Hace
unas semanas una adolescente me pedía (nos pedía) a los adultos opinión sobre
los jóvenes de hoy en día: cómo les vemos, qué diferencias observamos con
nuestra juventud vivida. Se quejaba de que solo escucha que son unos incultos,
que no tienen educación, que en el futuro se preguntarán qué han hecho en estos
años perdidos. El haber hecho esta reflexión ya me parece positivo y desmiente
precisamente esa apatía o desinterés de que se acusa habitualmente a los
jóvenes.
Estoy
de acuerdo con Teresa y José Luis en que el salto generacional no es tan grande
como el que tuvimos con nuestros padres. Ahí se dieron algunos cambios
sociales, éticos y políticos de gran calado que, sin embargo, no han existido
con la generación de nuestros hijos. Sus problemas, actitudes, miedos o
intereses nos resultan, por tanto, muy cercanos. Por eso ahora resulta
relativamente desfasada la típica frase “En
mis tiempos…” o “Cuando yo tenía tu
edad…”
Es
cierto que actualmente está omnipresente el tema de Internet, la dependencia de
las redes sociales, la incertidumbre de una salida laboral, el riesgo de las
drogas… Me parecen argumentos que no justifican suficientemente el trasladar a
nuestros hijos una visión derrotista y negativa. Son como los árboles que no
nos dejan ver el bosque. Es más, yo empezaría negando la mayor: mi percepción
es que los jóvenes de hoy están más preparados, más informados, leen y estudian
más, tienen un gran sentido comunitario y una sensibilidad nueva para sentir la
injusticia social. A partir de ahí los adultos, dentro de ese difícil
equilibrio que debemos mantener entre el control y la permisividad (o la
paulatina concesión de autonomía), debemos intentar contagiarles de entusiasmo
e ilusión por el futuro, compartir sus logros y transmitirles energía para
cambiar las cosas.
Según
los datos que he consultado, actualmente en nuestro país casi el 45% de la
población es menor de 25 años. Es una generación que se adapta rápido al
cambio, el progreso y las novedades son asimilados rápidamente por los jóvenes.
Pero también es cierto que su poder económico se ha puesto de manifiesto al
haberse convertido en los principales consumidores de ciertos productos. Tal
vez radique aquí la mayor diferencia con nuestra generación, al menos en el
entorno social en el que nosotros nos movemos. Y tal vez sea éste el mayor
escollo que deban salvar nuestros hijos, la dependencia del arquetipo, de la
uniformidad generacional. Miro una fotografía mía de un curso cualquiera en el
colegio, de esas de toda la clase con el profesor en las escaleras de acceso, y
noto una gran heterogeneidad en el aspecto externo: ropa, peinado, posturas… En
cambio ahora parecen existir unos patrones establecidos en cuanto a imagen, complementos
y gadgets de los que resulta difícil
desprenderse y que pueden llegar a entorpecer el desarrollo de la propia
personalidad de los jóvenes.
No
sé si he respondido a tus preguntas. Han sido unas pequeñas pinceladas de lo
que pienso, sin ninguna pretensión de rigor sociológico, por supuesto. Resumiendo,
confío plenamente en los jóvenes de hoy, en sus capacidades, su imaginación, su
compromiso. No hay razones para caer en el desánimo. Solo os reclamo curiosidad
por las cosas y esfuerzo. Y ser menos parcos en palabras, aunque reconozco que “en mis tiempos” casi todos nos volvíamos
mudos. En plan y sin más. Y duro con
los exámenes.