Los de la Academia de Ciencias de Estados Unidos me han hecho la puñeta.
En la última salida a lomos de mi cabalgadura de dos ruedas me han obligado a
hacer continuas paradas para tratar de dar validez a su reciente estudio
publicado en la revista “Proceedings”. Así que cada vez que divisaba un prado
con un grupo de vacas ponía pie a tierra para proceder a una minuciosa
observación. Y todo porque dicho estudio sostiene que “los rebaños de bóvidos muestran una clara preferencia por una alineación
acorde con el campo mágnético terrestre”. Vamos, que los animales se
comportan como brújulas, indicando con los cuernos o con el rabo el norte
mágnetico de nuestro planeta.
Me he puesto a la tarea y he observado con atención la dirección cuerno-rabo
de estos animales intentando confirmar la tesis de los investigadores
estadounidenses. No ha sido fácil, la reseña sobre el estudio no desvelaba si
dicha alineación se da mientras pastan o mientras rumian recostadas. Ni si esa
orientación es la misma en el hemisferio norte y en el hemisferio sur. Y tampoco
si es el cuerno o el rabo-cola el que actúa como aguja magnética. De repente, y
como respondiendo a mis dudas, una de las vacas ha levantado el rabo y he pensado: “Hacia allí está el norte”. Pero enseguida he podido comprobar que
esa acción se ha debido a una necesidad
fisiológica apremiante que poco tenía que ver con su orientación, supongo.
No acababa de verlo claro, si bien el número de ejemplares con que me
encontraba en cada prado tal vez era escaso para sacar unas conclusiones
definitivas. O, como se diría en términos estadísticos, las muestras y los
perfiles no eran lo suficientemente amplios y variados. Cuando ya estaba a
punto de tirar la toalla, y tras una curva cerrada, ha aparecido una pequeña
campa junto al río en la que… ¡se alineaban! de forma casi militar docena y
media de vacas. ¡Eureka!, he exclamado. A ver si los de la Academia van a estar
en lo cierto. La visión de ese rebaño geométrico me ha alterado de tal forma que
no conseguía ubicar el norte. El cielo estaba nublado con lo que la posición
del sol no podía ser mi aliado en esa búsqueda. Y no llevaba encima brújula ni
artilugios similares. Sin embargo he sido capaz de imaginar mi próxima
singladura, si se confirmaba la tesis, llevando a bordo una vaca tudanca que
haría las veces de brújula y gps, y además nos aportaría los lácteos que
siempre se echan en falta en las travesías.
Pero pronto se ha truncado mi fantasía marítima al comprobar la razón por
la que las hermosas vacas tudancas se mantenían erguidas en dirección
norte-sur, este-oeste o la que fuera: sus cuernos, su morro, sus ojos,
apuntaban hacia la campa de al lado en la que tras una alambrada de espino se
encontraba recostado, con aparente indiferencia, un magnífico ejemplar de toro
negro zaino. Así que puedo confirmarlo: el efecto de la atracción magnética existe
entre los bóvidos.
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