Lo confieso.
He tenido la tentación de poner un título más llamativo a esta entrada que,
probablemente, habría atraído a un mayor número de lectores, por aquello del
morbo. Pero me he contenido. Me explico.
Recientemente
el médico francés Frédéric Saldmann ha publicado en España un libro titulado “El
mejor medicamento eres tú. La salud está en tus manos.” En él plantea una serie
de consejos naturales con el objetivo de demostrar que, en muchos casos,
podemos evitar pasar por la consulta del médico. El planteamiento del libro es
que en el interior de las personas, a través de acciones sencillas, están los
medicamentos que protegen y que hacen que el cuerpo se mantenga sano.
Como era
previsible los medios de comunicación han cogido “el rábano por las hojas” y no
se han cortado un pelo al difundir la noticia con titulares como “Eyacular doce
veces al mes reduce a la mitad los riesgos cardiovasculares” o “Las mujeres que
tienen menos relaciones sexuales son más propensas a desarrollar cáncer de mamá.”
Titulares ilustrados con imágenes “sugerentes” con pies de foto como “Un hombre
se desnuda delante de su pareja” ¿?? Pero lo realmente importante de todo esto es
el fondo del discurso del médico francés: lo sencillo, el sentido común, como
la mejor manera de resolver o prevenir problemas de salud, antes de pasar a
otras soluciones más complejas.
Y esta
actitud es extensible a cualquier actividad. Llevándolo, por ejemplo, al
terreno de la arquitectura, recuerdo el concurso que se convocó hace unos años
para la ampliación del edificio del Banco de España en Madrid. Cada arquitecto
planteó su propuesta para la nueva edificación. Un equipo, encabezado por el
catalán Oriol Bohigas, tras hacer un análisis del lugar y del programa
planteado en la convocatoria, llegó a la conclusión de que la mejor solución
era… no hacer nada. Así que presentaron un dibujo del solar totalmente vacío.
Por supuesto su propuesta no ganó el concurso, que fue a manos de Rafael Moneo,
si no recuerdo mal.
Hace unas
semanas se nos requirió desde la propiedad de un edificio cultural y de
espectáculos para aportar alguna solución que diese cobertura contra la lluvia
a la fila de personas que se concentraban ante la taquilla para adquirir
entradas. Estuvimos considerando conjuntamente soluciones constructivas más o
menos complejas (cubiertas de vidrio, marquesinas de madera…) para llegar a una
solución idónea. Tras varias jornadas de trabajo, una tranquila mañana en
nuestro estudio con un plano del edificio encima de la mesa nos dimos cuenta de
que la mejor solución era… no hacer nada. Porque el propio edifico en su
configuración actual ya incluía la solución, con su amplio voladizo. Lo único
que había que hacer era ¡cambiar la dirección de la fila! Mal negocio económico,
sin duda, tirando piedras a nuestro tejado al aportar soluciones que nos privan
de desarrollar un nuevo proyecto. Pero esa noche dormí con la conciencia muy
tranquila.
A veces es
necesario pararse a pensar, antes de adentrarse por inercia en sinuosos caminos
de complejidad innecesaria. Lo obvio, lo sencillo, lo tenemos delante pero no
lo vemos. Y las soluciones o las acciones sencillas están dotadas de una extraordinaria
belleza. Pero debe ser aquello de que “los árboles no nos dejan ver el bosque”.
Así que, eyaculaciones precoces, las justas, vaya.
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