jueves, 17 de septiembre de 2015

ARQUITECTOS BAJO TIERRA


Hubo un tiempo en el que dedicarse a la profesión de arquitecto suponía asumir toda una vida dedicada en cuerpo y alma a un único proyecto, y una muerte segura como “premio” a dicha dedicación. Eso era vocación. Como la que tenía Vashtar, el arquitecto que diseñó la pirámide de Keops para el faraón del mismo nombre en la dinastía IV del Antiguo Egipto. Vashtar sabía que el pago a su trabajo consistiría en ser sepultado bajo las piedras de la pirámide, junto con la familia del faraón y sus tesoros, para que no pudiera revelar los secretos de tan extraordinaria construcción. Estos hechos se relatan en la película “Tierra de Faraones” (Howard Hawks, 1955), y en la siguiente secuencia se recoge el momento en el que el arquitecto presenta al faraón, su cliente, el mecanismo ideado para el sellado de la cámara mortuoria:

“Land of the pharaohs”

En este caso el anciano arquitecto casi ciego y su hijo, que había sido su mano derecha durante los últimos años de la construcción, fueron perdonados y liberados, al menos en la ficción de la película.

Sin embargo, 4.500 años después, el arquitecto Ma Won Chun no ha corrido la misma suerte. En el acto de inauguración del aeropuerto internacional de Pyongyang, construido según proyecto suyo, se echó en falta su presencia. Tras una serie de investigaciones se descubrió que su “cliente”, el mandatario norcoreano King Jong-un, había ordenado su ejecución al considerar que no se había ajustado al programa planteado y que el resultado no era de su agrado.

Aeropuerto de Pyongyang

Así que, compañeros de profesión, colegas, no olvidéis leer la letra pequeña de los contratos de redacción de proyectos o, mejor aún, mirad a los ojos a vuestros clientes e intentad discernir si tras ellos se oculta ese pago de honorarios “en especias”. Nunca se sabe.

NOTA: También 4.500 años después de que aquel brillante arquitecto ideara el mecanismo para el sellado de la cámara real, tuve la oportunidad de utilizar esa misma técnica, basada en el desalojo de la arena, en una de mis obras. A muy pequeña escala, por supuesto. Y también fui perdonado. Gracias Vashtar, te debo una.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

NUDOS

Esa hamaca que había cruzado el Atlántico merecía, sin duda, que se le diera un uso adecuado en un lugar apropiado. Así que, a falta de un par de robustas palmeras de las que pudiera ser colgada, opté por lo que tenía a mano: un manzano y un peral. La distancia entre los frutales era perfecta pero su escasa altura y la endeblez de sus ramas dieron al traste con el proyecto de “espacio flotante para el relax”. Días más tarde, y con mi orgullo herido, volví a la carga. Analizando y pensando (dos acciones que apenas realizamos), y después de considerar opciones complejas y costosas, llegué a una solución, sencilla, muy sencilla: consistía en cambiar el “as de guía” por la “vuelta de escota”. ¿Ein?

Sí, el universo de los nudos, además de apasionante y útil, tiene algunos de estos “nombrecitos” que forman parte de la terminología náutica: ballestrinque, de palangre, de cornamusa, de calabrote, en ocho corredizo, falcaceados, ayustes… En “El libro Ashley de los nudos”, publicado hace setenta años, se contabilizaban ya más de tres mil ochocientos. No nos asustemos, conociendo una docena de ellos nos podemos defender en cualquier situación de amarre o de unión que surja tanto en el mar como en tierra firme.

Los nudos han existido desde que existen cuerdas (o cabos) para atarlos, ya que un trozo de cuerda es algo bastante inútil sin un nudo que lo ate a algo. Y se han utilizado para todo tipo de cosas: llevar cargas, cazar, atar animales, construir casas… o ejecutar enemigos. De su uso meramente práctico desde hace trescientos mil años se pasó a su integración en el mundo del arte y la artesanía a partir del siglo XVIII (maquetas, costura, cestería…) e incluso a su utilización simbólica: el nudo de rizo como representación de la unión romántica, por su limpia simetría.

Nudo de rizo

Los nudos también han formado parte de la leyenda, como el mítico nudo gordiano que nadie lograba deshacer hasta que llegó Alejandro (más adelante Alejandro Magno) que lo deshizo de un espadazo, metáfora de que los problemas aparentemente irresolubles (como el de la hamaca) pueden solucionarse con simples (aunque brutales en este caso) métodos. Poderes mágicos también han sido atribuidos a los nudos, como el de controlar el viento, que los marineros supersticiosos creían conseguir a través de los “nudos de viento”. Y la religión tampoco ha permanecido inmune al potente simbolismo de los nudos y, por ejemplo, los judíos devotos se fijan unos cordones anudados en las esquinas de sus mantos de oración como signo de protección.

En las largas travesías que los barcos realizaban en el mar (antes de que aparecieran los barcos a vapor), uno de los pasatiempos que elegía la mayoría de los marineros en su tiempo libre era hacer nudos.

Marineros aprendiendo a hacer nudos

Así que os propongo una entretenida práctica para unos minutos ociosos: aprender a hacer el As de guía, un lazo, probablemente el rey de los nudos, que durante los últimos quinientos años ha sido la elección indiscutible de todos los marineros. Seguro, fuerte y fácil de hacer. Y divertido: la serpiente, el árbol y el lago tienen la culpa.

As de guía

Tumbado en la hamaca mirando al cielo, no escucho el rumor de las olas ni siento en mi rostro la suave brisa de las playas caribeñas. Pero oigo el cri-cri de los grillos. Y veo allí arriba titinear las estrellas… y una enorme manzana reineta balanceándose amenazante sobre mi cabeza. ¡Reto conseguido!