Acababa de internarme en las primeras
estribaciones del pirineo oscense. Había sido una jornada agotadora, más larga
de lo previsto y con alguna que otra molestia física, a lomos de mi cabalgadura
de dos ruedas. Así que decidí darme un pequeño homenaje y sustituir el habitual
bocadillo vespertino por una cena de mesa y mantel.
No había mucha gente en el restaurante,
apenas tres o cuatro mesas ocupadas. Recuerdo que como aperitivo tomé un
refrescante gazpacho con jamón o panceta crujiente. Y ya no recuerdo más del
resto del menú. La culpa de mi falta de memoria probablemente estuvo en la mesa
que tenía frente a mí. Una pareja (matrimonio supuse yo) de avanzada edad, en
torno a los ochenta, parecía disfrutar de una agradable velada. Veía perfectamente
al hombre, que parecía alto y de buena planta a pesar de estar sentado. Un bonito
pelo ondulado, ya canoso, y un poblado bigote. La mujer, sin embargo, me daba
prácticamente la espalda. De pelo moreno y de cuerpo menudo, a veces conseguía
intuir el perfil de su rostro.
El hombre hablaba continuamente, de forma
pausada. Y sus maneras eran elegantes y con una atención constante hacia su
pareja. A ella no la podía escuchar por la posición que ocupaba. Él seguía
hablando y deshaciéndose en atenciones: le servía un poco de vino, le retiraba
el pelo de su cara, le acercaba la servilleta. Hombre galante y caballeroso,
pensé. No pude resistir más y, con la excusa de ir al aseo, me levanté y pasé
despacio frente a ellos, lanzando una mirada furtiva hacia a la mujer.
Cuando volví a sentarme ya conocía
perfectamente el porqué de las atenciones de aquel hombre, que en ese mismo
momento le estaba diciendo a su mujer:
“Es
verdad que en todos estos años no te he sido fiel. He andado con muchas, he
sido muy mujeriego y siempre te lo he ocultado. Pero ahora estoy aquí contigo,
cuidándote, porque te quiero”.
La mujer no respondió porque las palabras de
aquel hombre ya no eran capaces de llegar a su mente, ausente.
NOTA: Comentaba en una entrada anterior titulada
CABALGAR EN SOLITARIO: “…tú mismo estás
mucho más receptivo hacia el entorno que te rodea al no haber nadie que te
distraiga, tus antenas captan hasta el más mínimo detalle y eres testigo de
momentos que de otro modo te habrían pasado desapercibidos. Sí, te conviertes
de alguna manera en “voyeur”.
Y de
estas cabalgadas en solitario han ido surgiendo algunas historias y anécdotas
que en forma de relato ya han aparecido en este blog y seguirán apareciendo.”
Y ésta es una de ellas.
2 comentarios:
¿No había cianuro o estricnina burbujeante en el plato del hombre del bigote?
Yo le vi salir por sus propios pies. A no ser que fuera con efectos retardados... De todas formas no creas que toda la gente que conoce esta historia la percibe desde el mismo punto de vista que tú. Curioso.
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