Interior
Cuando me preguntan cuál es mi película
favorita mi respuesta es del tipo: “hay un puñado de ellas”; “depende de la
época y del momento”; “hay unas que envejecen bien y otras no tanto”… Vamos,
que no consigo mojarme. Algo parecido puede ocurrir con mi canción o mi libro
favorito. Sin embargo, a la pregunta de cuál es mi edificio preferido respondo
sin pestañear: “El Panteón de Roma”.
Y he dado la misma respuesta, también sin pestañear, desde hace tres décadas.
Planta
Mi idilio con el Panteón de Roma (o Panteón de
Agripa) se inició en la escuela de arquitectura a través de una asignatura
de primer o segundo curso que, si no recuerdo mal, se denominaba Análisis de
Formas Arquitectónicas. Y en ella me tocó destripar (medir, dibujar, despiezar,
analizar…) este edificio. Y de ese trabajo surgió un amor platónico al ir
descubriendo su geometría perfecta, su lucidez y sus ocultos alardes
constructivos, su equilibrio entre la solidez estructural y la ligereza del
espacio interior, casi etéreo…
Alzado
/ Sección
En mi primera visita a Roma, cómo no, lo
visité. Y ese amor platónico se transformó en amor carnal al poder tocar sus
paredes, pisar su suelo, quedar embriagado por su atmósfera interior. Acabé de
comprender aún mejor algunas de sus claves constructivas y quedé absorto al
pensar que este edificio había sido construido ¡diecinueve siglos atrás! En una
entrada anterior de este blog he hablado sobre “la insoportable levedad de la arquitectura actual”, y sobre el
valor que le asigno a la buena construcción, a la durabilidad y la solidez de
las edificaciones. Y ahí seguía el Panteón, intacto.
Cada vez que he vuelto a Roma ha sido una
visita obligada. Y lo seguirá siendo. En la última, el globo que tenía un niño
entre sus manos decidió escapar y ascendió lentamente hasta atravesar el óculo
superior de la cúpula y fundirse con el cielo azul romano. Una preciosa
metáfora de la fusión entre el hombre, la arquitectura y la naturaleza que
quedó grabada en mi retina. No es el más grande, ni el más espectacular, ni el
más lujoso. Pero es, para mí, el mejor. Y gracias a él sigo pensando que, de
mayor, quiero ser arquitecto.
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