, ¿cómo será su álbum de fotos?, ¿habrá aleccionado también a su
hija a no sonreír?, ¿sonreirá su pareja por ella?, ¿puede permitirse llorar?...
Demasiadas preguntas de las que nunca conoceré la respuesta.
Vuelvo
a acercarme al espejo, todo lo que “mi mi” me permite. Huum, demasiado tarde. Lástima
no haber ido a ese colegio de monjas. Pero…sonría, por favor.
2 comentarios:
Pues sí, está claro que si tienes una vida feliz y llena de sonrisas tarde o temprano te saldrán arrugas... Así que, yo de momento (y espero que hasta dentro de muuuchos más años) carezco de esas líneas horizontales y verticales en la frente, pero tampoco me preocupo y sonrío todo lo que pueda sin temor a que esta pueda ser una causa del deterioro de mi imagen en un futuro.
Moraleja: las arrugas son síntomas de la sonrisa,y, la sonrisa, a su vez, efecto de la felicidad.
Sara
Amén.
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