”Pilar, hija, no se tocan los
libros, que están usados y a saber por qué manos habrán pasado.”
Con
buen criterio, la hija es advertida del grave peligro que puede suponer para su
integridad andar manoseando esos libros viejos, sin plástico protector
retractilado, amontonados en estanterías y mesas de dudosa higiene.
Higiene
mental presente, sin embargo, en esa madre o ese padre lúcido, atento a las
evoluciones de su hija aún inmadura, desconocedora de las amenazas ocultas en
las páginas de un libro de segunda mano.
Imagino
su casa sin libros. O con libros que se han leído solo una vez y a continuación
se envuelven y se sellan para que no vuelvan a ser tocados porque, claro, ya se
han convertido en libros usados. O con libros que aún no se han leído ni se
leerán nunca. Las opciones son amplias.
E
imagino también que estos padres protectores aplicarán el mismo criterio en
otras situaciones similares de peligro inminente para su retoño:
En
clase de música: “Pilar, hija, no se toca
ese piano, que está usado y a saber por qué manos habrá pasado.” (La niña
acaba… haciendo canto).
En
el parque: “Pilar, hija, no se toca esa
pelota, que está usada y a saber por qué manos habrá pasado.” (La niña acaba…
jugando a las adivinanzas).
En
la salida al monte: “Pilar, hija, no se
toca esa cantimplora, que está usada y a saber por qué manos habrá pasado.” (La
niña acaba…muerta de sed).
“Pilar, hija, no te toques ¡por
Dios!
Escaparate de una tienda de libros
de segunda mano